Aun con sus altas y sus bajas, a 2019 se le podría recordar con solemnidad temática como el año del paso del tiempo.
Con la muerte en los talones El Irlandés (The Irishman, 2019) comenzó como un proyecto maldito; Martin Scorsese quiso filmarla poco tiempo después de la edición de la novela de Charles Brandt I Heard You Paint Houses (2004), y aunque ya sabía que sus protagonistas iban a ser Robert De Niro (de hecho fue él el que leyó primero la novela y se la comentó), Joe Pesci (que en ese momento ya estaba casi retirado y cuenta la leyenda que se negó unas cincuenta veces), y Al Pacino (que nunca había trabajado con él) todo se demoró por años y entró al llamado “production hell”, ese limbo en el que quedaron flotando tantas buenas ideas. A las negativas y al paso del tiempo se le sumó el problema de la financiación, hasta que Netflix -a priori uno de los enemigos de la visión scorsesiana del cine- fue el que puso un poco más de cien millones de dólares para su realización (la película tuvo dos grandes inversores y en total costó 159 millones) y obviamente desató un conflicto con las salas que todavía no posee y que querían más tiempo de proyección antes de que la película se pueda ver por streaming. Un tema más que hizo que sea una obra de producción lenta fue todo el rollo de los efectos especiales; los tres actores tienen arriba de 75 años e iban a interpretar, por momentos, a tipos de 40. La producción se decidió por los efectos digitales (otro aspecto que a priori pareciera opuesto a la visión de Scorsese), y el resultado no fue el mejor pero tampoco modificó sustancialmente su puesta en escena. Recordemos que en Buenos Muchachos (Goodfellas, 1990) Scorsese ya había trabajado el paso de del tiempo en sus personajes utilizando a los mismos actores pero en un momento en que el CGI no era opción. El Irlandés gira en torno a las memorias de Frank Sheeran, un camionero que se convierte en asesino a sueldo y asciende en el crimen organizado a través de la figura de Russell Bufalino (el jefe de una familia de la Cosa Nostra del norte de Pennsylvania interpretado por un Joe Pesci arrugado y fenomenal) y que termina siendo la mano derecha del líder sindical Jimmy Hoffa (Al Pacino). Sheeran fue un tipo que estaba fuera del radar en todas las leyendas que se armaron alrededor de la muerte de Hoffa. “El Irlandés” Sheeran ni siquiera aparece en la biopic que Danny DeVito le dedicó a Hoffa en los años 90, y todavía hoy hay muchos que desacreditan su historia. Sin embargo, y como decíamos en relación a los efectos digitales, no es algo que afecte la puesta en escena; Scorsese no pretende filmar la verdad sino su verdad cinematográfica, como ya lo hizo con temas similares en sus dos películas que más se conectan con ésta: la mencionada Buenos Muchachos y Casino (1995). De todos modos, el tono de El Irlandés es otro y nunca alcanza -y esto es intencional- la velocidad de aquellas, porque más de veinte años después, aunque la película se apoye en muchas autoreferencias, al mismo tiempo está en busca de nuevas formas. Scorsese abre su obra con un plano secuencia que recuerda en técnica a esos dos inolvidables planos de Goodfellas, pero acá no estamos ante el inicio de una vida y una aventura sino ante el cierre. El plano no es del club Copacabana estallado de ruidos y movimientos sino el de un geriátrico, y el protagonista no es un joven en ascenso sino un anciano ya descendido. Scorsese filma sobre su vejez y la de sus amigos. Un poco como hizo Eastwood con la extraordinaria The Mule (2018); sus reflexiones pasan por los recuerdos, las consecuencias de las decisiones y por el final de la vida. También como en The Mule, el conflicto principal está vinculado a un tema familiar, y también se da entre un padre y una hija que no perdona, más allá de que lo que aparentemente tenga más preponderancia en la historia sea el viaje que hacen Sheeran y Bufalino en busca de Hoffa. Scorsese, como el último Eastwood, hace una película testamentaria que es además la despedida de un tipo de cine porque su generación de realizadores se está muriendo. Cremarse es muy definitivo, y enterrarse también; la mejor opción, la más cercana a la vida y a lo sagrado sería estar cómodo en un nicho, o algo así, dice un Scorsese siempre católico y reflexivo a través de Sheeran. Otra película actual con la que se conecta es con la última de Marco Bellocchio, Il Traditore (2019), el perfil de otro mafioso que, como indica el título, también es un traidor como lo era Henry Hill en Goodfellas, y como lo puede ser ahora Sheeran. Así como decíamos que hay algunas cuestiones que parecen contradictorias con la visión del director (la producción de Netflix, la preponderancia de los efectos), hay otras que marcan plenamente sus ideas y su posición con relación al cine mainstream actual. El tono de la película (entre otras cosas debido a su edición, una vez más, de la también veterana Thelma Schoonmaker) no solamente es más contemplativo que en sus otras obras de mafia de narrativa voladora -así como el tema es existencialista pero desde otro ángulo- sino que su duración de casi cuatro horas también es una toma de posición frente a la coyuntura (además de corresponderse con una libertad que seguramente le otorga, en este caso, una plataforma de streaming). Ambas decisiones, lentitud y extensión, no parecen ideas marketineras, algo que Scorsese recientemente criticó del cine de superhéroes, como sabemos, un cine hecho puramente de decisiones de mercantilistas (independientemente de su valor posterior o no por otras cuestiones). Como se esperaba desde las primeras noticias, hay una preponderancia del trío actoral que se complementa con un cast enorme que tiene entre otros a un veterano como Harvey Keitel, a algunos nuevos del audiovisual de gangsters como Jesse Plemons, y a Kathrine Narducci y Steven Van Zandt, siempre recordados por sus geniales papeles en Los Sopranos. Van Zandt hace además una metareferencia que es uno de los momentos más bellos de la película, y otro de sus tantos momentos musicales que también funcionan como puentes. Del trío principal, lo de Pesci y De Niro es extraordinario, más allá de que algunos chistes/ anécdotas no tengan la fuerza y la inspiración de Buenos Muchachos. Lo de Pacino por desgracia está más cerca de su tono por momentos descontrolado de Heat (la excelente primera reunión Pacino-De Niro de 1995, dirigida por otro gran director veterano como Michael Mann) que de algo más tranquilo y virtuoso como El Padrino (The Godfather, 1973); de todos modos, seguramente el papel de Hoffa pedía un intérprete con este registro más bufonesco. Scorsese, después de años de lucha y laburo, se da el gusto de finalmente hacer su versión de I Heard You Paint Houses -título explicado al inicio de la película- y de paso homenajear a su cine, a sus amigos y, en definitiva, a sus formas, a su manera de ver el mundo.
Un plano secuencia nos introduce dramáticamente al protagonista y a su entorno, seguido de una voz en off que acompaña lo que estamos viendo. Este es un recurso que podemos reconocer de varios films pero que fue perfeccionado y convertido en uno de los sellos distintivos más reconocibles de Martin Scorsese, un verdadero cineasta que exuda cine en cada plano de su filmografía. El director de clásicos como «Taxi Driver» (1976), «Raging Bull» (1981), «Goodfellas» (1990), «Casino» (1995) y grandes películas más actuales como «The Departed» (2006) y «The Wolf of Wall Street» (2013), nos ofrece tres horas y media de pura cinefilia, donde se ven grandes destellos de sus temas recurrentes, varios de sus actores fetiche y una narrativa avasallante que no da respiro a pesar de su larga duración. El largometraje está basado en hechos reales que rodean la escena política y social norteamericana a lo largo de las décadas del ’50, ’60 y ’70. Ahonda más precisamente en las cuestiones relacionadas con el sindicato de camioneros y los vínculos con la mafia, así como también la influencia de cada uno en el ámbito del otro. El guion de Steven Zaillian («Schindler’s List», «American Gangster»), adapta el libro «I Heard You Paint Houses» de Charles Brandt que se centra en la figura de Frank Sheeran (Robert DeNiro), un veterano de la Segunda Guerra Mundial, estafador y sicario que trabajó con algunas de las figuras más destacadas del siglo XX. «El irlandés», como se lo apodaba a este individuo, fue apadrinado por Russell Bufalino (Joe Pesci), una figura importante dentro del crimen organizado, presentándole un mundo duro y desconocido para él pero bajo el manto de su ala protectora. Así es como Frank se va abriendo camino hasta llegar a convertirse en la mano derecha del sindicalista Jimmy Hoffa (Al Pacino). El relato se establece de ahí en más como un viaje al submundo de los mecanismos turbios de la mafia, las internas y las rivalidades en su conexión con la política. Además, propone echar luz sobre uno de los grandes misterios sin resolver de Estados Unidos: la desaparición del legendario sindicalista. La cinta también se enfoca en las relaciones familiares, la amistad, los valores, la lealtad, el poder en todas sus variantes y la búsqueda de redención, tratando de compensar el tiempo perdido. Todo esto en un relato atrapante y entretenido, con verdaderos momentos de elocuencia y alto vuelo, donde tendremos drama, suspenso e incluso varios momentos de humor. La dirección y la puesta en escena de este largometraje son impecables, demostrando ya que Scorsese se encuentra en el pináculo de la narrativa cinematográfica desde una profunda madurez como autor. Por otro lado, cabe destacar que el elenco está en un nivel superlativo para afrontar la ciclópea tarea de llevar adelante un relato de estas proporciones, que costó alrededor de 140 millones para poder ser desarrollado. Robert DeNiro (protagonista de un gran número de los clásicos de Scorsese) nos brinda una de sus mejores interpretaciones en mucho tiempo e incluso se podría decir de su carrera en general. Su ascenso progresivo, la escalada de violencia y su posterior arrepentimiento en busca de aplacar su vejez en soledad se da de manera armónica presentando un perfecto arco de personaje. Otro que brilla es Joe Pesci («Goodfellas», «Home Alone»), un actor de enorme talento que fue olvidado por la industria del cine pero que nuevamente es convocado por Scorsese para regresar a la cresta de la ola. Sus matices, sus pausas y la sutileza de sus gestos nos demuestran su versatilidad. Y qué podemos decir de Al Pacino («The Godfather», «Scarface»), otra leyenda del séptimo arte que siempre presenta actuaciones imponentes y una presencia magnética en pantalla. Aquí compone a Hoffa y vuelve a hacer gala de su enorme talento. Como valor agregado tenemos la oportunidad de ver en pantalla al mismo tiempo a DeNiro y Pacino juntos, algo que hace que no podamos despegar la vista de la pantalla (hay que tener en cuenta que se habían cruzado brevemente en pantalla en «Heat» de Michael Man y en la fallida «Righteous Kill», no se cuenta «The Godfather part 2» porque no llegan a compartir escena). Ver a estos dos mitos vivientes interactuar es algo sumamente emocionante. Completan el elenco: Harvey Keitel, Bobby Cannavale, Anna Paquin, Ray Romano, Jesse Plemmons, entre varios otros. Por el lado de los aspectos técnicos, podemos destacar la reproducción de época maravillosamente reflejada en el tremendo diseño de producción, la siempre lograda edición de su habitual colaboradora Thelma Schoonmaker, una virtuosa y bellísima fotografía del mexicano Rodrigo Prieto («Babel», «Argo») y una banda sonora impresionante que sacan a relucir la melomanía del director. Los efectos visuales también resultan estar logrados con el impactante rejuvenecimiento que se consiguió de los personajes principales, quizás por momentos se noten ciertos hilos pero hay que destacar que en términos generales cumplen con lo propuesto. «The Irishman» es un film impresionante que no sufre su larga duración ya que cuenta con un talentosísimo elenco y un autor de un valor inconmensurable como Scorsese, con una visión clara y exquisita que vuelve a tocar ciertas notas que ya ha producido pero con el valor agregado de la experiencia y la madurez. Una obra de épicas proporciones que debe ser (en lo posible) disfrutada en la sala de cine como seguramente la pensó el director a pesar de que la produce Netflix. Una experiencia cinematográfica exquisita.
