El misterio de la felicidad

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

¿La vida está acá o en otra parte?

Inés Estévez y Guillermo Francella se lucen como la esposa y el mejor amigo de un hombre que desaparece de un día para el otro, dejándolos con la duda de cómo seguir adelante.

Gran parte de la filmografía de Daniel Burman -títulos como El abrazo partido, Derecho de familia, El nido vacío- está abocada a un costumbrismo de clase media porteña, con el foco puesto en los vínculos interpersonales, sobre todo familiares. Suelen ser películas amables, agradables, que no bajan de cierto piso de calidad -para decirlo en términos escolares: no menos de 7 puntos-, aunque difícilmente conmocionen.

El misterio de la felicidad se inscribe en esa línea, esta vez con la amistad y la dialéctica rutina vs. sueños como principales temáticas.

En la lograda primera secuencia, se nos presenta lo que parece la amistad ideal: almas gemelas, Santiago (Guillermo Francella) y Eugenio (Fabián Arenillas) son socios en una pequeña empresa y comparten la mayoría de sus actividades, laborales y recreativas. Tienen una simbiosis total, hasta que los ojos de Eugenio muestran que para él quizá la vida esté en otra parte. Un día desaparece sin dejar rastros, y quien por fuerza toma su lugar es su esposa, Laura (Inés Estévez), casi más preocupada por el destino del negocio que por el de su marido.

La dupla de los dos “viudos” (Estévez-Francella) funciona a la perfección. En su regreso a la actuación luego de nueve años de un retiro exageradamente anunciado, ella muestra que no perdió el talento y compone con maestría a una de esas neuróticas queribles que son la especialidad de Valeria Bertuccelli. Francella sigue embarcado en esa búsqueda que empezó con El secreto de sus ojos y, manteniéndoles la rienda corta a sus tics, le da sustancia a su hombre abandonado. Que los fanáticos del Francella televisivo no lo busquen, porque no lo encontrarán (y que tampoco nadie espere una comedia para reír a carcajadas).

Ellos sostienen una película que, llegado cierto punto, se queda sin conflicto. Los diferentes nudos -la desaparición, la tensión entre Laura y Santiago, los límites entre amistad y amor, la hipotética infidelidad, la venta de la empresa- quedan en insinuaciones o se van desatando sin mayores sobresaltos. Pareciera haber tanto empeño en no inquietar al espectador que la acción va perdiendo fuerza hasta dejar a todo el mundo tranquilo y contento, pero extrañando un poco más de riesgo.