El jilguero

Crítica de Jessica Johanna - El Espectador Avezado

Una de las películas que sonaba fuerte para la cada vez más próxima temporada de premios es sin dudas “El jilguero” (aunque sus primeros números en la taquilla internacional no han resultado favorables). Tiene a un director nominado, John Crowley (“Brooklyn”), a Nicole Kidman en el elenco y está basado en un best seller.
Un libro que, en su versión en español, tiene más de mil páginas, que ganó el premio Pulitzer y del cual se habla de él como un “nuevo clásico”.
¿De qué se trata la novela de Donna Tartt y por lo tanto la película?
Es difícil contar sin adelantar demasiado, en especial para quienes no leyeron la novela ya que el único cambio significativo que tiene la adaptación cinematográfica tiene que ver con la estructura: ya no es lineal.
La historia de “El jilguero” sigue gran parte de la vida de Theo. No es una biografía ficticia como por ejemplo “Stoner” de John Williams, que en mucho menos de la mitad de páginas logra abarcar toda una vida. Sino que empieza justo antes de que en un bombardeo en el museo MET de Nueva York falleciera su madre.
Esa mañana, Theo no sólo consigue salir con vida sino que, por un impulso que la película mostrará más adelante, se lleva un cuadro, aquel que da título a la novela/película. A partir de ese momento, la vida de Theo parece marcada por esta ausencia.
El libro está claramente dividido en etapas de su vida por lo que desde un principio la idea de una miniserie sonaba mucho más apropiada que la de una película de dos horas. Porque a la larga en la película también suceden un montón de cosas pero está narrada con tan pocas ganas que da la sensación de que no sucede nada o directamente ya no nos importa.
El personaje de Theo resulta además siempre pasivo, casi todo lo que hace lo hace porque alguien más se lo ordena. Es como si la muerte de su madre lo hubiese dejado en una especie de eterna deriva, o entumecido.
Ni Oakes Fegley (“Wonderstruck”) en su versión pre adolescente ni Ansel Elgort (“Bajo esa misma estrella”, “Baby driver”) consiguen dotarlo de un poco de vida, aunque sin dudas Fegley logra transmitir mucho más.
En la vida de Theo, signada por un cuadro que está obligado a esconder porque cuyo robo es un delito importante, hay varias mudanzas, un amor no correspondido, una amistad que marcará su destino y toda una galería de personajes alguno más intrascendente que otro.
Así tenemos por ejemplo a Sarah Paulson desaprovechadísima en el personaje de Xandra, la mujer de su padre, que ya en el libro era un cliché andante y acá apenas tiene un par de líneas para lucirse; Luke Wilson como el padre que aparece en su vida recién ahora y luego evidencia intenciones no del todo inocentes; Finn Wolfhard (una de las estrellas jóvenes más ascendentes del momento) como el joven y particular Boris, a quien en su versión adulta lo interpreta con menos éxito Aneurin Barnard; Jeffrey Wright como el hombre al que el destino lo junta y luego le brindará un hogar y trabajo en un local de antigüedades; y, por suerte, Nicole Kidman como la madre del compañerito de Theo con el que se queda viviendo momentáneamente, una mujer con la cual logra conectarse casi como con su madre.
“El jilguero” es ante todo un drama pero cerca del final juega con un poco de acción en una parte de la historia que, aunque como todo el argumento sea fiel al libro, desentona, resulta anticlimática e inverosímil y se resuelve de manera apresurada.
La fotografía de Roger Deakins hace su aporte pero el guion de Peter Straughan y la dirección de Crowley lucen poco inspiradas.
No hay una mayor profundidad en nada de todas las cosas que le suceden al pobre Theo, ni tampoco reflexiones sobre el arte o la fascinación que ciertos objetos pueden causar, incluso el tema del terrorismo parece no ser más que una excusa argumental .
Todo queda ahí, en la superficie. “El jilguero” parece una película apagada. “El jilguero” podría haber sido una buena película quizás si dejaba de intentar todo el tiempo ser tan fiel y abarcarlo todo. O quizás si simplemente no se hubiese adaptado al cine.
En cambio, en el afán de Hollywood por aprovechar cada éxito literario, tenemos a una película aburrida que, aunque cuente con argumento propio de un culebrón, no logra transmitir nada.