El libro de la vida

Crítica de Mariano Torres - Fuera de campo

La cultura mexicana, según Hollywood, a menudo se limita a un par de mariachis, comida picante, alguna que otra calavera y mucho, pero mucho, tequila. Bigotes falsos y sombreros raros XL adornan a estos simpáticos personajes, a no ser que lo que se esté contando no sea una comedia de estereotipos sino un drama, y ahí, sí, se quitan algunos colores (pero no el moreno) y se agregan escobas y trapos. El Libro de la Vida es una película de animación que versa sobre las costumbres mexicanas pero con una ventaja respecto a la fidelidad para con esta cultura: está realizada, al menos desde los roles creativos (guión, dirección y producción ejecutiva) por talentosos mexicanos de pura cepa, como el animador Jorge R. Gutierrez (creador de El Tigre: Las Aventuras de Manny Rivera) y el ya legendario Guillermo Del Toro, aquí como productor. Y ahí es donde felizmente se siente una enorme diferencia.

Conviene tener en cuenta que la película busca, principalmente, acercar al mundo las costumbres célebres de los mexicanos, en especial aquella que rinde culto a los difuntos y sucede cada primer y segundo día de Noviembre: “El Día de los Muertos”. Es cierto que la obra entera es un anuncio que invita turísticamente a “conocer México”, pero es uno tan ecantador y sincero que, lejos de una larga y tediosa publicidad, realmente da ganas de tomarse el primer avión a la parte hispana que también queda en Norteamérica.

La historia es contada a través de una misteriosa guía de museo que se ve ante la difícil tarea de entretener a un grupo de niños revoltosos. A modo de cuento fanástico y basándose en anécdotas que borran la delgada línea existente entre la tierra de los vivos y los muertos, la trama va desenredando un sinfin de colores vívidos a través de un trío de protagonistas muy simpáticos que luchan por amor, honor y orgullo. Manolo (Diego Luna) y Joaquín (Channing Tatum) se disputan el amor de María (Zoe Zaldana) y lo hacen siempre a través de sus raíces, uno desde lo combativo y el otro desde lo artístico. Manolo es un torero con un corazón demasiado grade como para matar a un animal y que por eso expresa sus sentimientos a través de su floreada guitarra, mientras que Joaquín es un general corpulento que defiende al Pueblo de bandidos y anhela también el corazón de la misma mujer. María es la dama en disputa, pero pensarla como un trofeo sería un error: el guión de Gutiérrez es también un alegato en contra del machismo y las tradiciones arcaicas. Mientras tanto, a través de un recurso lúdico, quienes ofician de narradores omniscientes son ni más ni menos que la Catrina (emblema de la cultura mexicana) y Xibalba, su contraparte.

Desde lo estétitico y lo narrativo, El Libro de la Vida es una de las películas más hermosas de animación jamás realizadas, y también aquella que mejor representa el espíritu de esta celebración y cultura hispana. Todo un logro para una pantalla que, cuando viene empacada con decenas de stickers importados, suele arrojar deformaciones al sintetizar una cultura en un envase for export. El único triste desacierto en esta producción es la música (original, de Gustavo Santaolalla y no original, de un sinfin de artistas reversionados), que parece no ponerse de acuerdo con las intenciones del resto de la película, y se basa en covers poco felices y forzados de canciones célebres de rock que poco tienen que ver con un hermoso país que, para colmo, también es poseedor de una hermosa música. Afortunadamente, es apenas éste único aspecto en el cual El Libro de la Vida falla, pero todos los demás aciertos hacen que sea éste uno de los films animados más logrados de los últimos años.