Érase una vez en Estados Unidos Resulta llamativo la manera en que Martin Scorsese aborda su primera película para Netflix: hace la película que mejor sabe hacer, y la que el público masivo espera de él: la de gángster. En una suerte de cierre de trilogía sobre el mundo del hampa que comenzó con Buenos Muchachos (Goodfellas, 1990) y continuó con Casino (1995), y de la que Los infiltrados (The Departed, 2006) puede pensarse como una suerte de spin off, El Irlandés (The Irishman, 2019) es esa misma película que ya filmó pero superada. Scorsese encuentra la forma de hacer una película de autor, propia, personal, y hacer al mismo tiempo una película comercial con el género que mejor domina. La historia de la mafia que presenta en Buenos Muchachos y sigue en Casino se profundiza con el relato de Frank Sheeran (Robert De Niro), la mano derecha de Jimmy Hoffa, el famoso sindicalista que es leyenda en Estados Unidos por su destino incierto de público conocimiento. Sin romanticismos el personaje interpretado por Al Pacino es el héroe que les aseguró la pensión a los camioneros y es el poderoso que se codea con mafiosos para sostener sus negocios. Con esta historia Scorsese da un paso más allá en su película de mafiosos: la mafia no funciona paralela al sistema sino que es parte estructural de él. La historia de la mafia es la historia de los Estados Unidos para el film, o mejor, la historia de los Estados Unidos de América es una historia de mafias. La visión pesimista de Scorsese sobre el poder cierra de manera épica. La otra mirada que el director ítalo americano introduce en el film es la reflexión sobre el paso del tiempo. Scorsese, que se acerca a los 80 años como gran parte de su elenco, abre la película con un plano secuencia descriptivo de un geriátrico donde se encuentra su protagonista. El hombre con su narración nos traslada a su época dorada, los idílicos años cincuenta y sesenta, donde se empiezan a gestar los vínculos entre el poder y el mundo del hampa. Asciende de una clase trabajadora gracias a la violencia y termina codeándose con sindicalistas y políticos (hasta presidentes) que requieren de sus servicios. Todo esto es contado con un ritmo de narración muy ágil, con recursos habituales del director de Taxi Driver (1976) como los travelling descriptivos, los congelamientos de imagen, la violencia irrumpiendo escenas cotidianas, u otros como las placas que anticipan el final de los personajes (una suerte de epígrafe/presentación). Es interesante como el destino de Jimmy Hoffa ya lo conocemos al igual que el de otros personajes, sin embargo, no es un problema para la extensa película develar el destino de los protagonistas. Porque el acento está puesto en el cómo llegaron hasta allí, por eso la película se concibe como un viaje introspectivo al pasado que reflexiona sobre la vejez. Por último la habilidad de Scorsese para manejar el cast. No hace falta mencionar el nivel de semejante reparto pero si que, nuevamente, el director cumple con la exigencia de la industria (pone a todos los acores habidos y por haber asociados al universo gangsteril) pero explora sus posibilidades con inteligencia. La verborragia de Al Pacino es explotada en el rol del amante de los discursos Jimmy Hoffa mientras que la contención de Robert De Niro se luce en su parco sicario de pocas palabras y acciones violentas. Dos modelos de actuación disimiles entre sí que se complementan a la perfección como pocas veces. Ni habla el trabajo de Joe Pesci regresando a un personaje similar al que le diera el premio Oscar en 1991. Por todo esto podemos afirmar que estamos ante la nueva obra maestra de Martin Scorsese, quien aprovecha la ocasión -el proyecto se lo acerca De Niro- para profundizar temas y visión de mundo en una suerte de reflexión personal en el ocaso de su vida, sobre su Nación. Una película poderosa, madura e inteligente que solo un grande como Marty puede filmar.
Son tres horas y media del mejor cine, aunque el gran Martin Scorsese se excedió y pudo haberla hecho en una medida convencional. La historia de un sicario de la mafia que se relaciona con mafiosos, y que por primera vez, en el cine del realizador tiene un anclaje con la realidad, desde el ultimo Nixon, el ascenso de los Kennedy, el asesinato de John, la actuación de Robert y por sobre todo la mirada de las relaciones de Jimmy Hoffa con el poder, la política, la corrupción y su desaparición. Mucho material histórico para una mirada crítica de la historia norteamericana. Pero el gran plato fuerte, además de la fotografía, la impecable reconstrucción de época, el sostén del relato que nunca decae, los momentos de humor, son las actuaciones intensas, impecables de Robert De Niro, Joe Pesci y Al Pacino. Superada la sorpresa del retoque digital que les permite verse veinte años más jóvenes de los que son y también más envejecidos, estos buenos muchachos magnetizan la pantalla, le dan a la gran maestría de Scorsese, un nervio, una empatía, una atracción, únicas. El personaje de Robert de Niro es el mejor desarrollado, un hombre que actuó en la guerra y quedó marcado, a tal punto que cuando se contacta con la mafia, en un encuentro memorable con Pesci hablando en italiano, que sella una relación de por vida, no vacila en seguir siendo un soldado. Alguien que recibe órdenes y las ejecuta, aunque se desgarre por dentro, aunque tenga que “pintar paredes”, un dicho mafioso para los sicarios, con la sangre de sus amigos. El trabajo de De Niro es excepcional, interno, de capas de comprensión y abismos transitados para el espectador con miradas y mínimos gestos. Así de medido y distinto a sus caracteres explosivos del pasado, se ve al impresionante Pesci, el hombre poderoso e implacable. El que se permite una confesión casi en el confín de su vida. Al Pacino brilla en su Hoffa, el líder de los camioneros que maneja sus aportes, mucho dinero en efectivo, que odia a los Kennedys, que se relaciona con el crimen organizado y lo enfrenta. Sellando su destino, aunque su muerte sigue siendo un misterio. Ver a estos tres actores, ver esta película, se inscribe entre los grandes deleites de la vida.
En el marco de la guerra entre Netflix y las grandes cadenas de exhibición y en medio de las polémicas por las opiniones de Scorsese sobre las películas de Marvel, se presentó en la clausura del Festival de Mar del Plata cuatro días antes de su lanzamiento en un puñado de salas argentinas esta extraordinara épica de tres horas y media de duración que los muchos cinéfilos amantes de la filmografía del realizador de Taxi Driver, Toro salvaje, Buenos muchachos y Casino podrán disfrutar en pantalla grande desde este jueves 21 y los suscriptores del popular servicio de streaming tendrán a su disposición a partir del miércoles 27 de noviembre. Uno podría decir que toda película fue hecha para ser disfrutada preferentemente en pantalla grande, pero no es lo mismo una historia austera y de cámara con dos personajes que transcurre en una sola locación que un film de 150 millones de dólares de presupuesto ambientado durante las décadas de 1950, 1960 y 1970 con las prodigiosas dimensiones narrativas, visuales, sonoras y musicales de El Irlandés. Lamentablemente, producto de la extensa batalla (sin visos de tregua por el momento) entre los exhibidores y Netflix por el sistema de “ventanas” (período de exclusividad para la explotación en las salas), apenas dos salas la exhibirán en CABA y GBA. En el resto del mundo el gigante del streaming alquiló (y en algunos casos hasta compró) históricos y gigantescos teatros que se llenaron de decenas de miles de cinéfilos ávidos por ver los 210 minutos mágicos de Scorsese y su banda de amigos en las mejores condiciones. En un mercado minúsculo y degradado como el argentino solo hubo chances de verla dos veces en el Auditorium de Mar del Plata y apenas 58 pantallas (la inmensa mayoría del interior) están confirmadas para su estreno comercial. Pero basta de lamentos (cada una de las partes del conflicto comercial tiene sus argumentos y razones que son atendibles y hay que respetar) y vayamos a la película, que se ubica entre los mejores trabajos de un director que tiene 25 largometrajes de ficción y un puñado de también notables documentales. Y eso que estamos hablando de alguien que filmó nada menos que Calles salvajes, Taxi Driver, Toro salvaje, Buenos muchachos, La edad de la inocencia, Casino, Pandillas de Nueva York, Los infiltrados y El lobo de Wall Street, solo por nombrar algunos de sus títulos más recordados (podrán agregar varias otras joyas a esta arcón de tesoros, claro). A partir del guion que el cotizado Steven Zaillian (La lista de Schindler, Misión: Imposible) escribió sobre el bestseller I Heard You Paint Houses que Charles Brandt publicó en 2004, Scorsese construyó un film que sintoniza con varios temas (obsesiones) que lo acompañan desde siempre como los códigos de los gangsters, los límites que impone el poder, la lealtad, la amistad a través del tiempo, las contradicciones familiares, la culpa y la búsqueda de la redención. El libro de Brandt, el guión de Zaillan y el relato de Scorsese se centran en la figura de Frank “The Irishman” Sheeran (De Niro), veterano de la Segunda Guerra Mundial y camionero desde 1947 devenido en asesino a sueldo de la mafia de Filadelfia que durante muchos años fue algo asi como la mano derecha de Jimmy Hoffa (Al Pacino), el despótico líder del poderosísimo sindicato de los Teamsters (camioneros) que desapareció de forma misteriosa en 1975. Ese lugar esencial de Sheeran en esta fascinante historia de confabulaciones políticas y negociados multimillonarios resultó toda una novedad, ya que "El Irlandés" ni siquiera figura en la biopic Hoffa, que Danny DeVito estrenó en 1992. Tras un largo y bello plano secuencia inicial descubrimos a un Sheeran anciano y postrado en un asilo. Será desde esa silla de ruedas y con la inconfundible voz en off de De Niro que nos contará durante las siguientes tres horas y pico los atrapantes hechos de esta saga de crímenes, alianzas y traiciones, peleas sindicales, procesos judiciales y desencuentros familiares. Esta “El Padrino” de Scorsese fue concebida como una sucesión de auténticas coreografías fílmicas en las que se lucen no solo su portentoso virtuosismo narrativo sino también la fotografía de Rodrigo Prieto, la edición de Thelma Schoonmaker, el diseño de arte de Bob Shaw y las decenas de temas de blues, de rock, de jazz, de mambo o de la canción italian que van de Fats Domino a Muddy Waters, pasando por Jerry Vale, la orquesta de Pérez Prado o Van Morrison con Robbie Robertson (este último autor también de la música incidental). Y mención especial para los efectos visuales liderados por el argentino Pablo Helman que permitieron “rejuvenecer” a los personajes para narrar desde su juventud hasta su vejez. En su reencuentro con Robert De Niro luego de Casino (hace... ¡casi un cuarto de siglo!) y en su primera colaboración con Al Pacino, Scorsese consigue algo muy difícil en el cine contemporáneo: ser épico e intimista, desgarrador y sutil a la vez, mostrando el costado hiperviolento, pero también las facetas vulnerables de sus criaturas, que conviven con su ambición y sus traumas, con su sadismo y sus miedos. Una típica historia de surgimiento, apogeo y derrumbe, pero sin dejar de lado sus múltiples facetas, lecturas y derivaciones (con notables irrupciones de humor negro). Así, mientras en el trasfondo vemos grandes hitos de la Historia (desde la elección y posterior asesinato de JFK hasta los sucesivos conflictos con Cuba), Scorsese nunca pierde el foco en la relación entre el Sheeran de De Niro, el Hoffa de Pacino y el mafioso Russell Bufalino, brillantemente encarnado por Joe Pesci. Un descomunal trío actoral en estado de gracia, a la medida de y en sintonía con las ambiciones, búsquedas y logros de ese auténtico e incombustible maestro del cine del último medio siglo que es Martin Scorsese. Gracias por tanto.
