El método Tangalanga

Crítica de Santiago García - Leer Cine

El método Tangalanga transcurre en el año 1962, en la ciudad de Buenos Aires. Allí, un tímido empleado de una empresa, Jorge Rizzi (Matías Piroyansky), se siente abrumado por su incapacidad de hablar en público. Su mejor amigo y compañero de trabajo, Sixto (Alan Sabbagh) tiene problemas de salud y ha sido internado. Jorge no puede presentar los productos de su empresa de forma correcta por su timidez, así como tampoco es capaz de hablarle a la recepcionista del hospital donde está internado Sixto. La joven, llamada Clara (Julieta Zylberberg) es muy desenvuelta y simpática, pero Jorge se petrifica cuando se le acerca, a pesar de que se ha enamorado a primera vista. El azar lo cruza con un misterioso personaje, un hipnotizador llamado Taruffa (Silvio Soldán), quien en su espectáculo termina abriéndole la puerta a otra versión de Jorge, verborrágica, mal hablada y llena de coraje. La forma en la que mejor desarrolla esa versión, es a través del teléfono. También descubre que este humor le mejora el ánimo a su amigo internado y genera admiración en Clara.

La película, cualquier argentino de más de cuarenta años lo adivina, cuenta de forma no rigurosa la vida del cómico Julio Victorio de Rissio, conocido por todos como el Doctor Tangalanga. El éxito de este cómico se basó en llamados telefónicos donde armaba situaciones cómicas y absurdas con interlocutores incautos. Su popularidad fue enorme durante los ochenta y los noventa y las cintas con su humor circularon de forma insólita en la edad de oro del copiados de cassettes. Más allá de si a uno le guste o no esa clase de chistes, la película tiene vida propia e incluso quienes detesten al Dr. Tangalanga podrán disfrutarla.

La sorpresa es que funciona más el costado emocionante que el humorístico. Si bien es decididamente una comedia, lo más efectivo es que sea una película sobre el origen de un cómico. La idea de la comedia como un alivio frente a las angustias de la vida y también un método para aplacar la fobia a otros seres humanos. La puesta en escena es prolija en el mejor sentido de la palabra. La reconstrucción de época impecable, los actores todos a tono con lo que busca el film, en particular Alan Sabbagh, en una de sus mejores actuaciones. Una lograda melancolía recorre toda la historia y convierte al personaje en algo más interesante que el humor que él practicaba en la vida real.