El juego de Ender

Crítica de Iván Steinhardt - El rincón del cinéfilo

Probablemente “El juego de Ender” sea la producción que mejor justifica la presencia del formato de video juego en el cine, más allá de “Tron” (1982), claro. Por supuesto que hay algunos antecedentes. John Carpenter había jugado esta carta de ir superando niveles hasta llegar “a la final” con “Fuga de Nueva York” (1981), también su remake (1996), y “Rescate en el barrio chino” (1996). Por otro lado, la idea de reclutar a un gran jugador de video juegos espaciales para combatir de verdad tuvo su ejemplo en “El último guerrero espacial” (1984).

En el futuro nuestro planeta anduvo en guerra contra una raza alienígena que nos invadió aniquilando a millones, pero resistimos, los echamos, y ahora andamos en una paz relativa. Estos se llaman Formics, pero créame, eso no importa mucho. Como es habitual hay dos opciones: una, vienen por el agua; dos, porque se les canta, o no les caemos bien. Como ya Hollywood no se molesta en nuevas ideas, ha de tomarse así y punto.

Los niños del futuro (expertos como hoy en video juegos) se convierten, merced a su audaz y riesgosa habilidad con los joysticks, en la tropa de elite que va a salvar al mundo de una nueva e inminente invasión. Obviamente, deben ser entrenados. Nada mejor que el ejército para eso, y como ha ocurrido siempre en el discurso del cine norteamericano, la armada (del pasado, el presente y el futuro) es el lugar al cual todos quieren llegar. Una institución dura, fuerte, de pura estirpe, en una palabra el gallardo y orgulloso ejército estadounidense, tenga la forma que tenga. Esta vez, en éste futuro, los marines no sirven de mucho. Sólo chicos súper inteligentes, con grandes capacidades para el combate gráfico, son llevados a la milicia. En este punto es necesario hacer no una sino varias concesiones en pos de hacer creíble la situación. Si empezamos con las preguntas todo se va al tacho.

El respetado Coronel Graf (Harrison Ford) es el cazatalentos que posa su ojo en Ender Wiggin (Asa Butterfield), un chico de notable inteligencia capaz de mirar fuera del cuadrado en muchos aspectos. Viene de una familia tipo, pro-americana, en la cual hasta la hija quiso, y no pudo, quedar seleccionada para tener el honor de defender a La Tierra. Graf entiende por muchas razones (monitoreadas en el Liceo), que las cualidades intelectuales de Ender lo convierten en “el elegido”. Frente a los rumores de que los Formics se están reagrupando y armando mucho mejor que hace cincuenta años, es menester tener al candidato para transformarlo en el líder máximo. ¿En que se basa? Al verlo en un enfrentamiento con otro chico el protagonista se justifica: “le pegué para ganar esa contienda y le seguí pegando para que no lo vuelva a hacer nunca más”. Veremos entonces como el Coronel intenta alimentar en el chiquillo su instinto asesino, su capacidad estratégica y, sobre todo, la falta piedad. ¿Lindo no? Si a eso le agregamos que nadie levanta la voz por la explotación infantil tenemos cartón lleno.

Ya sé, ya sé. Es una aventura. Me da no se qué omitir la sensación. Sigamos. Así comienzan propiamente los distintos niveles de dificultad que se plantearían en cualquier Playstation. Primero, con el entrenamiento físico, luego intelectual, y finalmente todo combinado. En ese transcurso Ender se transformará (con mucha ayuda, por cierto) en el capo.

Visualmente muy lograda, tanto en el diseño panorámico como en los detalles (los cuatro equipos que compiten en el domo tienen los colores del ludo). La película apunta claramente a un tipo de espectadores que puedan compenetrarse con éste mundo que poco a poco va explorando los miedos, los deseos, y las aptitudes del protagonista lo cual, ciertamente, funciona para una correcta construcción del personaje y para justificar todas sus acciones posteriores.

“El juego de Ender” sorpresivamente deja de lado la corrección política del discurso y plantea un asunto más interesante, en tanto un mundo dirigencial se vale de la trampa y la corrupción de menores para perseguir sus objetivos olvidando cualquier tipo de ética. También es verdad que hay sólo cinco adultos con presencia concreta: Graf; su ayudante Mayor Gwen Anderson (Viola Davis); los padres del héroe, y un soldado convertido en leyenda, Mazer Rackham (Ben Kingsley). Esto reduce el promedio de edad a unos 16 años. No es casual. Que sean menores de edad los que están expuestos a esta batalla conspira contra el verosímil pero apuntala el mensaje.

Por lo demás, cada rubro técnico, incluida la banda sonora, aporta al concepto de película de acción, sin dejar de lado un guión algo mejor trabajado que los vistos últimamente. De todos modos, por estar apuntada a un público adolescente resulta al menos extraña la ausencia de humor. Gavin Hood, el director de la primera “Wolverine” (2009) tiene buena mano para el manejo del ritmo narrativo, además de dosificar la información que a través de Ender le llega al espectador, dejando siempre una sensación de querer encontrar los datos faltantes. En suma, un producción correcta y entretenida.