La Vuelta de la Vieja Guardia Mafiosa. Crítica de “El Irlandés” de Martin Scorcesse. En el cierre del 34° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, se proyectó en el Auditorium la nueva película del director newyorkino, autor de grandes clásicos como “Toro Salvaje”, “Taxi Driver” y “El Lobo de Wall Street”, entre otras. Por Bruno Calabrese. Cuesta escribir una crítica que pueda expresar todas las sensaciones que provoca “El Irlandés”. Sabemos que estamos en presencia de lo que será un clásico instantáneo, por lo tanto todo lo que se pueda escribir sobre ella será poco. Como primera medida hay que hablar del gran trabajo que hizo Scorsese, con ese trio de maravillosos actores que son De Niro, Pacino y Pesci, verlos a los tres juntos es un sueño hecho realidad. Se transforma en un cuarteto cuando aparece en escena el genial Harvey Kietel, lo que agranda el combo y la hace doblemente disfrutable. De Niro interpreta el papel principal de Frank ‘The Irishman’ Sheeran y la película arranca con el contando historias de sus días como asesino a sueldo de la mafia y aliado cercano de Jimmy Hoffa (Pacino), el jefe de la Hermandad Internacional de Teamsters. Frank está en un geriátrico, cómo terminó aquí, solo, después de 40 años de trabajo duro y decisiones más difíciles formará la mayor parte de las próximas tres horas. La película salta a los años 50, al primer encuentro de Frank con el jefe de la familia criminal de Russell Buffalino (Pesci). Volver a los actores más jóvenes requeriría gran cantidad de maquillaje o varios cambios de reparto, pero Scorsese decidió una tercera opción, dando estiramientos faciales CG a algunas de sus estrellas, particularmente Robert De Niro, quien interpreta a Sheeran. El resultado no es el mejor, los primeros planos de un De Niro supuestamente de 30 años no convencen por completo. Pero estas son solo tomas ocasionales en una película de más de tres horas, y el resto compensa rápidamente.. La historia tiene a Sheeran comenzando su carrera como camionero corrupto, pero pronto se eleva al puesto de ejecutor de la mafia hasta llegar a relacionarse con Jummy Hoffa, magistralmente interpretado por Al Pacino. Los discursos políticos de Hoffa tienen una carga política y emocional maravillosa, tanta carga que dan ganas de salir con las banderas a militar con él. Joe Pesci es el que lo inicia en la mafia y quien se transformará en su sabio consejero e inseparable amigo hasta los últimos dás (la última escena de Joe Pesci en silla de ruedas, despidiéndose para ir a rezar a una iglesia es tan sencilla como emotiva) En “El irlandés” vemos a un Scorsese con una cámara a menudo sinuosa, monólogos ocasionales que rompen la cuarta pared, humor perverso y explosiones de ternura repentina y violencia casual. Y su media hora final saca algo aún más profundo del cineasta: momentos de reflexión, remordimientos, preocupaciones por las posibilidades desperdiciadas y reflexiones sobre la muerte. Las casi tres horas y media pueden sonar excesivas, pero es una vuelta épica para estos titanes del género de películas de la mafia que nos entregan actuaciones tan fuertes como las de hace 20 años. “El irlandés” es Scorsese en su máxima expresión y se siente como algo especial; tan excelentemente diseñada que se siente nueva y nostálgica. Puntaje: 100/100.
La cámara se desliza por los pasillos de un hogar para ancianos hasta llegar a un hombre en silla de ruedas, de espaldas. Con un giro un tanto complicado, la cámara revela a Robert De Niro, interpretando a Frank "The Irishman" Sheeran. Una presentación de personaje tan perfecta como la de John Wayne en La diligencia o la de Clark Gable en Lo que el viento se llevó. Y eso no es lo único que tienen en común estas tres películas: El irlandés también tiene destino de clásico. No es la primera vez que Martin Scorsese hace una gran película, pero su nuevo film tiene una cualidad de obra definitiva. En tres horas y media, el director perfecciona los temas, el estilo (planos secuencia larguísimos, los saltos temporales, una banda de sonido de rock and roll clásico y el montaje genial de Thelma Schoonmaker) y hasta el trabajo con ciertos actores, que le valieron imitadores y convirtieron su nombre en un adjetivo. Son historias centradas en dilemas morales, muchas con foco en el crimen, con la violencia y el humor como formas de supervivencia, en las que la política y las dinámicas de la sociedad norteamericana funcionan como trasfondo (un poco causa y un poco consecuencia) de lo que sucede en las vidas de los personajes. El irlandés lleva todos esos elementos a su máxima expresión. Basado en el libro I Hear You Paint Houses, de Charles Brandt, adaptado por Steven Zaillian, el film cuenta la historia de Frank Sheeran, un veterano de la Segunda Guerra Mundial que trabajó como camionero y se relacionó con personajes del crimen organizado como Russell Bufalino ( Joe Pesci). A través de este, Sheeran se involucra con la Hermandad Internacional de Camioneros, conocidos como los "teamsters", y las actividades ilegales de su líder Jimmy Hoffa ( Al Pacino), quien está desaparecido desde 1975 y fue declarado muerto en 1982, aunque nunca se encontró su cuerpo. Tanto el libro como la película se centran en el testimonio de Sheeran, quien asegura saber qué sucedió con Hoffa, aunque sus afirmaciones fueron refutadas por miembros del FBI, periodistas y otros estudiosos del caso. La relación de la película con la realidad tiene poca importancia ante su majestuosidad y las increíbles actuaciones que brindan De Niro, Pacino y Pesci (ni siquiera molesta demasiado el uso del rejuvenecimiento digital). Verlos de nuevo trabajar con un material a la altura de sus talentos es una bendición del dios del cine. En realidad, de Scorsese, que es de lo más cercano a eso que tenemos.
MAFIAPEDIA Volvió Scorsese y lo hizo por la puerta grande. Volvió a sus fetiches (Robert De Niro, Joe Pesci, Harvey Keitel) y volvió a sus temas y obsesiones: la mafia, los códigos entre los hombres, las traiciones, la culpa, la imposibilidad de balancear lo criminal con la familia y la búsqueda de la redención. Volvió Scorsese a un mundo que conoce y conocemos, a un mundo que es ajeno pero también autorreferencia, porque hay historia sobre la Historia pero también sobre su propia historia: a cada rato El Irlandés, la obra maestra que filmó para Netflix, rebota contra Casino, contra Buenos muchachos, contra Calles peligrosas, sus películas relacionadas con pandilleros y mafia de alto diseño. El Irlandés es, por tanto, extensión pero también síntesis de su propio universo cinematográfico, además de una obra de quiebre: Scorsese construyó el que podría ser el film definitivo sobre la mafia. En serio, qué más se puede decir sobre este tema si el director de Taxi Driver lo dice y lo abarca todo aquí, en 210 gloriosos minutos justificados hasta el último segundo. Cuando muchos pensábamos que el regreso de Scorsese a los temas mafiosos era la búsqueda de una zona de confort, la película nos despabila: había mucho más para decir. Y Scorsese lo dice en una película enciclopédica que aborda tanto lo individual como lo público, la historia de personajes laterales y la gran Historia de un país construido a sangre y fuego, como ya lo ha dicho en Pandillas de Nueva York. El Irlandés es un film tan épico como intimista. Es un fresco sobre el accionar de la mafia norteamericana durante varias décadas del siglo pasado, que parte desde lo individual, el ingreso de Frank Sheeran (un impresionante Robert De Niro) al círculo mafioso bajo el ala de Russell Bufalino (Joe Pesci en la actuación de la película), y avanza hacia lo general: la lucha entre los sindicatos y el poder político, con el brazo armado que representan la mafia y sus diversos clanes. La película, claro, tiene varios de los tópicos que han sido habituales en el cine del director pero amontonados y organizados como si de una enciclopedia se tratase. El comienzo es con un bello plano secuencia en un geriátrico, que termina con un Sheeran postrado y donde sobresale un reloj en su muñeca: precisamente ese objeto y su contenido son la clave de la película, el tiempo, muy especialmente en un film de esta duración. Scorsese se toma una hora para narrar el ascenso de Sheeran en la mafia, luego un par de horas para trazar el vínculo entre Sheeran y Jimmy Hoffa (un divertidísimo Al Pacino) y una última media hora para un epílogo tan brutal, como angustiante y emotivo. La forma en que el director articula los tiempos del relato (siempre de la mano de su fiel montajista, la brillante Thelma Schoonmaker) es impecable, más en una película que viaja de aquí para allá entre décadas y con una multiplicidad de personajes increíble. Todo es claro, todo es preciso, no hay escenas que sobren porque cada momento tiene algo para decir, de la historia general o de la intimidad de los personajes. La acción en El Irlandés tiene que ver con el accionar de sus protagonistas, no hay casi tiempos muertos ni momentos donde no se esté filtrando una información clave. La de Scorsese es una película sobre profesionales, más allá de que la profesión de estos tipos sea estafar, engañar, asesinar. La vida privada surge entre los pliegues, pero no hay demasiado tiempo para ello: la acción seca de la película marca el tono de esa seriedad y rigurosidad con la que todo debe ejecutarse. Al margen, como una nota al pie que terminará pendiendo sobre la cabeza de Frank, se va construyendo el vínculo entre él y su hija, quien lo desaprueba en silencio y se vuelve el combustible fundamental de su culpa. Pero en El Irlandés no hay espacio para el criminal llorón a lo Michael Corleone, aquí si hay pena es porque los actos de cada uno son irredimibles pero nadie busca una salida a ese camino. La cita a El padrino no es antojadiza, porque en Scorsese entra todo el cine, el suyo y el de los demás. También hay aquí algo de Los intocables por la forma en que el director articula historia con ficción y gran espectáculo. Se ha hablado muchísimo de los efectos especiales de El Irlandés y el detalle técnico es uno de los pocos aspectos cuestionables del film. No tanto porque no luzcan profesionales ni precisos, sino porque no pueden evitar cierta traición que el físico ejerce sobre lo digital. En Los infiltrados, por ejemplo, Scorsese solucionaba el mostrar a un Nicholson más joven dejándolo en penumbras, pero aquí hay una prepotencia del CGI que parece inevitable en estos tiempos. Si De Niro en esta película luce más joven (aunque no sé si lo joven que exige el relato), lo cierto es que su cuerpo tiene la movilidad de una persona de la tercera edad. Si el movimiento genera una contradicción con la imagen, lo cierto es que inconscientemente se construye una poética que acompaña el tono cansino del resto de la película. Scorsese utiliza recursos audiovisuales vistos en films como Buenos muchachos o Casino, como personajes hablando a cámara o un montaje que corta abruptamente la escena. Sin embargo hay una evidente falta de vértigo en la aplicación de esos recursos que no debe ser entendida con morosidad. El Irlandés reafirma en esos pasajes el asunto del tiempo como tema central de la película, sobre el tiempo como un espacio que se mueve, nos pasa por arriba y nos lleva a la decadencia. Por eso que la comparación con Buenos muchachos y Casino es justa y no lo es tanto. O más bien El Irlandés actúa como un arco dramático coherente en relación a esas películas con el paso del tiempo. Del trío, Buenos muchachos es la película más briosa, más vital, una trompada en la cara que es el presente de tipos viriles que miran desde la cima, mientras caen. Ya en Casino hay una mirada retrospectiva y nostálgica, que en el final se lamenta por los años de gloria que ya no volverán. En ese sentido, El Irlandés es una obra fiel con la edad que Scorsese tiene en este momento. No hay nostalgia en Frank, el protagonista, quien cuenta su historia desde aquel geriátrico y lleva el relato, sino más bien dolor por lo que no pudo hacer y por lo que no puede recuperar. Claro que El Irlandés no sería la obra maestra que es si no fuera por su enorme epílogo. Cuando la excitación de los crímenes y la lucha del poder concluyen, cuando el poder mismo es reducido a un viejo sin dientes chupando un pancito, la película se vuelve trágica, pesarosa, melancólica y muy triste. Es ahí donde aparece el Scorsese reflexivo que no siempre aparece, el que puede parar la pelota de la cinefilia unos minutos y construir personajes con emoción y dimensiones humanas. Digo esto de la cinefilia y el plano final me termina remitiendo tanto a El padrino 1 como a El padrino 3. Otra vez una puerta, otra vez un viejo sentado contemplando su final, salvo que esta vez la puerta no se cierra y nos deja observar la pequeñez (acompañada de miedo y tristeza) en que se termina convirtiendo el poder una vez que el tiempo lo ha horadado para siempre.
