El monte

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Fantasía, realismo mágico, suspenso y una pizca de terror, esos son los elementos con los que el formoseño Sebastián Caulier trabajó El monte, con un Gustavo Garzón bastante atípico.

Y como no hay salas de cine abiertas en Formosa -es la única provincia que no tiene en la actualidad cines-, los formoseños no pueden verla en su provincia. Sí estrena en otros puntos del país.

Garzón es Rafael, un hombre que decidió irse de la ciudad de Formosa e instalarse “en la quinta”, una propiedad familiar en medio del monte. Hasta allí, sin años de comunicarse, ahora llega Nico, su hijo, a quien de entrada no reconoce y le apunta con una escopeta.

Algo no está bien en Rafael. Tiró 40 años por la borda de su consultorio médico, según le reprocha su hijo. Está como ido, perdido. Y eso sin contar que, a la noche, se dirige hacia el monte, semidesnudo. Cuando los ruidos ensordecedores de los animales -no solo de los monos- hacen difícil dormir, Rafael se para, levanta los brazos, y parece hacer algo similar a una petición. Una ofrenda. ¿Una respuesta?

¿Qué hace? ¿Qué está pasando?

Es que los protagonistas no son solamente el padre y el hijo. El tercero en cuestión es el monte.

La relación entre los dos primeros parece lastimada de muerte. “Inútil” es lo menos que le dice el progenitor al hijo. Y no apunta solo a que, cuando dispara a metros de un apresa, la deja escapar, o no sabe poner una lombriz en el anzuelo. Nico es universitario como él, es filósofo y tenía una pareja gay, que lo abandonó de un momento para el otro.

Rencor y amor
Hay resentimientos, pero también un hilo de comprensión, pero que puede cortarse en cualquier momento.

Caulier, egresado de la ENERC, la Escuela de Cine del INCAA, ya en sus anteriores filmes La inocencia de la araña (2012) y El corral (2017) demostró tener un estilo y un universo que lo distingue. Maneja bien los silencios, los suspensos, y crea un clima entre premeditadamente hostil y decididamente de extrañeza.

Garzón tiene un rol esencial, Rafael es la razón por la que Nico llega hasta el monte, pero principalmente Juan Barberini, que interpreta a su hijo, está casi todo el tiempo en pantalla, llevando el peso de la trama de esta película en la que confluyen la mitología, la fantasía y la realidad.