El Motoarrebatador

Crítica de Diego De Angelis - La Izquierda Diario

Un error del destino

Una balada triste inaugura El motoarrebatador (2018), primera película en solitario de Agustín Toscano (en 2013 realizó Los dueños junto a Ezequiel Radusky). Una canción (“844”, del cantante y compositor Maxi Prietto, encargado de la banda sonora) que no solo inaugura y acompaña la primera escena del film, sino que a su vez anticipa como leitmotiv el tono antiheróico de una historia que comienza con la ejecución violenta de un atraco. Un robo que efectúan dos motoqueros sobre una mujer que sale desprevenida de un cajero automático. La inesperada resistencia que va a asumir la mujer, aferrada como puede, con todo su cuerpo, a la cartera que le intentan sacar, va a sugerir un origen social y anunciar al mismo tiempo hacia dónde se va a dirigir la atención de Toscano. Casi todos los personajes de la película van a pertenecer a la clase más baja de la sociedad. Los representantes de otros grupos sociales van a permanecer en absoluto fuera de campo.

La escena inicial es notable por su precisión y economía formal, porque logra registrar con eficacia la velocidad y la violencia en la que acontece el asalto. Una vez consumado el robo, la sensación de haber cometido un exceso va a perturbar al conductor de la motocicleta, quien se verá ante la necesidad de buscar a esa mujer y averiguar sobre su estado incierto de salud. Su nombre es Miguel (Sergio Prina) y es el desdichado protagonista de la película.

Miguel no tiene trabajo, tan solo es propietario de una moto con la que realiza los robos junto a un compañero. Cuida a su hijo después del jardín y lo lleva a la casa de su exmujer, con la que mantiene una relación complicada. Ella se queja de que pierde el tiempo y no hace nada. Miguel no tiene dónde dormir. La desconfianza sobre su persona es permanente y el motivo no es otro que su ubicación en la sociedad. Las miradas que le dirigen reafirman una posición que pareciera inalterable. La forma en que lo observa una joven doctora o una vecina indiscreta no hará sino consolidar el lugar de la sospecha.

Sin embargo, el reencuentro con Elena (Liliana Juárez), la mujer a la que había asaltado a la salida del cajero, y a partir de un acontecimiento fortuito que conviene no revelar, le ofrecerá una oportunidad de modificar su situación. Entre ellos construirán paulatinamente un vínculo sostenido por un conocimiento supuesto de sus vidas, por cierta complicidad silenciosa. Toscano va a trabajar muy bien la ambigüedad. Especialmente, el suspenso y la comicidad que la ambigüedad de su relación suscita. En ningún momento el film va a enfatizar dramáticamente lo que le ocurre al personaje principal. Por el contrario, el humor será un componente esencial en muchas escenas.

El relato transcurre en un suburbio pobre de San Miguel de Tucumán. Un territorio hundido en el conflicto. La policía está de paro y se producen saqueos masivos en distintos comercios. Su reproducción televisada va a revelar, por un lado, la forma de consolidar mediante un determinado orden de representación una imagen uniforme e interesada de las clases populares. Por otro, la presencia un tanto excesiva de la pantalla en la trama va a evidenciar una voluntad manifiesta, acaso demasiado explícita, de situar la historia en un contexto de violencia social más amplio. Exceso que va a atentar contra una disposición narrativa más bien sustentada por un guion que se afirma en gestos mínimos y diálogos precisos, en silencios y miradas furtivas. Un pequeño problema que la película va a resolver mejor en una escena notable que muestra un saqueo desde adentro, en el interior de un supermercado. Una cámara de seguridad va a capturar abiertamente al protagonista y va a ratificar así una realidad de la que no puede escapar.

Casi como un western tucumano, o como un blues maldito, El motoarrebatador presenta la historia de un hombre que busca alterar su fortuna, aun cuando gire en falso, aun cuando la corriente de la desventura lo arrastre. Un hombre que accidentalmente logra vislumbrar un error en el plan de su destino que promueve la posibilidad de entrever otra forma de vivir.