El mundo es grande y la salvación está a la vuelta de la esquina

Crítica de Cecilia Martinez - A Sala Llena

Bajo la premisa de “no olvidar y hacer memoria” y con el backgammon como símbolo de unión entre el pasado y el presente, el director búlgaro Stephan Komandarev nos introduce en el mundo de Alex y su abuelo Bai Dan y en el viaje que ambos emprenden para recuperar los recuerdos y reconectarse con la historia, la propia historia y la historia de un país.

La película está basada en la obra homónima del escritor búlgaro-alemán Ilija Trojanow. La novela es una obra autobiográfica que, según Komandarev, tiene muchos puntos en común con su propia historia, hecho que lo motivó a llevarla a la pantalla grande.

Alex es un joven búlgaro que es criado en Alemania tras el exilio de sus padres bajo el régimen comunista de Bulgaria. En su primera visita a su país natal luego de varios años exiliados, Alex sufre un accidente automovilístico con sus padres, en el cual ambos mueren. Alex aparece en un hospital sin saber quién es ni de dónde viene. Su abuelo lo encuentra y ambos se embarcan en un viaje en tándem, a través de Europa y hacia su país de origen, para que Alex vuelva a los lugares de su infancia y vaya recobrando paulatinamente su identidad y sus recuerdos.

La película, entonces, transcurre en dos tiempos simultáneos, o lo que su director denomina “edición en paralelo”, con una estructura dinámica y versátil, gracias a la cual vamos y venimos del pasado al presente. Estos cambios de tiempo y espacio están marcados por estéticas completamente distintas para uno y otro universo: cambio de color -un tono más amarillento para el pasado- y de música.

Estamos frente a una suerte de road movie, episódica, planteada inicialmente como lo que es: un viaje de descubrimiento, literal, en el que se van sucediendo situaciones que ayudan a que Alex recupere sus recuerdos y que dan lugar a que su abuelo le enseñe cosas fundamentales acerca de la vida, el valor de los afectos y el amor. También se podría decir que esta película es una especie de anagnórisis aristotélica, o sea, un descubrimiento o revelación, gradual, por parte del protagonista, quien pasa de un estado de completa ignorancia a un estado de conocimiento de sí mismo y de su propia identidad.

El backgammon, como mencioné antes, conecta el pasado con el presente, ya que Alex lo aprendió de su abuelo desde muy chico. A lo largo de todo el viaje, lo juegan una y otra vez, para concluir en una linda escena final en la que Alex logra, por primera vez en su vida, derrotar a su maestro y mentor.

La película se sostiene y gana en naturalidad y gracia en gran parte por la actuación de Miki Manojlovic, quien aporta la cuota necesaria de humor, sabiduría y ternura a la historia. El personaje de Alex, interpretado por el actor alemán Carlo Ljubek, no resulta del todo atractivo. Si bien el personaje en sí requiere de cierta actitud cansina y apática, creo que Alex no termina despertando en nosotros la empatía que podría haber generado si su actuación hubiese tenido otros matices tal vez un poco más dramáticos. Alex debería ser el protagonista de esta historia pero su abuelo le roba casi todo este protagonismo e incluso, por momentos, lo opaca. De todas formas, la película es bella, sincera y armoniosa en esta mixtura de tiempos y realidades, y cuenta con una fotografía hermosa y sumamente cuidada, gracias a la cual podemos deleitarnos con los paisajes imponentes de las tierras balcánicas.

Con respecto a la historia, el mensaje es claro y se nos presenta de entrada: la vida es como el backgammon, sencilla pero intrincada, en la cual no hay dados malos sino buenos o malos jugadores, o sea, que el curso que le queramos dar a nuestra vida depende enteramente de nosotros y no tanto de las circunstancias que nos rodean. Existe el azar pero básicamente todo depende de la habilidad de nosotros, los jugadores, para lidiar con los obstáculos de la vida y para encontrar la salvación o la felicidad en cualquier esquina.