El libro de la selva

Crítica de Diego Papic - La Agenda

Fantasías animadas

Jon Favreau vuelve a demostrar su talento para el espectáculo con una versión extraordinaria de ‘El libro de la selva’.

Los cuentos de los dos volúmenes de El libro de la selva, de Rudyard Kipling, publicados a fines del siglo XIX, fueron adaptados varias veces al cine. Las películas más importantes fueron la de Zoltan Korda protagonizada por el adolescente indio Sabu en 1942 y la versión animada de Disney de 1967, pero tuvimos que esperar a bien entrado el siglo XXI para que esas aventuras lleguen al cine con la emoción y el nervio que merecían.

Es todo mérito de Jon Favreau, uno de esos directores a quienes se les nota el disfrute en cada plano, un disfrute que nos contagia. Favreau es un tipo que pone todo su talento al servicio del espectáculo, de la aventura. Es el responsable de las dos primeras Iron Man –la primera, de 2008, fue la que dio comienzo al Marvel Cinematic Universe, nada menos- pero también de las delirantes Elf, el duende y Cowboys & Aliens. Ignoren los puntajes de Metacritic: son todas grandes películas, muy superiores a la media.

Acá Favreau echa mano a una animación excepcional que logra un hiperrealismo en los movimientos y en las texturas de los animales, un poco a la manera del tigre de Bengala de Una aventura extraordinaria pero perfeccionado. Y para interactuar con todos estos animales, un hallazgo: Neel Sethi, un chico de 12 años debutante, encantador y con el physique du rol perfecto para interpretar a Mowgli, el huérfano criado por lobos en la selva india.

Ya desde el principio la película exhibe el ritmo frenético que va a sostener en su mejores momentos de acción: Mowgli corriendo por la selva, flanqueado por los lobos, y la cámara moviéndose para maximizar la ilusión de velocidad y un montaje que no resulta en cortes excesivamente abruptos ni en planos demasiado cortos. Hay secuencias que son tan emocionantes como hermosas.

La historia, si bien es muy sencilla, con apenas dos o tres acontecimientos y pinceladas dibuja situaciones que Favreau y su equipo pueden aprovechar al máximo. El tigre Shere Khan (voz de Idris Elba) amenaza al lobo Akela (Giancarlo Esposito) y le pide que entrege a Mowgli porque cuando crezca será un hombre y los hombres son nocivos para el ecosistema de la selva. Akela se niega, y la pantera Bagheera (Ben Kingsley) decide sacar de ahí a Mowgli y llevarlo a la aldea de los hombres. En el camino, Mowgli se encontrará con el oso Baloo (Bill Murray), que lo ayudará.

Un poco por la animación tan lograda y otro poco porque las voces están a cargo de tipos que de esto saben (también andan por ahí Scarlett Johansson y Christopher Walken), pero sobre todo porque las situaciones y los diálogos están planteados con una precisión extraordinaria, los personajes nos conmueven, nos preocupa su suerte, los queremos y también los odiamos. Shere Khan es, sin dudas, el villano del año.

Esta versión de El libro de la selva confirma, por si hacía falta, el talento de Jon Favreau para el espectáculo, y también es la demostración de que la efectividad de ese espectáculo depende de la cámara, del montaje y de unos efectos especiales que se noten lo menos posible.