El justiciero

Crítica de Rosa Gronda - El Litoral

La venganza del hombre invisible

Un mérito de “El justiciero” es que ofrece lo sugerido desde su título, reforzado con el protagonismo de Denzel Washington; pero esto sólo no le alcanza para posicionarse como una gran película. A lo largo de sus casi dos horas pueden reconocerse un cruce de innumerables films (desde “Taxi Driver” a “El perfecto asesino”; desde “Promesas del Este” a “Gangster americano” o el “Hombre en llamas”) y los ingredientes donde se suceden salpicones de cine negro, con mafiosos y policías corruptos, dinero mal habido, prostitutas víctimas y gente común que se esfuerza para mejorar a través de un trabajo honesto.

El argumento de “El Justiciero” proviene de una serie de televisión de los años ochenta, “The Equalizer”, sobre un agente secreto a quien los hechos lo empujan a volver a repartir una justicia elemental que no pasa por la ley ni el Derecho. Es la vieja fórmula para dar rienda suelta a lo que podría llamarse “la violencia de los buenos”, que exceptúa de su ética personal al enemigo.

El señor Mac Caul es alguien que se siente un caballero medieval en un tiempo que no responde a ese ideal de caballerosidad; un quijote honesto y protector de damas en infortunio. Un papel ideal para Denzel Washington que interpreta a un agente de la CIA retirado y solitario, empleado en un gran mercado de artículos para el hogar en Boston. Al estilo de Forest Whitaker en “El camino del samurai”, sus días transcurren con el ascetismo de quien ha resignado las tentaciones del dinero y los paraísos artificiales: trabaja sin descanso y dedica sus momentos de ocio a frecuentar un bar para consumir bebida sin alcohol en compañía de un libro. Tiene un trato amable con todos sus compañeros del trabajo, pero particularmente con un muchacho obeso (Johnny Skourtis) al que siempre aconseja y con una joven prostituta de origen ruso (Chloë Grace Moretz), con la que existe solamente una afinidad paternal.

El film comienza con una frase de Mark Twain que refiere a dos fechas fundamentales en la vida de todo hombre: su nacimiento y el día en que se descubre para qué se ha nacido. Recluido voluntariamente en un anonimato que disfruta, toda la impasibilidad del protagonista se verá interrumpida cuando la joven prostituta es salvajemente agredida y se trunca una negociación pacífica para lograr su independencia de la mafia que la explota. Ése será el disparador para que Mac Caul vuelva a los aspectos más oscuros de su vida anterior y comience su venganza hasta llegar a las últimas consecuencias, es decir hasta lo que él llama “la cabeza de la serpiente”.

Más que humano

La vieja fórmula de acciones justicieras en el rango del ojo por ojo y diente por diente, funciona conducida por un realizador experimentado y un intérprete adecuado. Pero nada es demasiado novedoso, aunque se intentan algunas estilizaciones formales y se utiliza un barniz cultural sembrado de frases de autoayuda y un juego intertextual con referencias a “El viejo y el mar” o “El hombre invisible”, bastante evidente y en cierto modo confuso. De la famosa

novela de H.G.Wells, “El hombre invisible”, comparte el enigma de la identidad, aunque no la demencia del protagonista original de Wells, ya que Mac Caul sólo acentúa ciertas intenciones iconoclastas, en tanto derribar un sistema establecido, que en este caso tienen sus límites en la mafia rusa, demonizada como el origen de todos los males que han infectado a la sociedad americana.

También hay una fuerte referencia a “El viejo y el mar” de Hemigway, en tanto existe un enfrentamiento decisivo y solitario de alguien con más experiencia que mide fuerzas frente a un adversario superior en fuerza física. Pero la película está plagada de inverosimilitud, apostando a la puesta en escena más que a las justificaciones de lo que sucede. Y entonces esas fábulas hiperviolentas de hombres comunes en cruzadas personales, como ocurría en la serie original, se alejan en esta versión que adquiere ribetes casi sobrenaturales, reñidos con el realismo y adentrándose en un territorio más bien simbólico.

Muy trabajada desde el montaje, la película abunda en pequeñas elipsis como la de los anteojos ensangrentados de un custodio difícil, antes de sentarse a hablar con el principal oponente. La edición junta planos cortos y acelerados con otros ralentizados, sugiriendo más que mostrando, pero lo suficiente como para develar algunas estrategias para luchar o curarse, tan simples como utilizar miel hervida, un sacacorchos afilado, una maza de albañil o el agua que desborda un baño lujoso para eliminar a un adversario con un cortocircuito provocado.

El director Antoine Fuqua es un viejo conocido dentro del género y aquí demuestra una vez más su buen ojo para dirigir escenas de acción, pero no es tan eficaz a la hora de sorprender, porque todo lo que la película tiene para ofrecer ya se ha visto, de mejor y de peor manera.