El libro de los secretos

Crítica de Federico Karstulovich - Otros Cines

El movimiento falso

Hay un plano interesante como muestra del planteo estético de El libro de los secretos (si no ha visto la película, no siga leyendo y salte al siguiente párrafo): Atrincherados en la casa de dos supervivientes del holocausto nuclear que ha enfrentado el planeta tierra, Eli y Solara (Denzel Washington en piloto automático pero bien predispuesto y Mila Kunis, predispuesta, respectivamente) resisten los embates de una patrulla parapolicial de ladrones y saqueadores a manos de Carnegie (un Gary Oldman en histérico tour de force, cada vez más parecido físicamente al Drácula de Coppola y sin necesidad de maquillaje). Eli tiene algo que Carnegie quiere pero no lo va a entregar hasta las últimas consecuencias. Se desata una balacera, una suerte de Asalto al precinto 13 en pequeñísima escala (la escena dura unos siete minutos). De repente, los Hughes abandonan un criterio relativamente coherente de puesta en escena y reponen el memorable (para mal) plano secuencia semicircular de Bad Boys II y Swordfish: los hombres de Carnegie ametrallan la casa dejándola hecha un queso gruyere de madera y vemos la balacera por medio de un desplazamiento que atraviesa todo el interior de la casa, sale por uno de los agujeros de las balas y termina con el mortero y su ametralladora disparando a cámara, para luego volver al punto de partida y terminar el asunto. Tarea lograda y fin de la cuestión… aparentemente.

Es interesante pensar qué concepción tienen los hermanos Hughes del cine y sus procedimientos. No me refiero a la estilizada violencia que puede presuponerse implica el susodicho plano que describí, sino a los usos, a la función de cierto imaginario visual que es dispuesto frente a cámara.
En ese desplazamiento aparecen, como ejemplo, muchos de los peores errores que la película carga en sus hombros. De haber reflexionado sobre alguno de estos procedimientos, estaríamos hablando de una película del montón pero amable al fin. Veamos de qué se trata esto:

Diseño de producción. Estamos frente a una película que centra una de sus cartas más importantes en el diseño del imaginario post apocalíptico. Lo que vemos suena a rejunte que va de La guerra de los mundos, La carretera, Soy leyenda, El amanecer de los muertos y Mad Max II, por mencionar algunos casos de la lista. Nada de eso está mal, simplemente que la apuesta fuerte por el lado físico, material de ese mundo no afecta, no sorprende ni molesta: es decir, estamos ante un falso materialismo de la imagen. No se nos genera la más mínima disposición a interesarnos por ese mundo. Es como si hoy una película de ciencia ficción quisiera presentarnos el imaginario visual de Blade Runner o Star Wars. Cuando menos le recomendaríamos no apostar todas las fichas ahí.

Puesta en escena. El anteriormente mencionado diseño de producción tiene un poco feliz correlato con una puesta en escena que despliega una histeria audiovisual ruidosa. Hay, en este sentido -y para ampliar el concepto- un cine con mayúscula con dos variantes: un cine de ideas grandilocuentes y un cine gritón. A la segunda categoría responde El libro de los secretos, no por sus pretensiones estéticas sino por su necesidad de reforzar un diseño ampuloso que necesita narrar por medio de planos generales y primeros planos sonoros pero sin mayor criterio narrativo del uso de tales tamaños. Se presume, de esta manera, una elección: imponer el verosímil por agotamiento de recursos. Un hiperrealismo fallido.

Engaños narrativos. Los Hughes ya han demostrado en films anteriores que su fuerte no es el guión. En cierta medida, las películas endebles que se posicionan en la construcción de un guión sólido lo hacen en pos de un artilugio que los salve de aquellas incoherencias que no se resolvieron afirmativamente en rodaje. En El libro de lo secretos tenemos bastante de estas ideas “ingeniosas”: idas y vueltas en la perspectiva y el punto de vista que remite al protagonista, hechos que no cierran pero que se resuelven con la simpleza de un Deus est machina y finalmente, una resolución que apela a la consabida y clásica perspectiva invertida: narrar en primer persona la historia que se reconoce míticamente en tercera (básicamente la historia del Mesías), decisión que podría haber sido mucho más honrosa de no estar plagada por tantas irregularidades narrativas.

Releo la nota y me doy cuenta que el plano mencionado no deja entrever todos estos aspectos; sin embargo, resulta una buena excusa, un buen punto de partida: un planteo estético de un plano vacío de ideas es directamente proporcional a una película quieta. Las imágenes nos hacen creer que la película avanza hacia algún lado, en el fondo, estamos ante un movimiento falso.