El justiciero

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Un héroe solitario contra la mafia rusa

Los héroes silenciosos, fantasmales, casi anónimos, tienen un atractivo irresistible. Esos hombres capaces de no alzar la voz y de jugarse la vida, a la manera de los compadritos borgeanos, con raíces cinematográficas en los samuráis japoneses y los cowboys de los westerns estadounidenses, que no son superhéroes pero casi: solitarios, dicen las palabras justas en el momento justo, tienen un inquebrantable sentido del honor y la justicia, una tendencia natural a defender a los más débiles y, sobre todo, una habilidad insuperable a la hora de ejercer la violencia.

El Robert McCall de Denzel Washington es uno de ellos. Lleva una vida monástica en un barrio de clase media baja de Boston; insomne, de día trabaja en una especie de Easy y de noche se sienta en un bar a leer clásicos de una lista de “los cien libros que no podés dejar de leer”. De ahí que la película tenga unas cuantas referencias literarias -bastante burdas, por cierto- para resumir al protagonista: abre con un epígrafe de Mark Twain, y después establece paralelismos al pasar con El viejo y el mar, Don Quijote y El hombre invisible.

La primera hora de la película -dura dos largas horas y cuarto- logra atrapar con la descripción de este veterano triste, resignado a pasar los años que le quedan alejado del mundanal ruido. Incluso consigue provocar cierta ternura con uno de sus tantos clichés: la relación, casi paterno-filial, entre Robert y una prostituta rusa. Pero todo empieza a desbarrancar cuando las injusticias que padece la chica despiertan al héroe dormido que hay en él. McCall decide enfrentarse solo al crimen organizado ruso, y empieza la acción.

El problema es que fracasa aquel intento literario de darles cierta corporeidad a los personajes: todos están tan poco desarrollados que la trama termina resultando una sucesión de tiros, piñas y patadas sin mayor interés. Es lo que diferencia a El justiciero de joyas del cine de acción como la saga de Bourne, y a Robert McCall de grandes héroes silenciosos como el Léon de El perfecto asesino.