El llanero solitario

Crítica de David Obarrio - Cinemarama

That’s entertainment

El cine mainstream americano nos acostumbró últimamente a no esperar nada del cine, por lo que una cosa como El llanero solitario puede permitirse hacernos pasar dos horas y media frente a la pantalla sin el mínimo sobresalto y sin que puedan pesar reclamos de ninguna especie sobre una práctica semejante. Como suele ocurrir con productos de índole parecida, la película entrega varias cosas en un mismo envase con un grado módico de compromiso, sin molestarse siquiera en ejercer el simulacro de alguna pertenencia a lo que llamamos cine, esa experiencia cada vez más esquiva cuya nomenclatura se invoca en casos como estos solamente por inercia. El llanero solitario tiene las destrezas justas que se presuponen en un entretenimiento de muchos millones de dólares. No da un gramo por el que no se haya pagado; su superficie lujosa involucra actores de prestigio y un despliegue técnico que disfraza su carácter rutinario en la palidez descorazonadora del conjunto. Decir que Johnny Depp parece recién escapado del set de Piratas del Caribe es menos una broma obligada que la constatación de un mecanismo cada vez más frecuente en el cine global, que por momentos hace prácticamente indistinguibles unas películas de otras. El llanero solitario es un compendio cabal de gracias narrativas, pericias industriales, fuegos de artificio digitalizados, volteretas de guión, todo con sensibilidad de bajo vuelo y en muestras homeopáticas: en definitiva, notas más bien impúdicas sobre un cierto estado del cine de Hollywood. La película no solo pide un espectador pasivo sino que ella misma también lo es, forzada a repetir una colección de taras para las que no se tiene un diagnóstico, básicamente porque esta clase de películas no puede nunca mirarse a sí misma –es decir, es incapaz de reflexionar– sin antes abdicar de su condición de cine zombie, que echa a andar con una carencia de autonomía de origen, apretado por el peso de la maquinaria burocrática de la que es hijo. El llanero solitario, se puede decir, se encarga de entretener, está llamado a eso. Pero es entretenimiento sin delicadeza ni generosidad. La película es ligera, un poco tonta, y tiene demasiada confianza en que el espectador va al cine para dejarse zamarrear alegremente por los mercaderes de turno. El llanero solitario ni siquiera se hace demasiado larga: sus emociones modestas de circo malo nos recuerdan, acaso sin proponérselo, que las horas vuelan.