El jilguero

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

La traslación al cine de la novela de Donna Tartt, “The Goldfinch”, ganadora del premio Pulitzer, termina por ser una gran decepción, no sólo por la expectativa que despierta su origen sino por el producto audiovisual en si mismo.

El relato se centra en la vida de Theo Decker (Ansel Elgort), un niño que sobrevive a un ataque terrorista en el museo de Nueva York, en el que fallece su madre.

El filme padece de la inoperancia a la hora de construir la historia, su diseño de montaje con analepsis mal configuradas y redundantes, idas y vueltas al pasado y el presente, que el relato no necesitaría, termina más por aburrir que despistar al espectador en sus más que largos 149 minutos.

El joven Decker termina viviendo con la familia Barbour, estableciendo una muy buena relación con Mrs. Barbour (Nicole Kidman), la madre de su amigo, en el transcurso de esa temporada que vive allí conoce a Hobie (Jeffrey Wright), el dueño de una casa de antigüedades, con quien establece una conexión, la única que se instituye de manera eficiente.

Hasta que lo van a buscar Larry Decker (Luke Wilson) el padre biológico, y Xandra (Sarah Paulson) la novia, un actor caído en desgracia que pasa sus horas entre el alcohol o el juego, o ambos simultáneamente, y una modelo que en realidad trabaja en otras actividades.

Con ellos se traslada hasta Las Vegas, allí conocerá a Boris (Finn Wolfhard, y Aneurin Barnard, según joven o adulto), el hijo de un mafioso de origen ruso.

Todo este viaje en su vida está determinado por un objeto que el personaje resguarda, desde el mismo atentado y a lo largo de los años, secreto que lo desvela, hasta es el objeto que lo constituye en la culpa que le pesa, utilizado como amuleto, (desconocido por el público) en el desarrollo del duelo por la perdida, el mismo se develará sobre el final y cuando eso sucede la decepción, que ya era mucha, termina por enterrar todo en el fango.

Sumado a que las subtramas presentadas no son desarrollas, menos definidas, no por eso ausentes de previsibilidad, transitando por cruces de géneros, todo muy pretencioso, pero fallidos por ser presentados de manera desordenada, lo que ayuda a la confusión general, pues no se sabe a esta altura si de los espectadores o de los responsables de la traslación de la novela al cine.

“El jilguero” termina por ser muchas cosas y ninguna simultáneamente, es un romance malintencionado, un cuento de trampas y ilusorias apariencias. En medio de todo esto hasta intenta presentarse como una profunda deliberación de cómo se constituyen los traumas infantiles, desentrañar la perverso del mundo del arte, sazonándolo con nuestro terrorismo cotidiano, sumado a una vertiente policial que nunca termina por establecerse.

Si algo está a salvo de toda esta debacle es la dirección de arte, la recreación temporal, la escenografía, el vestuario, hasta la fotografía de muy buena factura, pero ni siquiera las actuaciones con sus importantes nombres la pueden rescatar.

En definitiva, un desencanto que aburre desde el principio.