El llamado salvaje

Crítica de Nicolás Ponisio - Las 1001 Películas

"El llamado salvaje", perro que es CGI no muerde.

Los escritos de Jack London siempre fueron dotados de un respeto y un amor inmenso hacia la naturaleza, la vida silvestre y los parajes explorados por la invasiva presencia del hombre. El llamado salvaje, una de sus novelas más reconocidas junto a Colmillo blanco, vuelve a ser adaptada a la pantalla grande por el director Chris Sanders, responsable de guionar y co-dirigir films de animación como Lilo y Stich, Cómo entrenar a tu dragón y Los Croods. Esta vez se pone tras las cámaras por cuarta vez, la primera en solitario y la primera con actores y locaciones reales, aunque de eso habrá muy poco.

La clásica historia sigue las vivencias de Buck, un perro que es separado de su adinerado dueño para ser explotado y sobrevivir en las salvajes tierras del Yukon en el norte de Canadá. Dividida en dos partes, la historia se encuentra claramente marcada por la entrañable relación de Buck con los otros personajes que encuentra a su paso. Primero acarreando junto con otros perros el trineo de la correspondencia a cargo del amigable Perrault (Omar Sy) y su mujer Françoise (Cara Gee), luego sirviendo de cuidado y compañía del solitario John Thornton (Harrison Ford) quien, al igual que Buck, realiza su propio viaje de crecimiento tras la muerte de su hijo.

El relato toma forma de manera muy clásica y convencional, sin sorpresas en su desarrollo. De manera simple se relatan los maltratos y bondades por las que el animal pasa en su transformación de ser un perro hogareño a convertirse en un perro salvaje que encuentra su lugar en la naturaleza junto con los lobos, símbolo de guía espiritual para el can y un recordatorio de la libertad salvaje previa al adiestramiento humano. Todos los elementos autorales de Jack London están presentes en el film, pero es la combinación de su estructura demasiado simple y el fallido aspecto visual lo que hace que no sobresalga o destaque en buenos aspectos.

El exceso de efectos visuales digitales, la sobrecarga de filmación en torno a la utilización de pantallas verdes causa el efecto completamente opuesto al del espíritu de la historia a contar. Lejos de abrazar a la naturaleza en toda su forma, la implementación de paisajes e incluso de animales creados por computadora (incluyendo al perro protagonista), se produce una lejanía absoluta de verosimilitud. El comportamiento perruno es caricaturizado o dotado de reacciones humanas que le restan al film cualquier atisbo de naturalidad. Toda la idea y el mensaje que se haya dentro de la historia son hechos a un lado por completo en la forma escogida de darle vida al relato. Si es que algo de vida puede haber en él.

El llamado salvaje termina resultando un film desprolijo que distrae debido a una afeada estética que va en contra de todo lo que plantea el mismo desde su base original. Lo acartonado de sus sucesos, y más aún de sus personajes como ocurre con el vil antagonista Hal (Dan Stevens) que explora la tierra en busca de oro, termina brindando un trabajo desparejo y conflictivo en sus formas. Toda interacción de los personajes humanos con los animales o el espacio donde se desarrollan la aventura son una pobre recreación de la verdadera vida salvaje. Así como muchas veces el lenguaje de una adaptación literaria no funciona de la misma manera en el aspecto audiovisual, en esta ocasión tal vez es Chris Sanders quien no supo, ni quiso, trasladarse del cine de animación a la realidad filmada. Todos los perros van al cielo y, en el caso de este film, todos los perros van a postproducción.