El mal del sueño

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Una curiosa historia ambientada en África

He aquí una curiosa historia ambientada en Africa pero aplicable a todo lugar donde alguien con ciertos principios se deje llevar por la picardía y modorra moral del medio ambiente. Para el caso, un médico alemán destinado en Yaundé, capital de Camerun, que recrimina a sus colegas nativos la cómoda dependencia de ayudas económicas más allá del plazo previsto, y un francés de ancestros congoleños enviado por la Organización Mundial de la Salud para inspeccionar los gastos de un hospital regional beneficiado por tales ayudas. Entre ambos episodios hay tres años de distancia, pero pocos kilómetros.

También hay una misma enfermedad real y alegórica, la tripanosomiasis africana transmitida por la mosca tsé-tsé, parecida a la enfermedad de Chagas que acá transmite la vinchuca, pero más grave. En Angola y países cercanos, la enfermedad del sueño mata más que el sida. En Camerún, según dicen, está controlada.

Por ahí va el chiste de la película. Las autoridades sanitarias de ese país no necesitan más ayuda económica para dicho mal, o para la fiebre amarilla, que también se menciona, pero algunos pícaros inventan proliferación de casos, así les siguen llegando dinerillos que aplican a la compra de 4x4, terrenos, y esperemos que también insecticidas. Reveladora, la actitud despreciativa, soberbia, de los médicos europeos hacia los africanos en general. Y la habilidad de éstos para vivir a costa de los demás, esquilmando incluso a los de su propia raza. Y el contagio. El alemán no se parece para nada al Kurtz de «El corazón de las tinieblas»: ni quiere acabar con las bestias mediante la propia bestialidad de sus seguidores, ni elabora una mística, se deja aprovechar y cuando se hace el guapo casi se va al suelo. Simplemente, él se contagió por dejadez. Pero al otro hay que contagiarlo a la fuerza, hundiéndolo en plena noche en la selva de sus antepasados. ¿Podrá salir de esa? Ya dijimos, por ahí va el chiste. Lástima que termine siendo un chiste alemán.

Autor, el sobrevalorado Ulrich Kohler, de estilo despacioso, fragmentario, distante, poco sensorial, nada emotivo, pero bastante lúcido, muy franco, y en este caso con cierto permiso narrativo que le permite la inesperada y risueña incorporación de un hipopótamo «farmacéutico», posible pariente del caramonchón criollo.