De aquellos cineastas que posaban en una foto, famosa, en la que Martin Scorsese, Spielberg, Coppola y De Palma están sentados a una mesa, festejando el cumpleaños de Francis Ford Coppola, es el director de El irlandés, quizás, el único que sigue filmando en lo más alto de su talento. Quien por -y no a pesar de- el correr de los años ha madurado mejor y tiene un sentido del cine como arte y a la vez espectáculo, y el que no cejó hasta conseguir el dinero que necesitaba para hacer esta película. Scorsese estaba empecinado desde 2007 en llevar a la pantalla la novela de Charles Brandt (Me han dicho que pintas casas, por la sangre de las víctimas) en que se basa El irlandés. Pero no quería que otros actores interpretaran a sus protagonistas de jóvenes. Necesitaba una herramienta tecnológica que por entonces no estaba perfeccionada. Ahora sí, y 150 millones de dólares mediante y la libertad creativa que le dio Netflix -que puso el dinero-, Scorsese entrega no su obra maestra, porque con Taxi Driver y Toro salvaje en su haber es difícil empardarlas, pero sí una épica monumental sobre la mafia, y también sobre el sacrificio humano, el honor y el dolor. Frank Sheeran (un Robert De Niro distinto, no sólo por el trabajo de efectos visuales de nuestro compatriota Pablo Helman) es un veterano de la Segunda Guerra Mundial, que maneja un camión. Hace sus negocios, roba y estafa, pero encontrará en un nuevo empleo, trabajando para el jefe de la mafia Russell Bufalino (Joe Pesci decididamente en otros tonos de actuación, lo que es una muy buena noticia, en su primera película desde 2010) casi una nueva vida. Es un asesino inescrupuloso, sin remordimientos. Y son las vueltas de esa vida las que lo llevan a conocer y ser amigo de Jimmy Hoffa (Al Pacino, entrando con cuña al universo scorseseano, más que nada por algunos tics que no supo, pudo o quiso abandonar), el líder sindical de los transportistas. Un corrupto que ansiaba más y más poder, y que tanto las autoridades del Gobierno estadounidense como su propio sindicato y el mundo criminal no veían con buena cara. Es historia: Hoffa desapareció de la faz de la Tierra, jamás se encontró su cadáver y la teoría que esgrime El irlandés es que Sheeran fue el responsable de su muerte. Hasta aquí, la trama. Porque las películas de Scorsese son lo que son a partir de una historia, pero también de un entramado en el que entran a jugar la manera en que conocemos a sus protagonistas, sus propias características y la forma en que sufrimos y/o reímos con ellos. La manera en que podemos empatizar con un tipo como Sheeran, que tiene una pésima relación con su hija (entre paréntesis: las relaciones y los papeles que juegan las mujeres, en manos de otro realizador, hubieran hecho una película distinta), o hasta el mismo Bufalino, hacen que el espectador se pregunte en medio de la épica ¿cómo puede ser que le desee lo mejor a este/estos tipo/s? Para empezar, si bien se rodeó en el set de muchos de sus habituales colaboradores, es en el elenco donde se nota la versatilidad y la variación. Porque a Robert De Niro y a Joe Pesci ya los hemos visto juntos, dirigidos por Scorsese (Toro salvaje, Buenos muchachos, Casino), pero nunca los hemos visto así. En un filme de género, uno en el que Scorsese se ha empapado y maneja bien, es en la introspección de los personajes donde mejor destaca, brilla. En el momento de decisión en el que se encuentran, con sus prioridades autocuestionadas y el enfrentamiento a sus propios límites donde El irlandés pega un giro no habitual en el director. La última media hora es excepcional. Allí, donde el filme parecía seguir un derrotero conocido, Scorsese y su guionista Steve Zaillian (Pandillas de Nueva York, Oscar por La lista de Schindler) sorprenden, desconciertan en el mejor sentido de la palabra. Conmueven. El irlandés es para ver, disfrutar en pantalla grande, sus casi tres horas y media no se sienten. Scorsese no vuelve a contar lo mismo de siempre. Aunque reconozcamos en sus personajes algo de Bill The Butcher, de Henry Hill, de “Ace” Rothstein, de Jordan Belfort.
“El irlandés” no es sólo una vasta crónica de más de cincuenta años de historia estadounidense en la mirada de Martin Scorsese sino, sobre todo, su magistral canto del cisne del género de gángsters; su amorosa despedida de la forma, el estilo y los personajes con los que el Hollywood del siglo pasado concibió, desarrolló y canonizó ese género, del que formó parte ineludible con títulos como “Buenos muchachos” o “Casino”. En esta película crepuscular, de ritmo, tiempo y colores tan distintos, el gangster, antes que sujeto dramático, adquiere una categoría tan filosófica como la que el compadrito tuvo para Borges. Lo que aquí está en escena no es una trama sino una poética. Basada en el libro periodístico de Steven Zaillian “I Heard You Paint Houses” (“Oí que usted pinta casas”: sarcasmo criminal con el que se le pregunta a un sicario si es capaz de “pintar una pared de rojo”), la historia de “El irlandés” se ocupa, una vez más, de la vida y desaparición (nunca aclarada) del célebre jefe sindical de los camioneros Jimmy Hoffa, interpretado por Al Pacino. A diferencia de versiones anteriores, en especial “Hoffa” (1992), de Danny De Vito, donde Jack Nicholson hacía ese papel, y también (aunque con nombres ficticios), “F.I.S.T.” (1978), de Norman Jewison, con Sylvester Stallone como el líder gremial, la versión Scorsese no acentúa el mero aspecto biográfico del ascenso y caída de una de las figuras centrales de la sociedad norteamericana de mediados del siglo XX, sino que se vale de su leyenda -casi como pretexto- para desplegar esa memoria a la que se aludía antes. Desde ese lugar dialoga, en un presente que no es ni nostálgico ni otro “homenaje a…”, sino su avatar final, con todos aquellos amados fantasmas que construyeron una identidad cinematográfica, desde Scarface a Vito Corleone, y que hoy no existen más que en las cinematecas. En esa perspectiva, tanto las estrechas relaciones que mantuvo Hoffa con figuras del crimen organizado ítaloamericano en los años 50 y 60, como el libro-base centrado en su lugarteniente y confeso verdugo, el irlandés Frank Sheeran (Robert De Niro), habilitan al director de “Taxi Driver” a desplazar el acento del relato de la turbulenta trayectoria del sindicalista para subrayar, a partir de la semblanza de los mafiosos con los que convivió, de su ética y estética, la agonía de un género cinematográfico que reflexiona sobre sí mismo en su culminación. Los films anteriores sobre Hoffa, al igual que tantos documentales, ofrecían diferentes hipótesis sobre su asesinato en 1975. Lo que hace Scorsese, aun apoyado en la versión del propio Sheeran (testimonio tampoco verificado por los peritos, que jamás encontraron el cadáver del sindicalista) es una interpretación dramática tan extraordinaria que hasta relativiza el interés por el rigor histórico. Esa interpretación se basa en la relación entre Hoffa y Sheeran, un complejo vínculo a la vez de respeto, sumisión, admiración, lealtad y traición, que fue forjado por el tercer protagonista, el “padrino” de Pennsylvania Russell Bufalino (Joe Pesci, cuya actuación es, quizá, la más admirable de toda la película). Es Bufalino quien con ese aire pacífico, reposado y siniestro, maneja los hilos, y así su punto de vista, despegado de ambos, le pone distancia -y sabiduría- al relato. Bastarían sólo dos escenas, ambas con Pesci, para que el espectador (sobre todo ese espectador con pasado cinematográfico, que se sentirá involucrado de inmediato) sepa que con “El irlandés” está ante un clásico instantáneo. Porque esta película es eso: un clásico en presente. En una de esas escenas Bufalino ni siquiera habla: sentado a la mesa del restaurante de un hotel, sólo observa fijamente al irlandés cuando otro capomafia, Angelo Bruno (Harvey Keitel, cuya brevísima participación deja con ganas de más), le revela que, después de haber cometido una torpeza, salvó su vida gracias a Bufalino. “Tienes un buen amigo, tienes de verdad un buen amigo”. En la otra, no menos antológica, Bufalino no mira a De Niro: mientras se prepara una ensalada, le encarga una misión inconcebible a ese “pintor de paredes en rojo”, un veterano de guerra que, en el fondo, conserva su inocencia, los restos de una moral anestesiada, y el dolor de que una de sus hijas, la única que intuye su profesión, abomine de él. “Sé cómo te sientes, Frank, pero viene de arriba”, dice Bufalino, como si administrara el “fatum” que rige la religión mafiosa, y contra el que nada puede hacerse. Los últimos treinta minutos de sus tres horas y media (exceso al que se entrega Scorsese sin que se tenga nunca la sensación de ‘maratón’ netflixiana) es una de las despedidas más tocantes que se haya hecho el cine a sí mismo: ese cine que hoy necesita presupuestariamente de sus propios verdugos para sobrevivir, para hallar aún un nicho en la cultura del nuevo siglo. Y a propósito de nichos: “Non omnis moriar”, “No moriré del todo”, decía el poeta latino Horacio en su famosa oda, “sino que una parte de mí evitará la muerte”. Sheeran el irlandés, del mismo modo, no quiere que sus restos sean cremados porque eso es “morir definitivamente”, pero también la tierra lo es: sólo un pequeño nicho en una galería, en lo alto, quizá no lo sea tanto: un orgulloso recordatorio del cine que alguna vez existió en medio de tantos superhéroes vacíos.
«The Irishman», el nuevo vehículo de Martin Scorsese está listo para llegar a algunas salas del interior y Gran Buenos Aires (En Capital sólo en el Cinema Devoto) antes de su estreno en Netflix en pocos días más y, seguramente nadie saldrá defraudado. Scorsese juega aquí con sus temas preferidos: La Mafia y la lealtad, la naturalización del crimen, los renunciamientos personales en favor de la Omertá. Se vale para ello de dos de los mejores actores de la década del 70. Su consabido socio y alter ego Robert De Niro y por primera vez Al Pacino. El Primero como Frank Sheeran, veterano de guerra y asesino de Jimmy Hoffa por encargo, y el segundo presidente del Sindicato de Camioneros (Teamsters) . El film, que abre con Sheeran desde su resignada invalidez recordando su vida, transita más de cuatro décadas describiendo con narrativa remarcable el ascenso y caída de este singular asesino a sueldo como sólo Scorsese lo podía hacer. Lo hace en un tono pausado, detallista, inductivo, seductor, con momentos de tensión austera y en vertiginoso ascenso, para rematar en algunas situaciones con golpes secos, efectistas, hipnóticos. La gran fascinación que produce Scorsese con su cine consiste en la naturalización de la violencia, en su plasticidad que surge espontánea. Y desde ya en la introspección acabada de sus personajes, con logrados claroscuros; con la humanización de sus culpas, autorreproches, traiciones, complicidades, abandonos, faltas. Al Pacino como Hoffa luce conmovedor, irritable, contenido, brindando una interpretación impecable. Pero quien se lleva todos los laureles es aquí Robert De Niro, impecable desde su silencio, su economía de recursos, su fragilidad, su lealtad. Del elenco merecen destacarse asimismo un talentoso Joe Pesci, Bobby Cannavale tan caro a este tipo de personajes y Anna Paquin como Peggy Sheeran, silencioso testigo del proceso interno de derrumbe de su padre. La brillante fotografía de Rodrigo Prieto (quien ya suscribiera sus films anteriores «El Lobo de Wall Street» y «Silencio») y la ágil edición de su habitual colaboradora (Thelma Schoonmaker) dan marco a esta superlativa historia que este maestro del cine nos ha regalado. POR QUE SÍ: «La gran fascinación que produce Scorsese con su cine consiste en la naturalización de la violencia, en su plasticidad que surge espontánea. Y desde ya en la introspección acabada de sus personajes, con logrados claroscuros; con la humanización de sus culpas, autorreproches, traiciones, complicidades, abandonos, faltas»
Ver una de Scorsese en pantalla grande es un acontecimiento, y más cuando vuelve a trabajar con un trío de actores históricos, que se relacionan en la pantalla para construir un relato épico sobre los vínculos y sus transformaciones a lo largo de cuatro décadas. “The Irishman” de Martin Scorsese es el apasionante relato de la vida de tres personas, sus relaciones y el resquebrajamiento de los cimientos de sus ideales desde el momento en el que se comienzan a introducir intereses económicos, políticos y sociales, entre ellos. En la relación entre Don Bufalino, el irlandés Frank Sheeran y Jimmy Hoffa, gran parte de la estructuración sindical americana se devela como un complejo entramado de corrupción, miserias y luchas personales. “The Irishman” posee momentos gloriosos, definiciones que trascienden al género de mafia y una vuelta a tempos narrativos laxos que potencian ideas que se van acumulando en el relato. Hay algunas cuestiones que tienen que ver con la manipulación digital de rostros y cuerpos que hace ruido por momentos, y que nos hace pensar acerca de la expansión de posibilidades técnica del soporte ahora ya en films que escapan al rótulo de ciencia ficción. Un arranque potente, una construcción minuciosa de los personajes, y la degradación entre ellos de sus vínculos hacen de “The Irishman” una propuesta valiosa para repensar una sociedad que desde la corrupción se piensa libre y soberana. POR QUÉ SÍ: «Apasionante relato de la vida de tres personas, sus relaciones y el resquebrajamiento de los cimientos de sus ideales desde el momento en el que se comienzan a introducir intereses económicos, políticos y sociales, entre ellos»
No hay muchos cineastas por los cuales los cinéfilos estén dispuestos a hacer fila a las 6 de la mañana para una función de una película que es recién a las 9. No hay muchos cineastas por los cuales los capitalinos estén dispuestos a hacer un viaje de una hora y media a provincia para ver su película en el cine. No hay muchos cineastas por los cuales el público esté dispuesto, feliz incluso, de achatar sus posaderas en una butaca por tres horas y media. No hay muchos cineastas que tengan cabida en este mundo de propiedades intelectuales reutilizadas hasta la saciedad. En esas circunstancias, que El Irlandés exista es un milagro, y que los cinéfilos alteren sus rutinas para ver una película de Martin Scorsese en el cine es una conmovedora movilización de la cual los capitanes de la industria deben tomar nota. Sin embargo esta movilización podría ser una simple anécdota, y nos volvemos a sorprender ya que aparte de todo esto, con perdón de lo categóricas que puedan sonar estas palabras, El Irlandés es una gran película que ratifica –cómo si hiciera falta– el genio de Martin Scorsese. Escuché que pintás casas Primero y principal esta crítica desea darle paz de mente al lector con un detalle: las tres horas y media que dura El Irlandés pasan volando. La paciencia del espectador no es desafiada jamás, ya que desde el primer encuadre Scorsese nos tiene bajo su hechizo cual Flautista de Hamelín. El formato narrativo, como sus otras épicas Buenos Muchachos o Casino, es un anecdotario a cargo del camionero devenido sicario Frank Sheeran. Incluye su participación en la Segunda Guerra Mundial pero principalmente los años en que, por órdenes de la mafia, fue guardaespaldas del sindicalista Jimmy Hoffa, desaparecido y declarado legalmente muerto. Considerando que los años con Hoffa ocupan una buena parte del bulto mayor de El Irlandés, podemos decir que es una versión aggiornada del film que Danny DeVito realizó en 1992 con guión de David Mamet. El guion de Steven Zaillian cala mucho más profundo, no solo en el desarrollo de sus personajes sino en el modo que presenta la historia. Zaillian le busca la vuelta insertando una línea narrativa dentro de otra como si fuera una mamushka. Tenés a Frank viejo contándote la historia desde el presente como un marco narrativo, pero dentro de este hay otro que transcurre durante un peculiar viaje en auto en 1975. Esta dicotomía tiene una clara intención: Frank viejo no le va a decir nada al espectador que no quiera que él sepa, pero, y en concordancia al tema de enfrentar las consecuencias tarde o temprano que propone la película, la misma narrativa traiciona a Frank y nos revela los detalles de lo que (como el film lo entiende) le ocurrió a Jimmy Hoffa. Sobra decir que los estallidos de violencia aparecen desde el vamos, y la naturalidad con que esta hermandad lo acepta está a la orden del día, razón por la cual no faltarán las palabras soeces y los breves momentos de comedia. Esta narración tremendamente compleja, con este extenso metraje, consigue ser llevadera por el dinámico trabajo de cámara de Rodrigo Prieto y el afilado, fluido e invisible montaje de la siempre genial Thelma Schoonmaker. En materia actoral, los tres protagonistas entregan conmovedoras interpretaciones, no pocas veces haciendo algo mayor a levantar una ceja. Robert De Niro atraviesa todos los registros y tiene una capacidad que sobrevive a cualquier soporte: prostético o digital. Joe Pesci, volviendo del retiro, entrega una digna interpretación como un capo de la mafia. Igualmente, si hay una actuación que destaca por encima de la media, y por un escaso margen respecto de sus compañeros de elenco, es Al Pacino en su rol de Hoffa. La calma, la simpatía, la furia, la lástima, están todas ahí, expulsadas como por un volcán.
