El mayordomo

Crítica de Agustín Neifert - La Nueva Provincia

Propuesta aleccionadora, pero no tan combativa

La parte por el todo: el filme resume la prolongada lucha de la población afroamericana por sus derechos civiles a través de un hombre sencillo, afable y honesto, pero que nunca pierde la conciencia de que trabaja para los blancos.
En la película se llama Cecil Gaines, pero el personaje está inspirado en Eugene Allen, quien trabajó como mayordomo en la Casa Blanca durante 34 años, desde 1957 hasta 1986.
Allí sirvió a siete presidentes (Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter y Reagan) y falleció en 2010.
El artífice de este cuento de hadas histórico es el afroamericano Lee Daniels, director de Preciosa y El chico del periódico.
La película posee la apariencia de una superproducción, pero no lo es, porque no tuvo el respaldo de ninguno de los grandes estudios, sino el aporte de una treintena de pequeñas compañías asociadas.
El protagonista también oficia de narrador de la historia. El relato comienza con un prólogo ambientado en 1926 en una plantación de algodón en Georgia, donde Gaines es testigo del asesinato de su padre. "He escuchado comenta años después sobre los campos de concentración. Aquí tuvimos campos de concentración durante doscientos años".
Gaines huye de ese campo y llega a Washington, donde trabaja en un hotel y luego es convocado para desempeñarse en la Casa Blanca. Se casa con Gloria y tiene dos hijos.
Su cercanía con los presidentes le permitió ser testigo involuntario de la historia que se "cocinó" en el despacho oval, en especial la evolución de las luchas de los negros por sus derechos.
Esa historia, además de la sucesión de los presidentes, tuvo algunos hitos fundamentales: los asesinatos de Kennedy, Martin Luther King y Malcom X, la Guerra de Vietnam y la aparición del aguerrido movimiento de los Panteras Negras.
Pero el director alterna la crónica de esos y otros episodios históricos, con escenas domésticas en la casa de Gaines: su relación con su esposa, que no oculta su hartazgo por el puntilloso esmero laboral del marido, y con sus hijos, en particular con Louis, el mayor, un rebelde con causa que ingresa a la universidad y se convierte en activista de los derechos civiles.
Esa actividad de Louis lo distancia del padre, que en términos ideológicos y de una manera simplista, puede resumirse en la apreciación que ambos tienen respecto del filme Al calor de la noche (1967), de Norman Jewison: mientras el padre la defiende, el hijo acusa a Sidney Poitier de ser un negro que interpreta papeles de actor blanco.
El director obtiene un producto más refinado que en sus filmes precedentes, pero el relato es convencional y algo disperso por un exceso de subhistorias y la vastedad del período evocado.
La película se propone aleccionadora en cuanto alegato contra las discriminaciones raciales, pero con una línea narrativa menos combativa que la del otrora contestatario Spike Lee.
A la mediocre caracterización de los presidentes, el director opone dos actuaciones que seguramente tendrán su reconocimiento en la próxima edición, en marzo, de los premios Oscar de la Academia de Hollywood: Forest Whitaker como el estoico Gaines y Oprah Winfrey (como Gloria), quien demuestra ser mucho más que una exitosa conductora televisiva.