El kiosco

Crítica de Pedro Squillaci - La Capital

El sueño del pibe puede convertirse en una realidad. Al menos eso le pasa a Mariano (Echarri), quien un día se harta de la rutina de la oficina y decide tener "algo propio", independizarse, porque era momento de "pegar el salto". "El kiosco" tiene un tono demasiado costumbrista, por momentos similar al de una telenovela de Pol-Ka, lo que no le hace tan bien a la película, pero sus personajes van soltando frases con las cuales es fácil poder espejarse. "La clase media no puede soñar" se oye en la radio y es una cita que rebota cada día en la sociedad argentina. Los temas que se abordan son un retiro voluntario, salir de la crisis, llegar a fin de mes y sobrevivir a un sistema opresor que navega entre el consumismo extremo y la falta de valores. En ese contexto, Mariano decide irse de la empresa donde trabaja y con el dinero del retiro comprar un kiosco, el mismo que le iluminaba la cara cuando era un pibe y entraba con la pelota Pulpo de goma a comprar figuritas. Pero el dueño don Irriaga (Alarcón) ya no es el que era, porque le ocultará que detrás de la venta hay una trampa. La película reafirma la importancia del amor y la amistad, tiene un toque de nostalgia y algo de melodrama. Pero levanta al final y te invita a una media sonrisa.