El tema de la violencia ocupa un lugar importante en la filmografía de Scorsese. Desde "Taxi Driver" a "Calles peligrosas", con "Toro Sentado", "Cabo de Miedo", "Pandillas en Nueva York" o "Silencio", el tema de la calle, el miedo, lo ilegal, la fuerza bruta escriben una línea temática de este realizador de orígenes sicilianos nacido en Queen, criado en Little Italy y habitante en la adolescencia de la zona del Bronx. "El Irlandés", basada en el libro "O“ que pintabas casas" de Charles Brandt, está centrado en los testimonios que Frank Seeran, un ex camionero y veterano de guerra que pasó la mayor parte de su vida como asesino a sueldo de la mafia, particularmente de Russell Bufalino y Jimmy Hoffa, peso pesados del mundo del hampa. El filme toma a un Seeran viejo y artrítico, refugiado en un geriátrico, que con humor y pocos prejuicios, relata su vida. Vida que según el libro de Brandt, un fiscal del estado de Delaware llegó a contar más de 25 víctimas de asesinatos por encargo y que habría incluído la figura del sindicalista e integrante del crimen organizado, Jimmy Hoffa, líder camionero desaparecido en 1975. HAMPA EN FILADELFIA Con fluidez narrativa que no basta para tolerar excesivos 210 minutos de proyección, el trío De Niro (Seeran), Joe Pesci (Bufalino), Al Pacino da una lección de actuación. Representaciones que pasan por tres décadas a partir de los 50 en un relato no cronológico que los incluye jóvenes gracias a un rejuvenecimiento digital notables. Parte de la historia del hampa en Filadelfia durante de esas épocas pasa por los recuerdos de viejo Seeran que habría muerto poco visitado por la familia (dos mujeres, cuatro hijas) y sin arrepentirse de ninguno de sus crímenes. Filme de mafias y conspiraciones, de plataformas capaces de sostener candidaturas presidenciales (los Kennedy son citados una y otra ve) y en las que las huestes de Hoffa al frente del sindicato de camioneros, provechaba el gremio para lavar dinero sucio bajo la excusa de los polémicos fondos de pensión. La película de Scorsese retoma el tema de la impunidad, de las carreras delictivas que no necesariamente culminan en la cárcel y donde la vida familiar parece esconder la paz que está ausente de la habitual trayectoria de los señores sin ley. Maratón de crímenes, traiciones de alto grado, amistades falsas y ese cinismo cargado de humor que enmascara la simpatía del tal Seeran. "El Irlandés" desnuda el vicio de la violencia, la ambición desmedida y el cinismo permanente que sólo parece interrumpirse cuando el mismo Seeran se siente juzgada por la pequeña Peggy, la más pequeña de sus cuatro hijas mujeres. Luego de los problemas que resultan de las producciones independientes con su arrastre de escasez de salas de exhibición, "El Irlandés" inicia su carrera con el aval de un relato notablemente interpretado por el trío italoamericano De Niro, Pacino- Pesce, la autenticidad del tratamiento de un tema atrapante y un cuidado formal explícito en el montaje y la fotografía de Rodrigo Blanco.
"El irlandés": paredes pintadas de rojo La mejor película del director en 30 años se verá por una semana solamente en una única sala porteña y un puñado de cines del interior, para luego llegar a Netflix. No resulta arriesgado afirmar que El irlandés es la mejor película de Martin Scorsese en casi 30 años. Desde Buenos muchachos (1990) --que funciona casi como su espejo invertido-- que el gran cineasta estadounidense no hacía un film de una envergadura semejante, un capolavoro que se conecta de manera directa con lo más identitario de su obra a la vez que la enriquece y la amplía de modos insospechados. Es lamentable que una película de uno de los grandes autores del cine contemporáneo, claramente concebida para ser exhibida en pantalla grande (como se pudo disfrutar en la clausura del Festival de Mar del Plata), a partir de hoy solamente se pueda ver por unos pocos días en una única sala de la ciudad de Buenos Aires y en un puñado del interior del país, a raíz de la férrea política de exhibición que impone su compañía productora Netflix, obstinada en privilegiar su plataforma digital. Basada en un libro documental del ex fiscal estadounidense Charles Brandt que lleva por título I Heard You Paint Houses, no pasan más de cinco de los 210 minutos que dura El irlandéspara que el espectador se entere de qué manera –y de qué color— solía pintar las paredes Frank "The Irishman" Sheeran. Ni Jackson Pollock con su “action painting” fue más rápido y eficaz en lo suyo. Y los rojos profundos --los preferidos de Sheeran-- no tienen nada que envidiarle en intensidad a los de Mark Rothko. Frank Sheeran (Robert De Niro, también en su mejor trabajo en décadas) era un veterano de la Segunda Guerra Mundial, con amplia experiencia como soldado de infantería en la invasión de Sicilia y la batalla de Anzio, cuando es reclutado por la familia mafiosa Buffalino, más precisamente por la cabeza del clan, Russell (Joe Pesci). Por entonces, Frank era un simple camionero y descubre la manera de ganarse unos dólares extra robando la mercadería que él mismo transportaba. Que fueran reses recién salidas del matadero es casi una premonición de los encargos de mayor envergadura que poco a poco le irán confiando tanto Russell Buffalino como su socio Angelo Bruno (Harvey Keitel). A esos italianos les gustaba el modo veloz, discreto y eficiente con el que este irlandés de pocas palabras era capaz de eliminar a todo a aquel que se interpusiera en los negocios del clan. Lo que hace Frank, en definitiva, no es muy distinto a lo que hacía en la guerra: cumple órdenes. En la visión de Scorsese y su extraordinario guionista Steven Zaillian (que ya trabajó con Marty en Gangs of New York y también con sus amigos Brian De Palma y Steven Spielberg), no hubo nada de heroico en el paso de Sheeran por el ejército. Aprendió a matar, simplemente. Incluso a ejecutar a prisioneros a sangre fría. A diferencia de la épica bélica que siempre fomentó Hollywood, con apenas un par de pinceladas Scorsese invierte el tablero y da cuenta del tipo de formación con que solían regresar los soldados que habían combatido en Europa. Al menos Sheeran, que era una máquina de matar. Como ya sucedía en Goodfellas, el protagonista es también el narrador en primera persona, aquel que va enhebrando recuerdos y anécdotas. Y también como en Buenos muchachos, el relato avanza y retrocede en el tiempo, un poco a la manera de Faulkner, como un libre fluir de la conciencia. Es notable cómo Scorsese y su histórica montajista Thelma Schoonmaker logran entrar y salir de esa estructura con una facilidad y un ritmo deslumbrantes. Si es necesario, la película pisa el acelerador y resuelve personajes y situaciones con la misma celeridad con que Sheeran vacía el cargador de sus armas, de las que luego sistemáticamente se deshace. Y cuando el director lo considera pertinente, The Irishman se detiene todo el tiempo que sea necesario en diálogos aparentemente banales, en discusiones absurdas, en detalles que pueden parecer fútiles, pero que sin embargo resultan determinantes para comprender no sólo la naturaleza de sus personajes sino también el contexto político de su época. Ya en Casino (1995), título significativo si los hay, Scorsese había dado muestras de cómo funciona en esencia el sistema capitalista que rige la economía de su país: como una mesa de apuestas en la que sólo gana la banca. Pero aquí en The Irishman va aún más lejos y se interna no sólo en los procesos de acumulación de capital por parte de la mafia sino también en sus contactos políticos y sindicales, básicos para la construcción de poder. Es aquí cuando aparece el tercer vértice del triángulo equilátero que conforman primero De Niro y Pesci y al que se suma el gran Al Pacino, como Jimmy Hoffa, legendario líder del gremio de los camioneros en los Estados Unidos. Es Buffalino quien tiene contacto directo con Hoffa y quien le presenta a Frank como el hombre de confianza que necesita, para todo servicio: guardaespaldas, consigliere y hasta su mejor amigo incluso. Es gracioso verlos juntos en piyama, como un matrimonio entrado en años, discutiendo tácticas gremiales desde sus camas gemelas, en uno de los tantos hoteles a los que los llevaban sus giras proselitistas. De una ambición desmesurada, Hoffa gustaba demostrar el poder de su gremio y alardear de sus conexiones políticas, que no tenían necesariamente un fundamento ideológico sino esencialmente pragmático. Su apoyo económico a la campaña de John Fitzgerald Kennedy, por ejemplo, fomentado por el mismísimo Frank Sinatra (Scorsese no se priva de dar nombres propios), estuvo ligado no sólo a conseguir ascenso social sino también a derrocar a Fidel Castro para que sus amigos de la mafia pudieran volver a instalar sus casinos en Cuba. El fracaso de la invasión a Bahía de los Cochinos (es Sheeran quien lleva en un camión a Florida las armas que usarán los cubanos entrenados por la CIA) y la persecución que el fiscal Bob Kennedy hace de Hoffa en busca de su propia notoriedad ponen en pie de guerra a los clanes mafiosos italianos, que de la noche a la mañana pasan a revistar junto a los republicanos de Richard Nixon. Si Scorsese nunca se había metido tan profundamente en política, hay una estructura mítica que nunca abandona y que aquí reaparece con más fuerza que nunca: el tema de Judas. Desde Calles peligrosas (1973) hasta Los infiltrados (2006) pasando por La última tentación de Cristo(1988) y por supuesto por Goodfellas, el problema de la traición atraviesa como una espada toda su obra. Y aquí Frank Sheeran, en una encrucijada que marca casi toda la última hora de película, deberá decidir a quién de sus mentores rinde lealtad y a quien traiciona y finalmente mata. Que a la vez, Sheeran se comporte puertas adentro de su casa, como un padre ejemplar, no impide la mirada muda pero de terror primero y desprecio después de su hija mayor (Anna Paquin), que le agrega una capa más de lectura a esta suerte de réquiem otoñal, donde los buenos muchachos hace tiempo que han dejado de serlo.
