Él me nombró Malala

Crítica de José Carlos Donayre Guerrero - EscribiendoCine

Sobrevivir al silencio

El me nombró Malala (He Named Me Malala, 2015) es un documental que toca un tema actual: la situación de los países árabes azotados por la violencia de sus regímenes, y cómo desde lo profundo de aquel mundo una pequeña niña pakistaní llamada Malalá se animó a revelar cómo su pueblo estaba aplastado por el poder de los talibanes y el terrorismo. Con un toque conmovedor y potente, este film tiene una fuerza que se impregna fuertemente en la mente del espectador.

Malala Yousafzai es el personaje principal aunque no la única protagonista. Su familia es el centro de esta historia que empieza con una dinastía marcada solo por la presencia de varones. Pero un día nació Malala y su padre la hace participe. Escribe su nombre en el árbol genealógico para que perdure en la historia y la llama así en vista de lo que va a significar para su hogar (el valle de Swat en Pakistan) y para el mundo. Sintiendo una poderosa conexión con él, Malala cuenta cómo le interesó el hablar en público, estudiar y desarrollar un pensamiento crítico desde muy pequeña. Un día se animó a ser la voz para Occidente acerca de lo que era estar bajo el gobierno Talibán, y entonces toda su familia permaneció amenazada de muerte. Sin embargo en el 2012 un Talibán cumple la promesa y le dispara a Malala en la cabeza hiriéndola mortalmente a ella y a sus amigas que la acompañaban en ese momento. Así es trasladada hasta Londres donde logra recuperarse después de un largo tratamiento. Sin poder volver a su país se queda en tierras británicas convirtiéndose en la representante de la lucha de su pueblo, sobretodo de las mujeres marginadas que no pueden recibir educación y de los niños que parecen destinados a perder la infancia y crecer en la sombra del terror.

El film de Davis Guggenheim es de un ritmo vigoroso que oscila de manera perfecta entre el drama, la tragedia, la nostalgia, el humor y -lo más importante- la biografía conmovedora de sus personajes. Se preocupa por construir la historia de Malala según la visión que ella tiene del mundo y de cómo su familia que si bien hoy son reconocidos y asediados por la prensa a raíz de que Malala recibió el Premio Nobel de La Paz 2014 con tan solo 17 años, resultan ser una familia normal y tranquila. Con aires de mucha fortaleza y al mismo tiempo con las dificultades de sobrevivir dentro de una sociedad nueva como la londinense. La película en lugar de ser sólo un relato que enaltezca y alabe a Malala y su reconocimiento mundial y mediático, la muestra con sus problemas naturales de su edad, con el destape de una infancia difícil para ella y sus padres, revela traumas personales además de nuevos retos, temores y cuestiones en cuanto a sus tradiciones culturales y sobre todo el sufrimiento de ella siente del Islam, cultura religiosa positiva pero vista hoy en día de manera oscura y terrorífica. El uso constante de animaciones infantiles tan llenas de color y misticismo sirven para contar su infancia, un lugar maravilloso que fue llenándose de dolor y tragedia. La película de esa forma gana fuerza al llenarse de matices, con un relato plagado de sinceridad.

Si bien el documental tiene un mensaje político y social como es el tema de las mujeres y su atraso generacional en Medio Oriente desde un punto de vista claramente occidental del mundo árabe, el film no intenta quedarse en eso y desarrolla otros temas: la noción de identidad, el pasaje místico entre padres e hijos, la lucha de géneros dentro de una misma familia, la nostalgia de no poder volver a casa, los sueños y la libertad, son cuestiones universales que exceden la nacionalidad, y que hacen de El me nombró Malala un documental de gran altura para estos tiempos de tanta destrucción.