El jóven Ahmed

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

El castigo como bumerán

La última película de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne, El Joven Ahmed (Le Jeune Ahmed, 2019), mantiene el sustrato social combativo de toda su filmografía a lo Ken Loach y lo vuelca hacia sus coqueteos con el cine de género en general y los thrillers en particular: el film cuenta con reminiscencias de obras similares previas de los directores y guionistas como El Hijo (Le Fils, 2002), El Silencio de Lorna (Le Silence de Lorna, 2008) y La Chica sin Nombre (La Fille Inconnue, 2016), ahora analizando la obsesión homicida del adolescente del título, Ahmed (Idir Ben Addi), un muchacho viviendo en una comunidad islámica en Bélgica, contra una docente llamada Inès (Myriem Akheddiou), a la que acusa de puta y apóstata por acostarse con un judío, enseñar árabe moderno y utilizar canciones en sus clases que para los musulmanes ortodoxos desvirtúan las enseñanzas de Mahoma. Bajo la influencia del imán de su mezquita, Youssouf (Othmane Moumen), el protagonista entra en una espiral fundamentalista que lo lleva primero a cuestionar a las dos mujeres de su familia, su hermana Yasmine (Cyra Lassman) y su madre (Claire Bodson), por beber alcohol y no usar hiyab y después a atentar contra la vida de Inès con un cuchillo, episodio del que ella sale ilesa y motiva que Ahmed sea encerrado en un reformatorio para menores.

A pesar de las buenas condiciones del instituto correccional y el hecho de que su hermano, Rachid (Amine Hamidou), testifica contra el imán y su trasfondo fanático, el muchacho no aminora sus intenciones de cargarse a la mujer porque considera al “proyecto” una ofrenda a Alá acorde con las palabras del Profeta en el Corán y según la propia experiencia familiar, ya que el primo de Ahmed murió en un acto terrorista y así se transformó en un mártir en la cruzada contra los infieles y sus socios hebreos y cristianos. Convencido de que el único árabe válido que se debe impartir a nivel pedagógico es el clásico correspondiente al Corán, el joven a posteriori vuelve a intentar matar a Inès -con un cepillo de dientes afilado contra el piso de su celda cual pico mortal- en el contexto de una reunión con su víctima de impronta psicológica reparadora, no obstante la mujer rompe en llanto apenas lo ve y es sacada de inmediato de la habitación sin una mísera oportunidad real de que se produzca el embate homicida. La trama incluye un también problemático acercamiento romántico hacia una chica, la hermosa Louise (Victoria Bluck), que forma parte de una familia propietaria de una granja que suele cobijar a los reos infantiles del Estado para que realicen tareas varias relacionadas con el mantenimiento de las instalaciones y el cuidado de los animales.

Aquí los cineastas belgas esquivan aquellas penurias económicas de los inmigrantes de El Silencio de Lorna y los misterios de fondo de La Chica sin Nombre para redondear una propuesta que es bastante más abstracta y a la vez directa, porque por un lado en esta ocasión examinan el choque cultural entre facciones distintas del Islán, que asimismo por supuesto se condicen con un conflicto entre el país anfitrión y los inmigrantes, y por otro lado abandonan todo enigma con el objetivo manifiesto de colocar en primer plano de manera permanente el suspenso de la amenaza en ciernes y la estructura mental del propio Ahmed, cuyas motivaciones para sus acciones son tan cristalinas/ explícitas como el agua y se explican por su relativamente reciente conversión a la ortodoxia musulmana. Dicho de otro modo, hoy nos topamos con un encontronazo entre la modernidad y su paz hipócrita y una tradición muy sincera pero notoriamente violenta e intolerante para con el diferente, en este caso sin duda las mujeres, el blanco más fácil que identifica el muchacho por la sencilla razón de que son aquellas que lo criaron y las que conforman en conjunto un “otro” que conoce de sobra, al que quiere amoldar/ adaptar a los postulados del fundamentalismo no tanto por la creencia o fe en sí sino más bien como un claro mecanismo de reafirmación cultural de índole árabe en medio de una nación y un idioma que se sienten profundamente ajenos, como de hecho lo son Bélgica y ese francés que se utiliza para toda comunicación.

Lejos de sus mejores películas, léase La Promesa (La Promesse, 1996), Rosetta (1999), la citada El Hijo, El Niño (L’Enfant, 2005), El Silencio de Lorna y Dos Días, Una Noche (Deux Jours, Une Nuit, 2014), y más cerca de obras inferiores pero muy dignas e interesantes en la línea de El Chico de la Bicicleta (Le Gamin au Vélo, 2011) y La Chica sin Nombre, El Joven Ahmed es una propuesta de neto corte bressoniano orientada a una disquisición filosófica alrededor del concepto del castigo o escarmiento social como un bumerán que eventualmente volverá para cortarnos esas mismas manos que utilizamos para atormentar o adoctrinar al prójimo, detalle que queda de relieve en el tercer y último intento de asesinato, cuando en el desenlace el protagonista se halla en una situación desesperada y las cosas a nivel general se invierten cual una jugada irónica del destino en la que los planes no llegan a sobrevivir al contacto con la impiadosa realidad, esa a la que las cruzadas moralistas, religiosas o simbólicas poco le importan. Los Dardenne osan meterse con un tema siempre delicado en Europa como la radicalización de ese aluvión de inmigrantes que ellos mismos desencadenaron con sus “aventuras” colonialistas y esa retahíla de rapiña, hambre, indigencia y destrucción ambiental que dejaron a su paso a lo largo de siglos y siglos en los diferentes continentes del globo, a lo que se suma la enorme ineficacia del aparato de “contención” estatal -maestros, psicólogos, asistentes sociales, guardias, etc.- en materia de garantizar una verdadera reconversión del muchacho en eso de suprimir el fetiche para con los asaltos contra el chivo expiatorio de turno, la pobre de Inès. Una vez más pareciera que el ser humano sólo aprende cuando llega al límite de su obsesión y por motu proprio decide replantearse el camino y privilegiar el respeto por sobre los dictámenes caprichosos que imponen a terceros una manera de vivir o actuar a la que no suscriben…