El método Tangalanga

Crítica de Mariano Casas Di Nardo. - La Prensa

En psicología se suele decir que el todo es mayor a la suma de sus partes porque en nuestra percepción elaboramos una imagen global del conjunto. En cine podríamos asegurar que la suma de esas partes no termina de configurar un todo homogéneo, fluido y atractivo. Sucede con los tanques de Netflix, cuando vemos que un elenco de lujo, presupuestos de muchos ceros, paisajes de ensueño y toda la técnica a disposición no logran buenos resultados ("Glass Onion", "Alerta roja", "El espía gris"). Y también con "El método Tangalanga", donde los actores brillan por separado pero la unión no hace la fuerza sino su debilidad.

El filme dirigido por Mateo Bendesky cuenta la historia -medio ficción, medio realidad- del humorista argentino Doctor Tangalanga (Martín Piroyansky), quien inició sus bromas telefónicas con el objetivo de hacer reír a un amigo que se estaba muriendo en un hospital. Tanto fue el éxito de esas llamadas que sus grabaciones empezaron a circular de forma casera por todos lados. Podríamos decir con términos de hoy que se viralizaron de manera física, en lugar de like a like, de mano en mano a través de casetes.

Pero esta instancia empieza a verse pasada la media hora de metraje; entonces la primera parte se vuelve un sinsentido donde solo apreciamos las excelentes actuaciones de Alan Sabbagh como el amigo internado, al mismo Piroyansky como un trabajador mediocre que tiene dificultades para hablar en público y con desconocidos, y de Luis Machín como su jefe. Julieta Zylberberg y Rafael Ferro, recepcionista de la clínica y dueño, respectivamente, bajo una estética de policial negro que cuesta entender, también se lucen pero por fuera del registro que se muestra.

En otro acierto de casting, la aparición de Silvio Soldán es otra perla que se disfruta como ente único, ya que su personaje nunca logra amalgamarse con la historia.

DOCUMENTAL

La primera sonrisa genuina aparece promediando el filme cuando se oye la verdadera voz de Tangalanga en una superposición casi de documental. Entonces ese vínculo entre la historia real y la ficción tan irreal encuentran un punto intermedio de cercanía. Después se vuelve casi al cómic, porque la historia escrita por el director junto a Sergio Dubcovsky y Nicolás Schujman, tampoco es literal y sus licencias narrativas no convencen. Se podría haber realizado un verdadero drama pero no. O una comedia disparatada, sobre todo con el auge del humorista en los medios, y tampoco. Todo queda ahí, en una anécdota paradigmática que se pierde en una película muy bien actuada pero sin un objetivo claro.

Para quienes hayan disfrutado de la época de Tangalanga, una propuesta que los vestirá de melancolía. Para quienes no sepan de este icónico humorista argentino, mejor dirigirse a Youtube y escuchar sus audios.