El mal ajeno

Crítica de Cecilia Martinez - A Sala Llena

La Vergüenza Ajena

El Mal Ajeno es una de esas películas que, sin previa investigación demasiado exhaustiva acerca del argumento, me llamaba la atención, lo suficiente como para augurar un buen puntaje.

Sin embargo, a media hora de iniciada la película, tuve una epifanía, una gran verdad se reveló ante mis ojos: mis predicciones fallaban violentamente al tiempo que mis sentidos no daban crédito de lo que salía inescrupulosamente de la pantalla.

La historia arranca con cierta cuota interesante de misterio e intriga; Eduardo Noriega (Diego) en la escena del estacionamiento; un disparo, un suicidio; nada queda muy claro y uno se ve, aunque solo lacónicamente, atrapado por una historia que termina desdibujándose por completo; más que desdibujarse, me atrevo a afirmar que esta historia se convierte en un mamarracho, derrapa por completo para concluir en una sucesión de escenas finales dignas del más paupérrimo film melodramático de Hallmark Channel.

Supuestamente, a medida que avanza la historia, somos testigos de la “transformación” de Diego, que muta del harto conocido cliché barato de “médico insensible, frío, totalmente desapegado de sus pacientes” a “médico afectivo, conectado con sus sentimientos e involucrado con sus pacientes”, al punto de poder salvarlos, curarlos con sus manos (Sir Elton debería reclamar derechos de autor; “Healing Hands” hay solo un par y, sin lugar a dudas, son las tuyas y no las de Noriega, Elton). O sea, todo lo que toco lo convierto en sanito hasta que, de golpe, así de la nada, como todo en esta película, mis manitas no solo no salvan más vidas, sino que empiezan a matar a mis seres queridos. ¡Tremendo! No satisfechos con estar presenciando semejante aberración guionística, somos testigos de una última e interesantísima vuelta de tuerca: el de las manitas mágicas salva-vidas es capaz de transferirle el don a ciertas personas –así como él lo recibió de alguien en primer lugar– pero no a cualquier persona, sino a algunas cercanas a él, que convienen para el propósito de la historia, y que vienen a ser como él, una suerte de ángeles que salvan vidas y regalan bebes por ahí. De un patetismo pocas veces visto.

Oskar santos intenta contar una historia sobre la conflictiva interna de los protagonistas, sobre sus incapacidades, sus limitaciones, sus desgracias, sus miedos, y agrega este elemento sobrenatural o fantástico, el don de Diego, clara influencia de Alejandro Amenábar –quien se define como “mentor” de este trabajo– y clara influencia de autores como Henry James y Edgar Allan Poe, ya vista en otros films dirigidos por Amenábar, en un intento por llevar adelante una historia que no termina provocando más que un sentido rechazo por parte del espectador. Justamente, lo que se produce en obras pertenecientes al género de lo sobrenatural es el fenómeno denominado “suspensión de la incredulidad”: el espectador es consciente de que lo que está viendo no pertenece al mundo de lo real; sin embargo, elige voluntariamente hacer caso omiso de ello y adentrarse en el mundo fantástico que se le presenta, sin cuestionar la verosimilitud de los acontecimientos sobrenaturales. Lo que ocurre con esta película es que, al ser la historia tan disparatada y ridícula, no suspendemos la incredulidad; por ende, lo que vemos nos choca y lo rechazamos. Lo rechazamos al punto de sentir que estamos frente a una parodia o una sátira; yo, por momentos, tenía la sensación de estar viendo una remake barata de Spider Man, con el gran lema de “un gran poder conlleva una gran responsabilidad, Peter”. ¡Por lo menos con Spider Man me entretuve un poco más!

Otra cosa que no ayuda en absoluto a la historia es el hecho de que muchas escenas están totalmente sobreactuadas e hiperbólicas (Angie Cepeda, cuando llora sobre la tumba de su hermana; Carlos Leal, cuando le dice a Belén Rueda “y todo esto es por tu culpa”; varios momentos en los que Noriega llora, o intenta llorar; algunos momentos en los que Noriega intenta “reconstruir” su relación con su hija y demostrarle todo lo que no le demostró en sus 19 años de vida; entre otras tantísimas), con el único propósito de sobre explicar todo, de no dejar duda alguna acerca de qué le pasó a cada personaje y qué lo llevó a estar en la situación en la que está. Otras escenas resultan inverosímiles pero no por el “condimento fantástico”, sino por la torpeza de su inserción. Un ejemplo de ello es la muerte de la hermana de Angie Cepeda o, más que su muerte, la reacción de sus dos perpetradores ante ella. A esa altura de la película, yo ya estaba totalmente entregada y resignada a que, lo que restaba, no fuese más que una sucesión de sinsentidos y cursilerías de la peor calaña.

Sumado a todo eso (o restado), la casi inexistente química que hay entre Noriega y Rueda es sorprendente, aunque más sorprendente e inverosímil resulta, en verdad, la inclusión de esa historia en la película que, como casi todo en ella, es totalmente constreñida y no aporta nada en absoluto.

Pero bueno, quizá podamos desprender cierto mensaje de esta conmovedora e intrigante historia, algo así como “hay una luz cuando la oscuridad desaparece, tócame ahora y haz que vuelva a ver, arrópame ahora en tus tiernas manos que curan”, o quizá lo único rescatable de la película sea Eduardo Noriega a quien, por lo visto, los años le sientan maravillosamente bien. Aunque, ojala los años trajeran un poco más de sabiduría, o por lo menos una pizca de tino, a la hora de elegir roles, ¿no, Eduardo?