El llamado salvaje

Crítica de Ezequiel Boetti - Página 12

"El llamado salvaje": yo soy tu amigo fiel

Sin correrse demasiado del subgénero de películas protagonizadas a partes iguales por perros y humanos, el film de Chris Sanders se apoya en un perfecto CGI y el oficio del veterano actor.

Las películas sobre relaciones entre perros y humanosconforman un subgénero con sus propios códigos. Con la rotación en canales de aire durante las tardes domingueras de verano como destino inexorable, casi todas repiten la presencia de un protagonista solitario lastimado por el pasado –casi siempre interpretado por algún galán maduro como Richard Gere, Dennis Quaid o, como en este caso, Harrison Ford- cuya vida cambia radicalmente ante la aparición del canino. Suelen seguir arcos narrativos que pueden incluir o no algunas situaciones cómicas, pero más temprano que tarde terminarán arrojándose de cabeza al drama lacrimógeno. Allí están, entre otras, Marley y yo, Siempre a tu lado o las recientes La razón de estar contigo y Mi amigo Enzo, nómina a la que desde este jueves se suma El llamado salvaje, un film producido por el flamante 20th Century Studios, bautizado así luego de la compra de Fox por parte de Disney.

Buck es un gigantón mezcla de Pastor y San Bernardo que vive muy tranquilo, al cuidado de una familia en un caserón del sur estadounidense. La escena introductoria lo presenta haciendo lo que hacen los perros en las películas de perros: rompiendo cosas con la cola, llevando el diario a su dueño, babeando como un paciente psiquiátrico sobremedicado, despertando a los chicos con saltos en la cama. No es un arranque muy auspicioso que Buck sea una suerte de Scooby-Doo ni que esté creado a través de capturas reales y efectos especiales. A la película le cuesta congeniar ambos métodos, generando una heterogeneidad visual que dificulta “entrar” en el verosímil del relato. De todas maneras, el resultado es más coherente que en El Rey León, donde el fotorrealismo digital la acercaba más a un documental de Animal Planet que a una película. Se agradece, además, que los perros, si bien representan sentimientos humanos, no hablen sino que se comuniquen a través de gestos y miradas.

El asunto se complica para el buenazo de Buck cuando un grupo de ladrones lo secuestra para venderlo a los exploradores que, a fines del siglo XIX, época en la que transcurre el relato, viajan hasta el norte del continente en busca de oro. Buck, perro enorme pero de patas delicadas y alimentación balanceada, terminará integrando el equipo de canes que tracciona el trineo del correo. Un trabajo al principio difícil, pero que nuestro héroe empezará a disfrutar a medida que los viajes se vuelvan cotidianos. El problema es que el líder de la jauría es un siberiano negro y de mirada penetrante que no está muy contento con la fuerza y el poder del recién llegado. No es descabellado pensar que la resolución de este conflicto perruno, con el villano filmado en contrapicado en medio de una noche oscura, es la que debería haber adoptado Disney para El Rey León versión 2019: el siberiano es un ser tanto o más detestable que Scar (el tío de Simba y autor intelectual del asesinato de Mufasa) aun cuando no diga ni una palabra.

Desde esa pelea en adelante, Buck asume un liderazgo solo interrumpido por el fin del servicio postal en trineo ante la inminente llegada del telégrafo. Los perros pasarán a manos de un malvado buscador de oro, hasta que entra en escena John Thornton (Ford), que llegó hasta Alaska aquejado por los recuerdos de su hijo fallecido y su esposa. Basta haber visto un par de películas con perros –y recordar la traducción regional del título original- para presumir que, efectivamente, entre los dos surgirá una amistad. Con los viajes de la dupla por terrenos inexplorados, El llamado salvajeadquiere una suave tonalidad de aventura decimonónica a la que entrevera una buena cantidad de situaciones sentimentaloides, hasta amarrar en un puerto donde los espectadores son recibidos con una cajita de pañuelos.