El llamado salvaje

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

Primera objeción: el título de estreno en Sudamérica “El llamado salvaje” suena confuso. Se entendería mejor como “El llamado de lo salvaje”, más fiel al libro clásico de Jack London aquí editado como “El llamado de la selva”, que cuenta la historia de un perro hogareño convertido en salvaje debido a la maldad de muchos seres de vida menos cómoda que la suya, y el encuentro, o acaso el reencuentro ancestral, con la naturaleza. En plena “fiebre del oro”, él ha de enfrentarse a “la ley del garrote y el colmillo”, saldrá victorioso y encabezará su propia jauría.

Segunda objeción: comparada con el libro, que data de 1903, la película está más que pasteurizada. Generaciones de niños lo leyeron sin mayores traumas pese a las bestialidades que en él se cuentan, pero ahora casi todo eso se oculta o se suaviza, o se cambia de villano, en atención a lo “políticamente correcto”. Con todo, es un buen entretenimiento, emocionante en algunas escenas, luce un nivel técnico notable, y respeta en varios aspectos el espíritu de la novela. Por empezar, está protagonizada por un perro.

Bueno, es un perro digital, pero no importa. Los humanos son todos humanos, dentro de lo que cabe (Harrison Ford, Omar Sy, Dan Stevens y la india chipewa Cara Gee, con un personaje que no figura en el libro, pero igual se agradece), pero los perros, el conejo, el oso, los alces, unos cuantos paisajes, son todos de laboratorio digital. Elogios para el supervisor Illia Afanasiev (las nuevas de “Godzilla” y “Pokemon”) y el director Chris Sanders, coautor de “Lilo & Stich” y “Cómo entrenar a tu dragón”. Sobre el adaptador, Michael Green (“Blade Runner 2049), pueden caer algunos palos, pero también elogios por dos escenas de rescate durante el viaje del correo postal, que son puro invento suyo (y no sabemos si London las hubiera aprobado).

Postdata: versiones también atendibles, las de Charlton Heston, 1972, y Rutger Hauer, 1997. Por su parte, la de Clark Gable con Loretta Young, 1935, cambiaba casi todo, salvo la raza del perro.