El juez

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

El pasado en el banquillo

“El juez” es varias películas en una. Quizás porque recorre tópicos ya transitados, pero combinándolos con frescura y un juego de intensidades que al principio parecen confundir al espectador, pero que luego atrapa: quizás porque la vida es así, está la tragedia, las bromas en momentos inconvenientes, las deudas del pasado.

La vuelta al pueblo natal del citadino para lidiar con su pasado y encontrar el amor es un tema ya tratado por “Todo sucede en Elizabethtown” de Cameron Crowe, y por la subestimada “Tiempo de volver” (“Garden State”), de Zach Braff, por citar ejemplos. El reencuentro familiar para sacar los trapitos al sol explotó como nunca en “Agosto” (John Wells sobre Tracy Letts). Y también alguno podrá acordarse de “Ed”, aquella serie del abogado corporativo de Nueva York que, divorciado y despedido, se vuelve al pueblo natal y se encuentra con la que no le dio bola en la secundaria.

Entre esas constelaciones se mueve en “El juez”, sumándole la trama policial-judicial con la que se promociona, pero que en realidad es más el eje organizador del relato que el argumento de “una película de juicio”.

Conflictos

Henry “Hank” Palmer es un aplomado abogado de un estudio neoyorquino, que cobra fortunas por defender delincuentes de guante blanco y ricos que puedan cometer algún delito penal. Tiene el auto, la casa y la familia perfectos. Cuando le avisan que murió su madre, su partida al funeral revelará dos cosas: que su matrimonio está en crisis y que no quiere saber nada con volver a encontrarse con su padre, Joseph, histórico juez de su pueblo natal en Indiana.

De a poco, y a lo largo de la cinta, se irán desgranando las razones de esa tensión, y sus relaciones con los otros personajes, especialmente los hermanos de Hank: Glen, la ex promesa del béisbol que vende neumáticos, y Dale, el hermano con retraso mental pero puro corazón y cámara Súper 8 en mano. Y no puede faltar la novia de juventud, Samantha, la que amó siempre el lugar contra las ganas de Hank de irse.

En el medio de todos esos reencuentros, pases de facturas, enigmas sobre el pasado, “qué hubiese pasado si...”, “¿por qué hiciste eso?” y demás, un ex convicto aparece muerto, y su sangre en el auto del juez Palmer. Así, Hank se verá retenido en el pueblo como abogado de su propio padre, un hueso duro de roer que de entrada no quiere saber nada con tener semejante letrado.

La historia firmada por el director David Dobkin y Nick Schenk, y guionada por Schenk y Bill Dubuque, tiene su fortaleza en las situaciones, en la intensidad de las escenas y en el paulatino desgranamiento de la información sobre el pasado. También es varias películas en cuanto al uso de los planos (y la cámara fija o en mano), y en ese aspecto se luce la fotografía del laureado Janusz Kaminski.

Relaciones

Pero todo esto no se podría hacer sin el despliegue de talentos en el elenco, que obviamente arranca con los dos nombres centrales. Uno es Robert Downey Jr., que puede dotar a su Hank de su estilo locuaz y mandaparte (que lo hizo brillar como Tony Stark) y a la vez de una hondura dramática importante. El otro es Robert Duvall, con la justa economía de recursos para ser al mismo tiempo un juez pícaro, un padre insoportable, un abuelo cariñoso y un hombre mayor en decadencia psicofísica. Entre los dos tienen momentos increíbles: la secuencia del baño es impactante en realismo y humanidad, e incluso humor.

A ellos los secundan Vincent D’Onofrio como Glen, el mayor de los hermanos, la contracara de Hank; y Jeremy Strong como Dale, el alma sensible de esa familia: su composición es mesurada y justa para un personaje que puede integrarse en la vida social y puede decir lo que otros no (además, su cámara será el hilo conductor de cruces temporales).

En la piel de Samantha, Vera Farmiga aparece gigante en su rol de mujer madura, con los pies en la tierra, un poco en sintonía con su trabajo en “Amor sin escalas”, y “aterriza” la lengua y las monerías de Downey, haciendo con él buena pareja romántica. Hubiese sido interesante que el rol de Carla (la hija) fuese interpretado por Taissa Farmiga, pero el parecido hubiese arruinado uno o dos enredos de la trama. Leighton Meester (belleza sin aditamentos y pura frescura) cumple bien esa tarea.

A Billy Bob Thornton le alcanza con su estampa, su presencia escénica y dos o tres gestos para darle vida al fiscal Dwight Dickham, duro en apariencia. Dax Shepard convierte a C.P. Kennedy (el abogado local) en un pelotazo en contra pero querible en el fondo. Y el descubrimiento del casting: Emma Tremblay como Lauren, la hija de Hank: una niña muy natural y con buena química con el protagonista.