Cine crepuscular. Dentro del marco del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, la enorme sala llena del Auditórium pudo disfrutar de la función de clausura con la proyección del último film del legendario Martin Scorsese. Un disfrute que no muchos podrán tener ya que tan solo un puñado de salas contará con funciones antes de que el film esté al alcance de todos por medio del servicio de streaming de Netflix, algo que entra en un juego paradójico ya que si bien El Irlandés es una producción de la ene roja, al mismo tiempo es un film de tal grandeza narrativa que abraza el estilo y el espíritu de un cine clásico prácticamente desaparecido. Se trata del opus final de la trilogía temática que incluye a Buenos Muchachos y Casino, un film que, de manera reflexiva, nos acerca a la mirada del ayer de su director y la realidad de su presente. Situada a lo largo de tres décadas y contada a través de tres horas y media, la historia basada en la novela Oí que pintas casas, se centra ágilmente en el armado de posguerra de la política y la mafia en Estados Unidos, siendo los personajes quienes funcionan como hilos de unión para esa duradera amistad y rivalidad entre el poder político y el criminal. Y es que la amistad es un término clave para describir a esta historia. El trío protagónico tiene como eje principal a la figura de Frank Sheeran (Robert De Niro) y la leal amistad que este veterano de la Segunda Guerra, luego devenido en camionero y asesino, termina formando con el mafioso Russell Bufalino (Joe Pesci) y el conocido y desaparecido sindicalista camionero Jimmy Hoffa (Al Pacino). Así como el film realiza una extensa descripción de la amistad que une y divide a estos personajes, se sirve al mismo tiempo del detallado y característico lenguaje audiovisual de Scorsese para realizar una metalectura de su cine y de la amistad del director con De Niro y Pesci, la cual hasta este punto trasciende la pantalla. Es así como, en la forma de una épica crepuscular, el director dialoga acerca de la amistad, la vejez y el tiempo, convirtiéndolos en elementos temáticos y narrativos del film, pero también utilizándolos como reflejos personales. Scorsese, personalidad elemental en la concepción del cine como lo conocemos, se toma todo el tiempo necesario para construir un relato contado de manera clásica, que en su mayor parte es ágil y disfrutable, para reflexionar sobre el cambio de los tiempos, de la evolución del arte que lo vio crecer y envejecer en la pantalla. Es cierto que en su aspecto de puesta en escena, el film es por momentos algo desparejo, recordando en ocasiones el medio para el que fue realizado, pero también cuenta con el aspecto refinado de su director, quien sabe contar como los mejores. Esto le brinda una identidad algo cambiante a la propuesta, remarcando con más énfasis las diferencias que separan y unen al cine más clásico del moderno. Con el relato que tiene en manos, Scorsese se permite continuar hablando del arte que lo apasiona y volver a un tipo de cine que, al que contando con algunas excepciones, ya no se puede volver. Allí es donde reside la importancia del protagonista y narrador de esta historia. Frank es un hombre que se ve ligado a grandes cambios, personales y profesionales y a una serie de toma de decisiones de las cuales no podrá volver atrás….ni querrá. Este hombre que en tiempos de guerra hacía que sus enemigos caven sus propias tumbas, no tiene reparo en “pintar casas”, eufemismo para describir el asesinato de sus objetivos. El acto criminal en sí mismo se ve presentado como la actividad en común que iguala a Frank con el hombre que respeta y admira, su amigo y mentor Russell. Ambos sujetos se conocen cuando Russell le soluciona un problema mecánico de la cadena de tiempo, algo que estaba roto y que al solucionarse iniciará su propia cadena de eventos, de cambios a través del tiempo. Con estilismos de sobra, siendo el director consciente de su edad y la de sus actores, el espectador es testigo de los distintos aspectos físicos de los personajes gracias a los efectos visuales presentes para rejuvenecer o envejecer más al trío protagónico. Estos efectos digitales, complementados con el uso estético de Scorsese, son otras de las herramientas de las que se sirve el director para abordar la importancia del tiempo. Los cambios sociopolíticos que brindan contexto histórico son hacedores y resultados de los distintos conflictos que ponen a la política y la mafia en la misma equilibrada balanza. Es así como entra en escena, en el triángulo de amistad, Jimmy Hoffa. El sindicalista camionero se ve enlazado en ambos mundos de poder con el fin de lograr un cambio, aunque sea por medio de actos criminales que lo terminarán privando de su libertad y finalmente de su vida. La interpretación de Al Pacino como Hoffa es uno de los elementos más fuertes del film, construyendo su personaje a través de sus ideales, el poder de la oratoria y la incapacidad de dar el brazo a torcer. Estos aspectos son utilizados tanto en el carácter dramático como en el cómico, logrando que el personaje sea la fuerza imparable que suponía para sus aliados/enemigos; una energía actoral a la que el film acude cuando pareciera que corre el riesgo de perder su poderío debido a la larga duración —el personaje de Pacino realmente se roba el film, si bien De Niro y Pesci ofrecen interpretaciones sobresalientes. La historia es narrada por un anciano Frank que se encuentra en un geriátrico, al que el film vuelve en más de una ocasión para dar cuenta del poder del paso del tiempo y la caducidad de los días. La imagen frágil y vulnerable juega un importante contraste con las distintas acciones y la violencia que lleva a cabo en su historia de vida. Y si bien en principio el espectador desconoce a quién le está contando los hechos, paulatinamente se caerá en la cuenta de que la historia es únicamente para el público. El mismo que, al igual que Peggy (Anna Paquin), lo observa en cada momento de su vida, siendo testigo de la persona que es y juzgando sus acciones. La soledad y la ausencia de arrepentimiento son las únicas compañías de un avejentado Frank, que ve la vida pasar en su silla de ruedas, así como el público ve pasar la vida del protagonista desde su asiento. Con El Irlandés, Martin Scorsese y su guionista Steven Zaillian escriben una carta de despedida a una época del cine, a un tipo de cine, recordándolo con añoranza y a la vez siendo conscientes de la evolución del mismo. De alguna manera, al igual que Frank, Scorsese no se arrepiente de lo logrado en aquellos tiempos. Así, logra crear la cumbre final de una época, relacionándola con el cine de sus pares (como por ejemplo el de Francis Ford Coppola) y le da forma al ocaso de ese cine con una intensa master class de un director que se observa a sí mismo y también a nosotros, su público. El personaje de Frank, al igual que lo hacía con los soldados enemigos, cava su propia tumba cuando escoge el ataúd y la cripta para su reposo eterno. Ser enterrado o cremado no es una opción, ya que eso sería definitivo y el ser humano desconoce que hay después de la muerte. De alguna manera, Scorsese deja en claro con su nueva obra que las distintas miradas y los tipos de cine tampoco son definitivos. Todo cambia y nada se puede dar por sentado. Es mejor dejar la puerta entreabierta. Frank lo hace. Scorsese también.
Durante mucho tiempo, este ambicioso proyecto de Martin Scorsese basado en la novela de Charles Brandt I Heard You Paint Houses (2004), parecía una de esas epopeyas imposibles de concretar. Sin embargo, el legendario director de joyas como Taxi driver, Buenos muchachos y El lobo de Wall Street, encontró en la participación de Netflix el aporte económico necesario para poder realizar El irlandés. Por su presupuesto de 159 millones de dólares, esta película hoy resultaría impensable si estuviera financiada en términos de recuperación y ganancia en salas de cine. En cambio, para el gigante del streaming la inversión representa algo así como una ficha de nobleza y un pasaporte para asegurar su presencia en la próxima entrega de los Oscar, operación que el año pasado jugó con destreza con Roma, el multipremiado film de Alfonso Cuarón. Aclamada a nivel mundial, esta nueva obra maestra del talentoso italoamericano, se está proyectando solo en 58 salas de nuestro país, incluyendo seis pantallas de diferentes departamentos de Mendoza: Cine Universidad (Nave UNCuyo) en Ciudad, Tadicor en Las Heras y San Martín, Cine Amelix en San Rafael, Cine Américo en Tupungato y Cine Antonio Lafalla en General Alvear. Como el debut en Netflix está previsto para el próximo miércoles 27 de noviembre, esta película está disponible en pantalla grande solo durante una semana. Es prácticamente un mandato cinéfilo rendirle honores a esta maravillosa creación en una sala de cine. Más allá del elaborado trabajo visual, que incluye el rejuvenecimiento digital de sus protagonistas, y de una banda sonora repleta de clásicos del rock, del jazz y del blues; este film merece ser observado con el mismo nivel de detalle con el que Scorsese lo ha orquestado minuciosamente plano a plano. Por su duración de tres horas y media, el espacio ideal para su total apreciación/disfrute es el que todavía hoy propone la pantalla grande en comunión con sus devotos espectadores. Lejos del tedio, la película tiene el pulso narrativo propio de un maestro que llega a la síntesis máxima de su estilo y que a la vez no se distrae en regodeos formales, sino que logra con cada secuencia un ejemplo de concisión en la que no sobra ni falta nada. El ascenso del camionero Frank Sheeran, interpretado magistralmente por un contenido Robert de Niro, nos introduce en la feroz mecánica de la mafia y sus fuertes conexiones con la política norteamericana durante cerca de tres décadas. Este hombre que no dudó a la hora de dar golpes o apretar el gatillo, fue una pieza fundamental en el poder que amasó el líder sindicalista de camioneros Jimmy Hoffa, aquí jugado por un catártico Al Pacino. En el medio de ambos, Russell Bufalino, el jefe de una influyente banda que además ofició como mentor y protector de Sheeran, encuentra en Joe Pesci el punto más alto de este trío de superpotencias actorales. Como es habitual en el cine de Scorsese, todo conflicto gira en torno a dilemas morales en los que se agitan tensiones laborales y familiares. No hay una mirada psicologista sobre este puñado de personajes fuera de ley, sino un seguimiento quirúrgico, no exento de certeras pinceladas de humor áspero, sobre el filo de muerte por el que transitan cada una de las acciones y decisiones de estos hombres. Aquí no importa si esta es la historia oficial del final de Hoffa, de hecho el mismísimo FBI terminó desestimando la versión de Sheeran. Lo que enciende el interés de esta épica es la convicción con la que el realizador narra este apasionado tour de force de violencia, pactos y traiciones. Recurriendo a virtuosos planos secuencia que ya son su marca registrada, el inagotable potencial del cineasta que se acerca a los 80 años con cuatro nuevos proyectos en puerta, se luce en toda su magnitud con este flamante estreno. Tomando como punto de partida la sólida base narrativa propulsada por Steven Zaillian, ganador del Oscar a Mejor guión adaptado por La lista de Schindler y nominado por trabajos como El juego de la fortuna, Pandillas de Nueva York (otra colaboración con Scorsese) y Despertares; esta película adquiere tintes de grandeza por la sabiduría de su director. Renovando el compromiso con el cine clásico y actualizando aquella promesa que hizo con otros colegas de su generación, este noble cineasta sigue apostando por la misión de conjugar entretenimiento y mirada autoral. Con un pie puesto en el gran espectáculo y otro en el retrato intimista, El irlandés es un brillante exponente de ese Hollywood que solo pueden sostener sus legendarios íconos. Pero no todo está perdido en el marco de las nuevas camadas de realizadores que se lanzan a una aventura creativa bajo los rígidos límites de la gran industria. Para sorpresa de muchos, cuando Hollywood parecía hundirse en un puñado anual de títulos olvidables, este 2019 deja hitos como la hipnótica Ad Astra y la brutal Joker. Coincidentemente, el film del villano de risa espasmódica que se transformó en el evento cinematográfico del año, está conectado con dos obras maestras de Scorsese: Taxi driver y El rey de la comedia. Ahora, El irlandés viene a sellar la temporada con un acontecimiento que en cuestión de días pasará de la pantalla grande al living hogareño. Por el momento, butacas de salas de diferentes puntos cardinales de nuestra provincia les esperan en una cruzada que va más allá del romanticismo de ver cine en el cine. Porque Scorsese tiene el poder de catolizar al más férreo de los ateos. Para comprobar la experiencia, solo basta con asistir a su misa en el templo más indicado. The Irishman / Estados Unidos / 2019 / 209 minutos / Apta para mayores de 16 años / Dirección: Martin Scorsese / Con: Robert de Niro, Al Pacino, Joe Pesci, Anna Paquin, Harvey Keitel, Stephen Graham, Jesse Plemons, Aleksa Palladino.
