El Justiciero 2

Crítica de Ernesto Gerez - Metacultura

Superhéroe paternalista

Al igual que Liam Neeson, Denzel Washington sigue rompiendo cuellos a pesar de la edad; el héroe sexagenario de la comunidad negra vuelve a llevar a la pantalla sus berretines de pastor y su acción paternalista en modo superhéroe: a la vista de todos, un tipo tranquilo, chofer de Lyft -servicio similiar al de Uber- y, en la oscuridad de la venganza, un asesino preciso y silencioso. Porque McCall (Denzel) es un Batman sin capa, un justiciero de las sombras en un contexto maniqueo análogo al de Gotham City. Nuestro héroe suburbano incluso tiene un cuarto oculto en su departamento, su baticueva, en el que guarda su traje de milico que ya no usa. Esta vez el bueno de McCall además de ajusticiar malvados ayuda a un pibe del barrio que quiere ser dibujante, personaje análogo a la prostituta con aspiraciones de cantante de la primera.

La primera parte del 2014, adaptación de la serie americana homónima de los ochenta, era más fiel a su héroe, era precisa, directa, menos pretenciosa en sus locaciones, en sus subtramas, incluso en sus planos. Se desarrollaba en una misma ciudad, con los mismos villanos, con su joven de futuro promisorio. Esta segunda parte comienza en un tren (autoguiño denzeliano a Imparable), en Turquía, con McCall desplegando desde el minuto cero sus habilidades de asesino entrenado del imperio. De ahí pasamos a Boston, de ahí a Bélgica, y de vuelta a Estados Unidos. Por desgracia ya no están los ecos del solitario y filoincestuoso profesional de El Perfecto Asesino (Léon, 1994), y la historia se ubica más cerca de los cuestionamientos al enemigo interno de la saga Bourne, un lugar ya aburrido para las películas de acción contemporáneas.

La desorganización del planteo (comparado con el de la primera) se da también en las historias de los amigos de McCall (que, en su mayoría, podrían ni estar) y en las subtramas de los que reciben sus dádivas de justicia social y letal: un viejo judío sobreviviente de un campo de concentración que no ve a su hermana hace décadas, una musulmana (para equilibrar religiones, recordemos que igualar es una de las acepciones de “equalizer”) a la que le destruyen la huerta, una escort a la que cagan a palos, y el mencionado dibujante al que McCall va a rescatar de los malandras del barrio en su gesto más paternal. El conflicto central es un asesinato que no hace falta spoilear, la posterior búsqueda del culpable y, claro, su correspondiente venganza que -para coronar el revoltijo- se da en medio de un huracán.