El muñeco diabólico

Crítica de Alejandro Turdó - EscribiendoCine

Chucky 2.0.

El director debutante Lars Klevberg se cargó una mochila pesada a cuestas: insuflar aire nuevo a una de las franquicias que ha sufrido más volantazos dentro del género de Terror, aquella que tiene como personaje central a un muñeco poseso. Don Mancini, el creador original de Chucky, en este momento se encuentra desarrollando una mini serie después de largas batallas legales contra MGM, quien tiene solamente los derechos de la primer película del asesino de plástico, los cuales hace valer en este reboot, dejando que Mancini se arregle como pueda con lo que pueda rescatar de las otras SEIS secuelas oficiales. Así que en este momento hay todo un multiverso accidental alrededor de chucky, donde lo creativo se encuentra un tanto eclipsado por lo estrictamente legal.

Así las cosas, El muñeco diabólico (Child’s Play, 2019) aprovecha la base narrativa de Chucky, el muñeco maldito (Child’s Play, 1988) para actualizar a uno de los slashers más representativos de los 80s y 90s, poniéndolo a la corriente del siglo XXI. Nuevamente el centro dramático es Andy, un chico que vive con su madre y recibe como regalo al juguete infame. A diferencia de lo planteado en la versión original, esta vuelta el muñeco no es poseído por el espíritu de un asesino serial ni hay rituales vudú de por medio. En esta remake Chucky es una suerte de súper juguete híper conectado, que se maneja desde una app del celular y puede controlar todos los aparatos electrónicos del hogar. El único detalle es que una falla en su programación lo convierte en una inteligencia artificial con perfil homicida.

Hay un gran acierto en el hecho de castear a un chico más adulto para el papel de Andy, quien en la original tenía unos 6 años. Esta vuelta es un pre-adolescente de 12 años (interpretado por Gabriel Bateman) lo que permite jugar mucho más con el personaje y hacer cosas más interesantes que llevan al relato a ser aquel donde los más chicos son quienes intentan resolver el conflicto ante la desatención de los adultos, quienes no prestan atención o están simplemente metidos en problemas “de grandes”.

Siendo que Chucky es ahora una inteligencia artificial que va aprendiendo conforme afianza su relación con Andy, le película plantea un análisis muy interesante sobre qué es realmente la violencia, dónde se origina y que pasa con quienes la ponen en práctica incluso sin darse cuenta, como si fuese algo cotidiano. A propósito de esto, una escena en que los chicos juegan uno de esos videojuegos ultra violentos frente a la mirada atónita del muñeco es uno de los momentos más filosos del film.

Es difícil imaginar a alguien otro que el legendario Brad Dourif dándole voz a Chucky, pero Mark Hamill hace un trabajo impecable, aportando varias capas de personalidad al personaje, con un tono que va mutando conforme la cuestión se vuelve más espesa. Y hablando del muñeco en sí, inicialmente cuesta un poco acostumbrarse a este nuevo look -mucho más frío y menos fantástico- pero cuando empiezan a correr los minutos comprendemos que va a tono con este nuevo universo ficcional donde la tecnología es parte central de la vida familiar.

Hay sangre, decapitaciones y varias muertes que bordean el absurdo, pero al tener claro cómo manejar su propio código ficcional, Klevberg logra un balance interesante gracias al cual la película pisa la banquina pero nunca vuelca, mientras asusta y entretiene en igual proporción. Teniendo todo esto en cuenta, El muñeco diabólico es lejos la mejor película de Chucky de los últimos 20 años, algo que seguramente pocos podían llegar a imaginar.