El mal del sueño

Crítica de María A. Melchiori - Cine & Medios

Inquieto sueño tropical

Enamorado de la tierra africana donde ha misionado como médico en un proyecto humanitario, el doctor Ebbo Valten se resiste a dejar atrás el programa de erradicación de epidemias que con tanto éxito presidió, y que comienza a mostrar graves falencias. Al menos, este es el criterio de sus inversores. Nombrado un sucesor, Valten debe abandonar la casa donde fue feliz con su esposa durante tantos años y regresar a una Alemania que le resulta totalmente extraña, como si el paisaje irreal y por momentos pesadillesco de la jungla fuera más consistente con su humanidad que la civilización a la que debe volver.
Lo cierto es que Valten ha redescubierto una suerte de segunda juventud en esas tierras y pocas ganas tiene de dedicarse a la vida estándar de un burgués berlinés. Su hija adolescente lo percibe como a un extraño, y el desconocimiento es mutuo. No le seduce la idea de su mujer convertida en una activa mujer urbana. Entonces, demora la partida unas semanas más, dejándolas a ellas partir primero. Las semanas pasan y se convierten en meses, y su vida termina por parecerse más a aquello que creía evitar en la civilización, en lugar del sueño de la eterna juventud africana.
Así lo encontrará el doctor Alex Nzila, evaluador de los fondos destinados al proyecto epidémico frustrado y encargado de decidir el destino final de Velten. De inmediato, el recién llegado (hijo de inmigrantes africanos, pero totalmente integrado a la cultura e idiosincracia parisinos) percibe el extrañamiento hostil de esa tierra que conquistó al alemán y se siente amenazado, allí donde el otro se piensa como pez en el agua. La tensión creciente entre personajes y entorno va construyendo la trama de una historia que tomará ribetes cada vez más alucinados.
El director Ulrich Köhler, hasta ahora desconocido en nuestro panorama cinematográfico habitual, es un miembro de la camada más reciente de realizadores de cine alemán. En esta producción puntual es muy marcado en contraste entre el ritmo cansino del relato, más bien clásico en su estructura, y algunas escenas donde la cámara pareciera querer meterse en la piel de los personajes a través de un estudio dinámico de su expresividad, sin escamotear defectos e incomodidades al espectador. La tensión lograda con esos sencillos trucos trasciende lo sugestivo en un par de momentos insertos justo al inicio (el puesto de control militar) y a poco menos de la mitad del filme (cuando el doctor y su familia regresan a su casa rural y nadie acude a abrirles la puerta) como para dejarle claro al espectador que en este ámbito engañosamente tranquilo subyace un mar de fondo particular, que derivará en la resolución más sorpresiva.
Quizá con la digna excepción de la escena final, este film es uno de esos que producen, al momento de abandonar la sala, la curiosa sensación de ser olvidables. Como sucede con algunos sueños, que empezamos a olvidar al momento de despertar. Pero esto no lo convierte en un filme de descarte ni mucho menos, sino en una opción para quienes ven en el cine una posibilidad de reflexión creativa, donde las preguntas no quedan únicamente del lado del director. Ajustada en su timing, cumple con sus premisas y poco más.