El llamado salvaje

Crítica de Lucas Manuel Rodriguez - Revista Meta

En los últimos meses, Disney realizó dos películas que, si lo opinamos azarosamente y por sentido común, podríamos catalogarlas como ‘Twin Films’ o ‘Mockbusters’. Por definición, se trata de dos films con argumentos similares, con estéticas hermanadas y producidas por estudios diferentes. Hablamos de ‘El llamado salvaje’, recientemente estrenado en los cines de todo el mundo, y ‘Togo’, disponible en el streaming Disney Plus desde el diciembre pasado.

Si bien el largometraje del que nos ocuparemos parió el logo de la emancipación de Fox, con 20th Century Studios, se trata de una propuesta elaborada también por la casa del Ratón. Sin embargo, la anulación de la nomenclatura de films gemelos no se debe solo a la presencia de una productora diversificada, sino al hecho de que dichas dos películas representan dos momentos históricos ampliamente distanciados, geográfica y temporalmente.

‘Togo’, protagonizada por Willem Dafoe y su perro de trineo cuyo nombre es el mismo que el de la película, está ambientada –al igual que ese fracaso comercial de la mano de Amblin, pero recuperado por repetidas y triunfantes emisiones televisivas, que fue ‘Balto’ (1995)- en la Alaska de 1925, durante el período conocido como “La gran carrera de la Misericordia”; mientras que en ‘El llamado salvaje’, con Harrison Ford y su amigo Buck -el protagonista principal-, también perro de trineo, se escenifica “La Fiebre del Oro” californiana de mediados del siglo XIX.

Se sabe que el libro de Jack London -el novelista y periodista estadounidense- cuenta con múltiples adaptaciones audiovisuales, desde su publicación original en 1903. La más recordada, en gran parte por los elogios de The Hollywood Reporter y The New York Post, es la de 1996, en la que Richard Dreyfuss aplicó su voz en off como narrador y Rutger “Lágrimas en la lluvia” Hauer, como ahora Harrison Ford, encarnó a John Thornton.

Esta nueva transposición cuenta con James Mangold como co-productor y Janusz Kaminski –colaborador constante de Steven Spielberg desde ‘La Lista de Schindler’- de director de fotografía. Dos nombres que han trascendido en los últimos días como los principales responsables de la quinta entrega de Indiana Jones, junto al propio Ford, por supuesto.

Con los primeros trailers publicitarios llegaron los primeros tomatazos, por el uso de imágenes generadas por computadora (CGI) para todos los animales presentes en el film. Algo que de alguna forma rememora a la primera ‘Blade Runner’, donde todas las mascotas son artificiales. A esto sumemos la voz en off de Harrison Ford, de la cual diremos, en la película de 1982 nunca fue un problema, pero en este caso, por momentos, lo es.

Reiteración de conceptos perfectamente narrados por lo visual, los hay, y ni hablar del último diálogo previo al corte a créditos para justificar el título. Esta es la única falencia, de a ratos, en ‘El llamado salvaje’. A no cometer el error de pensar que la voz en off es un recurso exclusivo y didáctico para los idiotas. Puede serlo, pero no dejemos en el olvido ‘Apocalypse Now’ o ‘La Dama de Shanghái’. A veces el insulto a la inteligencia proviene de la imagen. Como sucede en la más reciente ‘The Lighthouse’, que sí, es una película extraordinaria, pese a que su último plano reproduce al pie de la letra el destino de Prometeo.

A todo esto, ¿qué se puede decir a favor de esta propuesta? Mucho. Está lo de siempre, sí. Un perro con un itinerario que rememora el concepto de una vida “larger than life”, este relato jamás fue otra cosa. Lo cual no implica que el director Chris Sanders y compañía se hayan olvidado de explorar recursos poéticos en términos prolíficos. Todo lo contrario.

No anticiparemos mucho, este es uno de los casos en los que puede dañarse la experiencia personal con datos mínimos. Sin embargo, recordamos que la puesta en escena es una herramienta que sobrevive al spoiler, puesto que es algo que no se puede comprender sin el visionado particular de una película.

Dicho esto, estamos ante un film que no desatiende los fuera de campos, las angulaciones de las cámaras y la repetición intencionada de cierto elemento: en este caso, el de un garrote domesticador que aparece en tres ocasiones y aplica perfectamente a la tríada semiótica de índice, ícono y símbolo, porque su reaparición nunca es igual y a la vez no muta ni objetiva, ni materialmente. El vínculo con Buck y dicho elemento es lo que se propaga a lo largo del film, pero es, y siempre fue, un garrote.

¿Se le podía pedir algo más a este film? Sí. Reiteramos, menos obstáculos entre la imagen y la poética verbal del personaje de Harrison Ford.; ¿algo más por festejar? Sí. Todos los animales tienen un mínimo de expresividad que superan cualquier segundo de ese desperdicio monumental que fue ‘El Rey León’ de Jon Favreau. Todo lo demás corre por la cuenta de la mirada atenta del espectador.