El libro de la vida

Crítica de Amadeo Lukas - Revista Veintitrés

El poder de la música

En estos tiempos, el patrimonio de los buenos films de animación ya no pertenece sólo a las grandes corporaciones norteamericanas: esto quedó comprobado con certeza ante el Metegol de Campanella, que pudo contar una historia de gran argentinidad realizada con excelencia, divertida para chicos y grandes y potencialmente exportable. En el caso de El Libro de la Vida, más allá de que se trate de una coproducción en la que intervinieron capitales estadounidenses, un mejicanismo a ultranza recorre la película de punta a punta.

Producida nada menos que por Guillermo del Toro y dirigida por Jorge Gutiérrez, la trama se puede asimilar como una comedia romántica animada pero va mucho más allá de eso, ya que es una verdadera recreación de diversos mitos y rituales, especialmente la tradición mexicana sobre el Día de los Muertos, pero se puede encontrar también el mito de Orfeo, ante la presencia de un héroe que con el poder de su música aspira a rescatar a su amada del reino de los muertos.

La trama es llevada adelante por un joven muy particular (casi todos los personajes tienen una conformación de muñecos de madera), que se debate entre el mandato familiar de ser torero y su amor por el arte musical. Esa circunstancia marcará su camino al atravesar por tres fantásticos mundos para recuperar su existencia y el amor de María, enfrentando sus mayores temores. Con una historia romántica, sensible y profunda, El Libro de la Vida también tiene espacio para observar cuestiones sociales del México actual, como el machismo y el rol de la mujer en la comunidad, a la vez que recupera historias y tradiciones con pasión y valores altruistas. Todo, enmarcado por un diseño estético formidable, dentro de un deliberadamente melodramático triángulo amoroso. Pese a ciertos costados sombríos, el entretenimiento familiar está asegurado, afirmado en unos cuantos gags imperdibles cristalizados por desopilantes personajes.