Ambiciones y clasicismo. La precisión narrativa y el clasicismo casi fuera de época –los tiempos calibrados, los encuadres, movimientos y planos concebidos sin vértigo, el dramatismo sosegado– convierten, indudablemente, a esta versión de Martin Scorsese del libro del ex fiscal estadounidense Charles Brandt I Heard You Paint Houses en una obra relevante. Bastaría con señalar el modo (escueto pero significativo) con el que se va informando cómo terminaron sus vidas algunos personajes que atraviesan la trama, el estilo con el que se plasman los ásperos y fugaces estallidos de violencia, el clima de inquietud (sin énfasis alguno) que va generando el viaje de Frank (Robert De Niro) en el último tercio de la película, e incluso la sobriedad de Joe Pesci en la caracterización de su Russell Bufalino, para que no queden dudas que se está ante un film de calidad desacostumbrada. Dicho esto, van a continuación algunas observaciones. Aunque la temática, la intención de recorrer zonas de la historia estadounidense, las ambiciones (lo que incluye claramente la duración), dos de sus actores principales y hasta algunos escenarios y decisiones formales remiten a El Padrino y El Padrino II, hay que decir que la muy digna El irlandés no llega a la altura de esas obras maestras que Francis Ford Coppola realizó durante la primera mitad de los años ’70. En aquéllas, el aprendizaje y la asimilación de códigos mafiosos mientras la juventud devenía madurez y ocaso resultaban creíbles por el desempeño de sus actores jóvenes, mientras que acá, con resultados discutibles, se recurre ocasionalmente a rejuvenecer con efectos especiales a Pesci, De Niro y Al Pacino (los dos últimos eficaces pero lejos de la expresividad que los instaló como grandes intérpretes en otros tiempos). Las noticias que aparecen en televisores encendidos puede ser una estrategia un poco perezosa para contextualizar la historia (lo mismo puede decirse del relato en primera persona en off, que Scorsese utilizó mejor en otras ocasiones): la información de la muerte de Kennedy, por ejemplo, es expuesta de manera algo elemental, así como agotar las referencias a la Revolución Cubana con algún comentario al pasar y la aparición de Fidel Castro en un televisor suena a poco, al menos en comparación con lo que había hecho el inspirado Coppola. Está claro que el de El irlandés es un universo masculino, como también lo eran las películas de Coppola con guión de Mario Puzzo, pero la energía que tenía en aquéllas el personaje de Diane Keaton apenas asoma aquí en la hija de Frank (Anna Paquin), quien, de adulta, expresa su desconfianza sin pronunciar palabra (menos rescatable es el decorativo personaje de la esposa, cuya pulsión por fumar deriva en un previsible final). Finalmente: en aquéllas piezas de los ’70 había un aura mítica, una concepción dramática y formal que, por encima de épocas y circunstancias, convertía a esos mafiosos y sus familias en equivalentes a los protagonistas de una tragedia (tal vez un signo de mucho cine estadounidense de la década, como lo demuestran las propias películas que Scorsese hizo en esos años). La última media hora de El irlandés, muy elogiada por los críticos, sorprende porque no apabulla con vueltas de tuerca o golpes de efecto sino que, por el contrario (sin ánimos de spoilear), se desarrolla contenida y melancólica. Si Kane añorando su Rosebud deseaba volver al territorio de inocencia de su infancia, acá aflora algo más turbio, parecido a un sentimiento de culpa; el propósito, claramente, es recordar cómo el poder (de las armas, del dinero) cede ante la evidencia de la enfermedad, la vejez y la muerte. Recurso dramático válido aunque un poco facilista y hasta incómodo, desde el momento en que lleva a compadecerse por la decadencia física de alguien que traicionó y mató, pasando de su experiencia como soldado en la Segunda Guerra Mundial a las huestes de un clan mafioso (¿qué diríamos los argentinos si una película nos invitara a sensibilizarnos con quien fue responsable de la desaparición de un sindicalista? ¿por qué no insinuar que, más allá de la visión crepuscular de estos jefes en declive, las mafias siguen tomando otras formas?). Scorsese es, junto con Clint Eastwood, uno de los pocos realizadores del viejo Hollywood que ha sobrevivido a las modas y sigue haciendo el cine en el que cree, a veces con resultados mejores que otros (La isla siniestra probablemente sea la mejor de sus películas de los últimos años). Esto le ha servido para ganarse los favores de Netflix y despertar enormes expectativas en torno a El irlandés: lo bueno es que, más allá de las objeciones apuntadas, se trata de un buen producto. Finalmente, respecto a su reticente estreno en salas por exigencias de la cada vez más poderosa empresa de contenidos audiovisuales, pocos parecen recordar que dos largometrajes de ficción de Scorsese nunca tuvieron estreno comercial en salas de Argentina: La última tentación de Cristo (1988) y Kundun (1997). Aunque, en esos casos, los motivos fueron otros que los que impone –para expresarlo con uno de sus títulos– el color del dinero.
En el comienzo de El Irlandés pareciera que estamos frente a uno de los tradicionales grandes éxitos de Martin Scorsese: ahí están la mafia, su mundillo y un nuevo miembro que entra ahí por el lado del sindicato de camioneros. Frank Sheeran (Robert De Niro) es un típico americano de su generación que una vez que pasó por la Segunda Guerra Mundial busca insertarse en la sociedad y prueba en diferentes trabajos y es manejando un camión como conoce, primero por accidente, a Russell Bufalino (Joe Pesci). La relación con Bufalino es accidental al principio, pero a medida que avanza la historia y después de un incidente legal, termina siendo amigo y empleado del italoamericano que es un capo mafia. Las primera parte de la película nos muestra el paso del protagonista a integrar los grupos de choque o el encargado de liquidar gente para sus jefes. Sheeran no razona, es el músculo del negocio, los soldados no están para discutir las órdenes. Mientras se afianza en la organización arma su familia y va teniendo hijas, la familia no pregunta nada pero cada tanto lee el nombre de Frank en los diarios. Y así es como llega a la vida de Frank un verdadero mito, Hoffa (Al Pacino), el jefe del sindicato de los camioneros. Russell los conecta y Frank se hace necesario para Hoffa pero además se hacen amigos. Ninguno de los dos son italianos aunque Frank sabe hablarlo por que aprendió en el ejercito durante la segunda guerra. Lo que puede tomarse como la segunda parte es la que desarrolla el relato más político de la historia, en donde aparecen los Kennedy, Nixon, traficantes, los cubanos, la CIA, las amantes del presidente y los intentos por matar a Castro. La película avanza con seguridad, crea situaciones de suspenso, homenajea al Coppola de El Padrino y al Oliver Stone de JFK -curiosamente Scorsese fue profesor de Stone en la universidad-. El Irlandés es un lujo constante, la música, los planos secuencia, estamos frente al gran Scorsese que aprendimos a admirar y que nos deslumbra, pero todavía hay algo más, porque el maestro todavía saca conejos en la galera. El tercer acto es el momento en que Sheeran se encuentra frente al sentido de la lealtad, donde no se puede servir a dos amos y Hoffa comienza a provocar a los jefes superiores. Frank intenta mediar hasta lo último, trata de que Hoffa entre en razones pero a la vez Russell es su jefe y garante frente a los jefes superiores y finalmente Frank deberá tomar una decisión que en cierta forma acaba con el mundo en el que vive. Lo que queda es el epílogo, la fase final, la vejez de todos. Lo devastador del final que Scorsese le reserva a Sheeran y a todos sus jefes es un The Ende sin piedad. Cárcel, soledad, enfermedades, búsqueda de la redención y un mundo en el que finalmente todo aquel poder, no significa nada y donde los enfermeros que los cuidan ni siquiera saben quién fue Hoffa. Y eso que al empezar nos dicen que Hoffa era como Elvis, como Los Beatles, incluso. Aclaremos que el libro de base de esta película, son las memorias de Frank Sheeran en las que el brazo armado de los jefes mafiosos confesó ser quien mató a Hoffa, pero ese libro ha sido negado por el FBI de manera oficial. En todo caso, la película asume que el relato es el de el protagonista y algunas cosas pueden ser puros inventos. De Niro, Pacino y Pesci lo dan todo, el resto del elenco también, pero es Scorsese el que orquesta, el representante de aquella generación que cambió Hollywood y de los que parecen quedar en pie solamente Spielberg y Marty. De Coppola solo recibimos nuevos cortes de Apocalipsis Now, De Palma exiliado de Hollywood está prácticamente retirado y Lucas vendió su gran historia y anda refunfuñando por lo que Disney está haciendo con Star Wars. El Irlandéspor desgracia tiene un paso limitado por las salas de cine pero el miércoles 27 de este mes Netflix la subirá a su plataforma y todos la podrán ver en sus casas. Si pueden traten de buscarla en una sala de cine, que allí es donde hay que ver obras maestras como El Irlandés. EL IRLANDÉS The Irishman. Estados Unidos,2019. Dirección: Martin Scorsese. Intérpretes: Robert De Niro, Al Pacino, Joe Pesci, Anna Paquin, Harvey Keitel, Stephen Graham, Jesse Plemons, Bobby Cannavale, Aleksa Palladino, Domenick Lombardozzi, Kathrine Narducci, Ray Romano, Sebastian Maniscalco, Jake Hoffman, Jeremy Luke, Stephanie Kurtzuba, India Ennenga, J.C. MacKenzie, Gary Basaraba, Jack Huston, Larry Romano y Barry Primus. Guion: Steven Zaillian, basado en el libro I Heard You Paint Houses, de Charles Brandt. Fotografía: Rodrigo Prieto. Edición: Thelma Schoonmaker. Música: Robbie Robertson. Distribuidoras: Energía (en cines) y Netflix (en streaming a partir del 27 de noviembre). Duración: 210 minutos.
