Él me nombró Malala

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Firme candidata al Oscar en la categoría documental en la entrega de 2016

Malalai es un nombre de origen paquistaní cuyo significado es “la que guía”. Solamente un giro del destino como el que le tocó a Malala Yousafzai en 2012 podría confirmar la certeza de la elección del nombre por parte de su papá, y se explica en este estreno: “El me nombró Malala”.

A partir de un atentado talibán que la niña sufrió hace tres años y que casi termina con su vida, su rostro y su oído, el mundo comenzó a posar su mirada sobre la historia que en definitiva terminó por galardonarla con el Premio Nobel de la Paz en año pasado.

Los hechos se remontan a mucho antes del fatídico día. Malala ya había comenzado a sentir, por herencia del discurso y la dialéctica de su padre, que las cosas no solamente no estaban bien respecto de la educación, sino también desde lo socio-cultural, allí en Mingora, Pakistan. El régimen talibán cercena, en especial a las mujeres, la posibilidad de recibir educación. La creación de un Blog que denunciaba esta situación a partir del registro cotidiano de la vida en su ciudad natal, fue una de las razones para que un fanático intentara poner fin a la vida de la adolescente. Lo demás es historia conocida, con la familia hoy instalada en Inglaterra desde donde continúa con la ardua tarea de mejorar la calidad de vida de la gente de su país.

Davis Guggenheim abordó “Él me nombró Malala” con la premisa de no convertir este delicado y jugoso tema en un mero guión épico sobre la supervivencia y el alcance de logros máximos, por el contrario, evita a toda costa los golpes que puedan desviar la atención de lo que pare él parece ser el tema central: La educación. Ya antes había hecho un trabajo excepcional con “Esperando a Superman” (2010), en el cual desmenuzaba el sistema de educación pública de los Estados Unidos, quitando un puñado de ejemplos del frío número de las estadísticas para concientizar al espectador sobre la despersonalización de los porcentajes, en función de cómo estos determinan las decisiones de gobierno.

Estableciendo un montaje paralelo entre la calidad de vida de Malala en Europa y lo que se ve en Pakistán (aquí está todo el lugar para criticar el discurso, aunque el director no parece querer alzar las banderas de nadie), el relato va progresando en intensidad a medida que los contrastes avanzan, porque son varios los aspectos de la vida de la niña (ahora está en plena adolescencia) que son tomados en cuenta como pilares para contarla: su estado de salud, la vida familiar, la vida política, etc. Aquí sorprende como alguien de esta edad puede hablar en las Naciones Unidas con tanta claridad, pero también como “La que guía” sirve como punta de lanza de denuncia para mostrar los defectos sociales de una humanidad que no parece avanzar. También queda lugar para cuestionar si la utilización de su figura de esta manera no atenta contra el natural desarrollo de su vida, y aquí también tiene que ver la educación de su padre. Todo tendrá respuestas.

Archivo, animación, compaginación dinámica, “Él me nombró Malala” es, por temática y por realización, un claro candidato al Oscar de la categoría en la próxima entrega de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood.