El libro de la selva

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Hay un pequeño error al finalizar la proyección de El libro de la selva. Sobre los créditos finales, lo primeros que uno lee es “Basada en las novelas de Rudyard Kipling”, más exacto sería decir, que está basada en el clásico animado de Wolfgang Reitherman de 1967.
Porque esta nueva versión se encuentra en el plan Disney de llevar a la acción real, varios de sus films animados más recordados, tal cual lo hizo con Cenicienta, Maléfica/La Bella Durmiente, y Alicia en el país de las maravillas.
Al nuevo film de Jon Favreau (a esta altura tan reconocido como actor y como director) sólo le faltaría una pátina de pintura para parecerse aún más a aquella que quiere imitar/homenajear.
Los animales no son antropomorfos, pero hablan un perfecto inglés (salvo algunos en una suerte de decisión arbitraria), y si se tiene la posibilidad de verla en su idioma original, las voces son tan reconocibles que hasta podremos ver los rostros de los intérpretes reflejadas en sus criaturas.
Algo similar ocurre con el fluido montaje, potenciado por un nítido y cristalino 3D que otorga profundidad; las secuencias nos haran recordar la liviandad de un trazo animado.
Salvo alguno de trasfondo, el único humano al que veremos es al nobel Neel Sethi, en la piel de Mowgli, el niño abandonado en la selva, criado por los lobos, y con la pantera Bagheera (voz de Ben Kingsley) como mentor.
Mowgli es un lobo más, y hasta se le niega el uso de algún artilugio humano. Pero en el camino se cruza el tigre Shere Khan (voz de Idris Elba), quien viéndolo como una amenaza, solo desea eliminarlo.
Pese a las súplicas de su madre adoptiva Raksha (voz de Lupita Nyong’o, quien parece perfilarse como actriz para personajes digitales a la par de Andy Serkis), Bagheera aparta a Mowgli para protegerlo/se y le exige regresar con la aldea humana.
Es así, que Mowgli terminará encontrando al oso perezoso Baloo (voz de Bill Murray), quien le enseñará un nuevo estilo de vida y aprenderán el valor de la amistad.
Como ven, si leyeron los relatos de Kipling el extracto vuelve a ser bastante escueto (nos sigue quedando la menospreciada adaptación de 1994 a cargo de Stephen Sommers), en cambio, del film de 1967 tenemos (casi) todo.
Lo llamativo de esta adaptación, es que pese a tener a la película animada como deudora, posee una gran indefinición en los tonos. Por un lado, en varias humoradas y en el agregado de dos canciones forzadas, se entrevé una clara intención infantil. Pero también posee un grado de violencia y cierta complejidad de algunos asuntos, que nos hacen pensar más en un target adulto.
Detalles, esta El libro de la selva tiene todo para ser un buen divertimento, con mensajes y analogías incluidas. Y algo fundamental en estos tiempos, su duración no es de por más extensa. La atención jamás se desvía y sabe focalizar en lo que realmente importa.
Neel Sethi como Mowgli, hay que decirlo, resulta irritante. Habrá que ver al niño en otros papeles, aquí peca de una impostura demasiado “canchera” para ser alguien que solo conoce animales de la selva. Los animales compensan sobradamente, a los mencionados faltaría agregar a Christopher Walken como el orangután Louie (por supuesto, en plan clan mafioso amistoso), la seductora serpiente Kaa con la carrasposa voz de Scarlett Johanson, y los legendarios Giancarlo Esposito como el lobo Akela y Garry Shandling como el puercoespín Ikki; si hasta Sam Raimi tiene una pequeña participación a descubrir.
El trabajo en la digitalización es impecable, el ensamble voz, rostro, e interacción con Mowgli es natural y logrado.
Para ver en familia, o hacerse una escapada solo; sin ser una maravilla, El libro de la selva atrapa y entretiene. Quizás no perdure como un clásico, pero la sensación es la de haber invertido tiempo y dinero de entrada/s en algo noble.