El monte

Crítica de Pedro Squillaci - La Capital

La búsqueda existencial con algo de realismo mágico

Rafael es un médico que se hartó de la vida de ciudad. Y dejó la familia, las comodidades de su hogar y su actividad en el consultorio para instalarse en medio del monte, en búsqueda de algo que le dé otro sentido a su existencia. Ese es el disparador de “El monte”, que cuenta con el valor agregado de que fue filmada en Formosa, por lo que aborda una mirada distinta que incluye algunos mitos de esa región norteña, que fueron bien aprovechados por el director formoseño Sebastián Caulier al darle un toque de realismo mágico. La película va de la mano de una lograda interpretación de Gustavo Garzón, en el rol de ese hombre que vive en medio de la selva formoseña de un modo salvaje en una casa que no tiene ni luz ni agua, y que debe matar animales para poder alimentarse. Hasta que un día llega su hijo Nicolás a rescatarlo, y aparecen los primeros contrastes entre un padre huraño y destratador y un joven, filósofo y gay, que es un formoseño que se fue a vivir a Buenos Aires. Ambos optaron por no residir en su lugar de origen, al igual que el director del film, y ese también es un punto de conflicto que queda expuesto. “Se es de dónde se elige ser”, dirá Rafael, más conocido como Rafa por los lugareños. Pero a Rafa se lo conoce por otra cosa. Es una persona que fue elegida por el monte y quedó atrapado más allá de su voluntad. Nicolás (acertada labor de Juan Barberini) comenzará a percibir que su padre tiene poderes extraños, que es capaz de hacer gritar a los monos y hasta logrará que se callen con sólo cerrar los puños. Con la ayuda de una mujer del pueblo enamorada de Rafa (Gabriela Pastor), Nicolás intentará recuperar a su padre desafiando la fuerza del monte, “que no es ni bueno, ni malo, es el monte nomás”. Una buena apuesta del cine argentino para visibilizar historias más cercanas a la gente del interior y, por fin, más lejanas a la avenida General Paz.