El justiciero

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Tiempo Argentino

Cómo fallar con una fórmula infalible

Denzel Washington vuelve a trabajar bajo las órdenes de Antoine Fugua (Día de entrenamiento) en esta película donde, una vez más, el bien enfrenta al mal –encarnado en la mafia rusa– y donde hay varias escenas de manual.

Robert McCall (Denzel Washington) trabaja en algo así como un supermercado para carpinteros, hace bromas, es simpático, pero se lo nota un poco corrido de ese entorno, como si no perteneciera. Claro, no pertenece. A la noche, cuando no puede dormir, envuelve cuidadosamente en una servilleta de papel un saquito de té y se va a un bar a tomar su módica infusión, mientras observa, lee, está alerta. Y allí, en ese lugar se va tejiendo una relación entre el viejo trabajador –que no es tal, que es un hecho que perteneció a alguna fuerza de seguridad– y Teri (Chloë Grace Moretz, la de Carrie), una joven prostituta, tan sola, tan indefensa para soportar la brutalidad de los clientes y el maltrato del ruso que la explota.
Lo que sigue es la moral esperable del tipo que vivió, se equivocó y busca a través del compromiso con una desconocida la posibilidad de una nueva vida para la chica que todavía está a tiempo y, por supuesto, su propia redención.
Un poco a la manera del film de David Cronenberg, Promesas de Este o bastante más atrás en el tiempo vía Martin Scorsese y su legendaria Taxi Driver, el relato se dispara con la casi niña explotada y el héroe que hace lo que debe hacer. Justicia por los fierros, por las artes marciales, por las diferentes maneras de provocar dolor en el otro, de ser posible en Tedy (Marton Csokas), suerte de sofisticado cleaner ruso que viene a poner orden en el desastre que sembró el McCall.
Sin embargo, y a diferencia de los dos títulos citados como ejemplo, el enfrentamiento del protagonista con el mal, en este caso con la mafia rusa, es un festival del lugar común, la violencia porque sí y un montón de situaciones, escenas y formas de manual de películas parecidas. Y mejores.
Denzel Washington y el director Antoine Fuqua vuelven a trabajar juntos 13 años después de Día de entrenamiento, aquella interesante película que mostró al intérprete en un momento alto de su carrera, en un papel que le valió el Oscar al mejor actor en 2001.
Washington es un actor extraordinario, todavía en forma y con un dominio absoluto de su oficio, mientras que el paso del tiempo hizo que Fuqua se convirtiera en uno de esos directores de Hollywood llamados artesanos, esos tipos confiables para la industria que hacen lo suyo con solvencia pero que son apenas un engranaje (pequeño) de la maquinaria que implica una superproducción. Entonces, el nuevo trabajo en conjunto da cuenta de un presente oxidado, una unión de conveniencia para llevar adelante un trhiller sin corazón, mecánico, hundido en las fórmulas supuestamente infalibles, que aquí fallan y aburren.