El llanto

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

El llanto no tiene grandes pretensiones ni otorga concesiones al espectador. En la primera secuencia vemos a un hombre joven con el bolso al hombro andando por un camino rural; a continuación, una mujer desolada, recién amanecida en una cama semivacía. La historia ínfima que nos contarán es la de esa separación: no sus causas, sino su transcurrir desde el punto de vista de la mujer que, mientras transita un embarazo, aguarda noticias de su pareja.

La economía narrativa es el sello de esta película de espera. No hay casi diálogos y la mayor parte de las escenas son largas tomas con cámara fija. Un largo viaje en una camioneta que transporta a tres mujeres que no se dirigen la palabra; una mujer lavando la ropa; un hombre mirando una pelea de boxeo por televisión. Hernán Fernández no teme aburrirnos; es más, se diría que se lo propone. Cuenta a través de las sensaciones que provoca: tedio, monotonía, apatía.

Así transmite los interminables días que vive la protagonista mientras espera la llegada de su bebé tanto como novedades de ese hombre que se fue a otra parte a buscar un futuro mejor para los tres. Sola en su precario rancho en el medio de la nada -la película fue filmada en Primer Ingenio Correntino, un pueblo a veinte kilómetros de la capital provincial- habita un mundo quedado en el tiempo, abandonado por el progreso, carente de electricidad, agua corriente, telefonía. Para comunicarse con su pareja debe esperar su llamado en el teléfono público del almacén. O tenerle paciencia al correo tradicional. La religión es su único refugio.

Los no-actores que integran el elenco no deben hacer grandes esfuerzos por parecer naturales: en esta ficción de observación, donde cada detalle dice más que los personajes, la frontera con el documental está borroneada y el drama casi no tiene disfraces.