El muerto y ser feliz

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Honor de caballería

Canoso, avejentado, casi irreconocible, pero ahí está él, José Sacristán, figura ubicua en el cine español posfranquista. Y para enrarecer aún más su reaparición en la cartelera local, el protagonista de Solos en la madrugada no hace cualquier drama, no. Sacristán protagoniza una road movie por el noroeste argentino a bordo de un vetusto pero fiel Ford Galaxy, que tiene nombre de caballo, para realizar una última tarea que no cumplirá. En el camino, en una estación de servicio en Rosario, Santos (Sacristán) conocerá a Erika (Roxana Blanco), una compañera que lo asistirá y lo proveerá de drogas para paliar los dolores de un cáncer de páncreas terminal. El director español Javier Rebollo (Lo que sé de Lola, La mujer sin piano) inventa un cruce entre Easy Rider y las andanzas del manchego más famoso, y pese a que Santos tiene poco de Quijote, su moral vetusta, anacrónica, y algunas de sus alucinaciones, sobre todo tras probar paco a falta de heroína, provocan alguna que otra escena simpática, que compensan la falta de rigor narrativo.