El libro de la vida

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Bocanada de frescura animada por originalidad e impronta personal

En tiempos de pocas ideas la calidad y la inventiva causan sorpresa. Un recorrido histórico, útil para valorar las raíces, las tradiciones y el traspasamiento generacional, es sólo una las varias virtudes de “El libro de la vida” que se instala en el podio de las tres mejores de animación de esta temporada vernácula, junto con “Las aventuras de Peabody y Sherman” (2014) y “Frozen, una aventura congelada” (2013).

En la primera escena un grupo de chicos revoltosos de la primaria hacen lío frente a un museo de historia. Se muestran agresivos entre sí y para con su entorno, poco tolerantes e irrespetuosos. Primero por belleza, luego por presencia; son abordados por una empleada del establecimiento quien dándoles un calificativo de especiales a los chicos los conduce a un ala secreta del museo donde conocerán una vieja leyenda (seguramente con algo para aprender). Según ella, antiguamente se creía que más allá de la vida el universo se divide en dos: La tierra de los recordados gobernada por La muerte (Kate del Castillo), y la Tierra de los olvidados, a cargo de Xibalba (Ron Perlman, doblaje de Miguel Ángel Ghigliazza)

Ambos sectores son mantenidos en equilibrio imparcial por El hombre de cera (Ice Cube, doblaje de Gerardo Reyero). Los “dioses” observan, se divierten. Posan su atención en Manolo (Diego Luna, doblaje de Ángel Rodríguez), Maria (Zoe Saldana, doblaje de Sandra Echeverría) y Joaquin (Channing Tatum (doblaje de José Gilberto Vilchis). Son amigos desde la infancia con el deseo de aventura y adrenalina como factor común pero, además, los chicos comparten sendos enamoramientos de su amiga. Frente a la tentación, La muerte y Xibalba apuestan a ver quién se queda con la niña, y para ello cada uno otorga una virtud a su protegido con la que crecerá a lo largo de los años. Alguien hace trampa persiguiendo intereses non sactos, lo cual se ofrece en el guión como el pilar oculto de la subtrama que aporta valores adicionales.

“El libro de la vida” está protagonizada fundamentalmente por muñecos en cuyas figuras se adivina una vida tan expresiva como sólida, apoyadas por una gran construcción de los personajes principales y secundarios.

Nada parece librado al azar en esta producción de Guillermo del Toro que tiene como director a Jorge Gutiérrez.

Claramente hay una apuesta estética, no sólo hacia el diseño de los personajes, sino también a la abundancia de los colores, en especial en la tierra de los recordados. El manejo carnavalesco de varios pasajes refuerza la idea central de que no hay nada malo con la muerte y, en todo caso, la vida se propaga, se prolonga, hasta que los vivos deciden olvidar a los que ya no están. La música de Gustavo Santaolalla, además de destacar mundos o estados de ánimo, se perfila como una de las mejores del año con camino derechito a alguna nominación al Oscar.

El cine animado industrial recibe con ”El libro de la vida” una gran bocanada de frescura y acaso la ineludible percepción de estar frente a una obra original con estética e impronta personal, lo que no está dado exclusivamente por lo visual sino por un profundo arraigo a las tradiciones y leyendas mexicanas, empezando por algunas referencias al Popol Vuh y otras obras precolombinas.

Tal vez para los menores de ocho años podría resultar algo extensa en su duración y, por qué no, de cierta complejidad en la interpretación semántica del texto. Nada que un tío no pueda explicar con paciencia, pero en definitiva se trata de un entretenimiento imperdible.