El muerto y ser feliz

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Tiempo Argentino

Los últimos días de un asesino

Santos (José Sacristán) es español, también es un asesino profesional y sabe que se va a morir en poco tiempo, por lo que decide que aunque ya no haya mucho por qué luchar, al menos vale la pena morir en otro lado, lejos del hospital donde está internado en Buenos Aires. Con una respetable cantidad de morfina para soportar los dolores que vendrán y a bordo de un Falcon Rural De Luxe de 1976, el protagonista se lanza a carretera a donde sin saberlo, lo espera Érika (Roxana Blanco), que al igual que Santos, sólo quiere poner distancia con su pasado. Así, la desigual pareja, tan desesperada, tan falta de propósitos, enfila hacia el Norte argentino sin demasiadas expectativas, en principio satisfechos porque al menos están en movimiento.
Tardío arribo a las salas argentinas de El muerto y ser feliz, el film de Javier Rebollo (La mujer sin piano, Lo que sé de Lola) que tuvo una buena recepción en España en 2012, ganó el Festival de Cine de San Sebastián el premio de la crítica y la Concha de Plata al mejor actor para José Sacristán –también formó parte de la competencia oficial en Mar del Plata–, y llega dos años después dentro del pelotón de estrenos de fin de año.
Lo cierto es que la película es una road movie que descansa buena parte de su atractivo en Sacristán, el actor español más argentino del mundo, en una composición ajustada de los últimos días de killer veterano, una suerte de western crepuscular donde el protagonista comparte soledades con otro personaje trágico.
El director Rebollo aspira y a veces lo consigue, romper ciertas estructuras narrativas y así, además de incursionar la idiosincrasia Argentina con una mirada crítica y cínica sobre el ser nacional, el realizador madrileño también toma algunos elementos de las puestas de directores argentinos como Mariano Llinás (como el uso que hizo de la voz en off en Historias extraordinarias) y los climas de Lucrecia Martel, sobre todo cuando el relato transcurre en Salta, donde hay muchos puntos de contacto con La ciénaga.
El resultado es desparejo, por momentos caótico y los chispazos de humor y originalidad no alcanzan para sobrellevar cierto tono canchero y banal sobre el destino de los personajes.