El mal del sueño

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

La metamorfosis de Köhler

En sus dos primeras películas, Ulrich Köhler puso en escena la cuestión del territorio, la pérdida de la identidad y la dificultad para encontrar un lugar propio, mediante relatos con personajes en fuga donde la cotidianeidad era trastocada por una extrañeza inquietante. Su nueva película posee una ambición aún mayor; El mal del sueño se pregunta por el papel del hombre blanco en África y extiende la incomodidad existencial a todo el continente europeo. El director plantea temas complejos sin dar explicaciones ni respuestas fáciles y expone, sin ser didáctico ni complaciente, el paternalismo y la dificultad para deshacerse de los reflejos colonialistas.

El mal del sueño es una película en dos tiempos sobre la metamorfosis africana de un médico alemán. Ebbo Velten se deja abrasar por la naturaleza, las bellezas y los rigores de Camerún durante largos años de ayuda humanitaria. El viejo doctor lamenta haber dejado a su familia en Alemania pero no desea regresar a un país que ahora le resulta ajeno. Desgarrado entre dos continentes, entre dos vidas distintas y contrarias, Ebbo termina por desaparecer en las profundidades de la selva. Años más tarde, Alex, un joven médico francés de origen africano, irá a su encuentro para auditar su trabajo, pero sólo encontrará un fantasma.

La película se divide en dos partes completamente distintas, con dos historias cuyo único vínculo es la campaña médica, con dos relatos que sólo tienen en común la presencia del viejo médico. El mal del sueño sigue los rastros de la extraordinaria White material de Claire Denis, construyendo de a poco una tensión interior que proviene de la influencia de África, de su clima y de su ritmo diferente, sobre los europeos. La violencia con la cual Alex reacciona ante los múltiples retrasos y obstáculos que encuentra a su llegada demuestra que es imposible hacer el mismo trabajo a un ritmo europeo y pone de manifiesto que lo que está en juego no es la productividad sino la simple supervivencia.

Köhler presenta la corrupción, la enfermedad y el devenir de las subvenciones como telón de fondo, pero se interesa más en la mirada de los europeos hacia África que en los temas africanos propiamente dichos. El cineasta muestra con realismo pero sin solemnidad las relaciones de clase entre el médico y su empleado, la ambigüedad del post colonialismo (“El mercado está en condiciones de responder a los problemas de África”, declara un funcionario cínico), los detalles de la vida cotidiana (embotellamientos, camionetas importadas que se compran al contado, vendedores ambulantes de zapatillas que portan la insignia sobre sus cabezas) y algunas taras propias de nuestro tiempo (la obsesión por la evaluación y el plan de negocios). El mal del sueño se apoya también en los géneros, en el registro fantástico de la cacería nocturna o con la comicidad que atraviesa toda la película, desde el humor negro de la cesárea interrumpida hasta la forma con la que cada uno de los protagonistas intenta adaptarse a un continente obstinado. Pero la audacia de Köhler no se limita al original uso del humor sino que toma las direcciones más sorprendentes, como abandonar el relato a mitad de camino para comenzar uno nuevo, cambiando el personaje principal sin perder el rumbo.

Los que vieron el plano secuencia final de Bungalow saben que Köhler posee un talento raro para la puesta en escena. Delante de su cámara la naturaleza es aterradora: las plantas son gigantescas, la selva no ofrece ningún resquicio para ver el cielo y la espesa bruma impone un silencio inquietante. Sin perder de vista el relato, la película prosigue su camino hacia lo extraño y lo maravilloso. Del mismo modo en que la heroína de Windows on Monday caía de manera casi sobrenatural sobre un hotel perdido en pleno bosque, la deriva de El mal del sueño culmina con una secuencia nocturna tan impresionante como inesperada. La leyenda se materializa y el título adquiere una dimensión onírica consustancial al cine.