El tiempo en la distancia y su transcurso natural suele colocar a hechos artísticos y a sus creadores en su justo lugar. Difícil resulta dimensionar en su justa medida una obra fílmica, o una trayectoria, sin esa brecha temporal y la perspectiva que esta brinda. Sin embargo, existen momentos (y han existido en la historia del cine) en donde nos sentamos frente a la gran pantalla sabiendo que estamos a puntos de ser testigos de algo verdaderamente especial. “The Irishman” constituye uno de esos preciados momentos y lo sabíamos con anticipación. No hay cinéfilo que no haya soñado despierto desde que se enterara de la histórica reunión cumbre que reunía a Martin Scorsese, Robert De Niro y Al Pacino en una misma película. En una era en donde el indetenible avance digital tiñe al relato contemporáneo de una artificiosidad peligrosa, hemos escuchado hablar, en más de una ocasión, de la refundación del cine en términos de la validación de un nuevo canon para el discurso audiovisual, regido por normas menos románticas y más virtuales. Bregando por un cine de corte clásico y protagonistas de carne y hueso, la lente inquieta de Scorsese vibra transitando los pliegues del lenguaje. Al tiempo que homenajea su propio legado, nos regala un duelo actoral de dos inmensos monstruos sagrados de la interpretación. Desafía los licuados tiempos del vértigo visual, apaciguando ánimos apurados. Nos invita a degustar. Nos emociona y nos inspira. ¿Hace falta algo más? Su cine está más vivo que nunca. ¿Dijimos refundación?. “El Irlandés” es una absoluta obra maestra. Vivimos épocas de furor por plataformas de streaming y escasa concurrencia a las salas. También de fríos cálculos: el eminente factor bussiness que opaca la pureza del arte y mide su éxito en réditos comerciales. Y teje alianzas, como la de la cadena Netflix, que adquirió los derechos para proyectar “The Irishman”, la última película del inagotable Martin Scorsese, en una maniobra similar a la que recurriera el pasado año con “Roma”(2018) , de Alfonso Cuarón. Estrenada en un circuito de salas notoriamente reducido, este auténtico hito del cine moderno será disfrutado en la gran pantalla (como debe ser) por unos pocos afortunados. Síntomas del mercado industrial de estos tiempos, aspecto que no empaña (aunque disminuye) el impacto que semejante épica cinematográfica causa sobre aquellos fieles cinéfilos, dispuestos a internarse en la desproporcionada historia que el tándem Scorsese-Zaillan (en labores de dirección y guión adaptado, respectivamente) concibe a lo largo de 210 minutos de duración. Asombra pensar que supera, en metraje, a cada una de las entregas de la impar saga “El Padrino” (1972-1974-1990). Basada en el libro biográfico “I Heard You Paint Houses” del investigador judicial Charles Brandt, el cineasta neoyorkino retorna al mundo del hampa que tan familiar le resulta. Recordamos celebradas incursiones en “Malas Calles” (1973), “Buenos Muchachos” (1990) y “Casino” (1995). Martin Scorsese no parece contemporáneo. Más bien parece salido de esa camada de directores surgidos en la época de oro de Hollywood allá por los años ’40, dirigiendo a la par de Orson Welles, Otto Preminger, Billy Wilder o Fritz Lang. Sin embargo, es uno de los realizadores más prolíficos del siglo XXI, entre tanto producto artificioso que el cine hoy produce y consume. Alejado de todo vedetismo y banalidad, a sus 77 fértiles años, Scorsese es uno de esos pocos grandes autores que enaltecen al cine como expresión artística y que se comprometen a nivel social con sus obras, las que son revisionadas como objetos de cultura. Creador de joyas fílmicas indiscutibles, su filmografía habla por sí sola. Scorsese surge cinematográficamente en medio de un panorama que para Hollywood resultaba confuso, atravesando un período de revisión y cambio. A fines de los ’60, la crisis había golpeado a los grandes estudios: los géneros clásicos fueron cuestionados y allí, desde el vacío absoluto, se les dio espacio a una camada de directores independientes que aportarían algo de frescura y nuevas temáticas. Renovadas visiones en el insurgente cine de autor de la más pura vanguardia: una estirpe neoyorquina encabezada por un gran referente del cine indie como John Cassavetes tenía al cineasta en cuestión -junto a Brian De Palma, Woody Allen y Bob Rafelson– como estandarte selecto de un cine prometedor, novedoso y audaz. ¿Cómo es posible entender, que a más de cincuenta años de su debut (1967, “Who’s That Knocking at My Door”), este inoxidable genio conserve la lucidez de concebir semejante obra maestra? El inicio de “The Irishman” nos cautiva con su plano secuencia. La cámara se desplaza, lenta, pero firmemente, mientras de fondo suena uno de los temas leitmotiv de la película: “In the Still of the Night” (1956), de The Five Satins. Esta es la primerísima prueba del exquisito paladar jazzero de Scorsese, quien nos encantará con melodías típicas del género a lo largo del suntuoso recorrido, convirtiendo a la música en un imprescindible condimento. La cámara sigue deslizándose y se posa sobre un hombre, que yace inmóvil, sentado, de espaldas. Scorsese coloca su cámara sobre su mano y vemos su anillo. Un objeto que adquirirá sentido más adelante y será sinónimo de poder (‘solo tres personas en el mundo poseen uno de estos y solo uno es irlandés’, entre otras frases que pasarán a la rica historia del cine). La cámara sigue moviéndose, busca el rostro del anciano. Pronto sabremos que es Robert De Niro mirando a la lente del neoyorkino, y ese instante constituye uno de los momentos más emocionantes que todo cinéfilo pueda apreciar. El séptimo arte ha contado otro cuento de fábula, fábrica inagotable que hace realidad el sueño de unir a dos leyendas, cuyas carreras no hubieran sido de la misma forma, el uno sin el otro. Flashback a 1973. “Malas Calles”, la película en donde el dúo Scorsese-De Niro se estrenó, encadenando un rosario de gemas en celuloide que engalanarían una década prodigiosa: “Taxi Driver” (1976), “New York, New York” (1977), “Toro Salvaje” (1980) y “El Rey de la Comedia” (1982). A “Buenos Muchachos” le siguió “Cabo de Miedo”, que representó el enésimo reto camaleónico de un bestial De Niro para la remake del clásico de J. Lee Thompson. “Casino” (1995) sigue conservándose brillante y nos resulta tan lejana que la dupla nos debía este mágico reencuentro. Flashforward a 2019. A esta historia le faltaba lo mejor y “El Irlandés” se encarga de reunirlos. Este tiempos de reencuentros hace lo propio con Al Pacino (su último trabajo junto a De Niro había sido en la mediocre “Asesinato Justo”, 2008) y con Joe Pesci (semi-retirado de la gran pantalla desde que Bob lo convocara para su propio film “El Buen Pastor”, 2006) El entendimiento entre el cineasta y el intérprete dos veces ganador del Premio Oscar está intacto. Los ojos de De Niro entienden a Scorsese a la perfección y saben captar con sutileza el rumbo que éste pretende dar a Frank Sheeran (el irlandés al que da vida De Niro, con absoluta soberbia) eje vital del relato. En tanto, el ingenio audiovisual de Marty sabe extraer de cada gesto de De Niro el plano y el encuadre perfecto para deleitarnos. Su personaje nos narra la historia en off durante toda la película y a lo largo de las cuatro décadas que abarca el relato, colocándonos en un grado de focalización (noción de los acontecimientos sucedidos) que genera una atención y propensa un nivel de incertidumbre que convierte a esta gesta épica en un complejo entramado narrativo a modo de ‘cajas chinas’, que incluyen un recorrido introspectivo de un líder mafioso en decadencia contándonos sus memorias, un viaje en carretera (con destino a cumplir un último deber), y las elipsis temporales correspondientes que -a modo de analepsis retrospectiva literaria- terminan de configurar las piezas de este colosal laberinto gangsteril. En el personaje de Sheeran orbita el relato en su totalidad. Desde los traumas ocasionados por su servicio durante la Segunda Guerra Mundial, a sus humildes inicios en el sindicato de camiones hasta escalar a lo más oscuro del universo mafioso que dominó la costa este americana durante los años ’50, ’60 y ’70. Vemos su núcleo familiar resquebrajarse al tiempo que este fiel servidor al sindicato aprende el gusto de robar a los más poderosos. Luego empuña un arma y sabremos que no vacila un instante en asesinar, ni siquiera a aquel ‘padrino gremial’ que lo amparara de forma incondicional. Si se trata de elegir, salvará su pellejo cueste lo que cueste. Intimidante, se convierte en un protegido del clan mafioso liderado por el personaje Russell Bufalino, que con estupenda clase compone el magistral Joe Pesci. Altamente disfrutable resulta el vínculo humano y ‘profesional’ que establece con el duro de Sheeran. Solo la estirpe actoral de sendos monumentos de Hollywood y su extensa filmografía en conjunto (es el quinto film que comparten) bastan para brindar algunas de las escenas más encomiables del film. Desde lo genuinamente enternecedor a lo fríamente sanguinario, según la ocasión dictamine. Notoriamente rezagado queda Harvey Keitel, un deleite actoral cuya intervención se asume más como un guiño nostálgico (había participado junto a Scorsese en “Malas Calles”), que en beneficio a una trama poblada de personajes secundarios. Acaso, ¿no hubiéramos amado ver a Chazz Palminteri, Armand Assante, Ray Liotta, Joe Mantegna, Danny Aiello o John Turturro? Si, por supuesto…todos vinimos a ver a Al Pacino. Magnético, bestial, absorbente. Suya es la pantalla cada vez que aparece en escena y suyo el olimpo actoral que lo resguarda como uno de los intérpretes más grandes de todos los tiempos. Descomunal, su Jimmy Hoffa desborda histrionismo, monólogos altisonantes e improperios marca registrada que parecen una extensión de su Tony Montana. El arco dramático que atraviesa el personaje (un todopoderoso acorralado por su propia autoestima y delirios de grandeza intocable) ofrece algunos de los pasajes más cautivantes de todo el film. Un inolvidable Pacino destila intensidad y convierte en exiguo a cualquier elogio. En su estreno a las órdenes de Scorsese, nos obsequia un tour de forcé emotivo, una masterclass actoral a la hora de componer a un personaje enigmático y desafiante, a quien ya había interpretado en la gran pantalla el no menos brillante Jack Nicholson (para la ópera prima de Danny De Vitto, con guión de David Mamet, en 1992). Si, además…todos vinimos a ver a Al Pacino actuar junto a Robert De Niro. Estos dos pesos pesados del cine grande americano se miden frente a frente, cerrando un capítulo que adeudaba un encuentro de este calibre. Compartieron cartel pero ninguna escena (por obvias razones cronológicas) en “El Padrino II” (F.F. Coppola, 1974), en tiempos donde ambos se dirimían el trono al mejor actor del momento. Año más tarde, en plena madurez de sendas trayectorias, se convirtieron en ladrón cazado versus policía cazador en “Fuego Contra Fuego” (Michael Mann, 1995). Este ejemplar policial de fin de siglo los posicionó como mutuos némesis al tiempo que los rumores esparcieron la controversia acerca de la mentada lucha de primacías. ¿La famosa escena rodada en plano y contraplano fue compartida o trucada? Nunca lo sabremos. Cierto es que la historia del cine, y ellos mismos, necesitaban un encuentro de esta magnitud. La reconstrucción de época realizada por Scorsese resulta brillante. Su cuidadosa recreación de escenarios, prestando especial atención a locaciones, vestuario y recurriendo a efectos de maquillaje de lo más creíbles que nos permiten apreciar el envejecimiento físico de sus personajes, el realizador culmina la fina planificación de este imponente fresco de la historia americana del siglo XX. Con el progreso del automóvil y las modas publicitarias como referencia epocal, nos sitúa en medio de una carretera desolada, nos abandona en una vieja gasolinera para luego llevarnos al corazón de la Little Italy nocturna. Nos invita a bares de dudosa reputación a degustar de sus tragos autóctonos y delicias gastronómicas, cuyos ilustres comensales pueblan los titulares matutinos de la sección policial. Muchos de ellos no llegan a ver la luz del día, ajusticiados por el temible Frank, veterano de combate, otrora fiel conductor de camiones devenido en estafador, pirómano y sicario. El superlativo lienzo socio-político trazado por Scorsese nos sume en los mecanismos mafiosos, los arreglos judiciales, las conexiones políticas, las conspiraciones sindicales y los dramas familiares. Convirtiéndonos en testigos del traslado en décadas de un reguero de sangre y violencia (pensemos en la segregación racial y en la cantidad de líderes políticos asesinados durante esa brecha temporal), se anima a una crónica pormenorizada sobre la misteriosa desaparición del carismático líder Jimmy Hoffa, también esboza las turbias implicancias políticas de la familia Kennedy (y el asesinato de JFK, ejerciendo la presidencia, en 1963, sobre el que se tejen un sinfín de conjeturas) y desliza su mirada acerca del comprometido comportamiento que le costara a Richard Nixon la presidencia, en 1974. Todos ellos buscaban detentar la rueda del poder, pocos estaban dispuestos a pagar tan duro precio. Con un marcado acento crepuscular, el cineasta responsable de recientes gemas como “El Lobo de Wall Street” (2014) y “Silencio” (2016) ofrece su visión del mundo de la mafia con un grado de precisión notable. No pretende redimir al otoñal y vetusto hitman, carente de ética y valores afectivos; tampoco que nos conmovamos ante el ego paternal herido de un ser que se sabe incapaz de redimirse. Sin ponerse jamás solemne, sabe escudriñar el alma y el corazón de un pecador con absoluta nobleza y un rebosante sentido del humor. Si, también habrá lugar para la risa genuina, porque este experimentado retratista de la devastación moral humana sabe, ante todo, que las reglas del juego mafioso dictan que el tiempo y la suerte son dos grandes aliados, hasta que ‘las cosas son como deben ser’. Luego, el lento proceso de declive que lleva a la autoeliminación del clan, al fratricida enfrentamiento, a la cárcel, al hospicio de ancianos y a la solitaria muerte. En su inabarcable brillantez, “El Irlandés” se conforma de cuantiosas virtudes. Sin embargo, Scorsese sabe que una narrativa portentosa y un extraordinario manejo del lenguaje cinematográfico son fiables instrumentos para hacer resplandecer a De Niro y Pacino, motores de una película antológica. Desde la primera escena que comparten en pantalla (luego de una conversación telefónica resuelta con gran inventiva, que sirve como delicioso prólogo) al trágico desenlace que culmina el lazo entre ambos, todo cinéfilo disfrutará de la magia que emanan estos dos portentos en pantalla. Camaradas eternos, se entienden y complementan. Una delicia resulta verlos intercambiar parlamentos y gestos que serán material de historia cinematográfica en tiempos por venir. Como Marlon Brando junto a un joven Pacino en la primera entrega de “El Padrino” (1972). Como un maduro De Niro junto a un disminuido Brando en “La Cuenta Final “(Frank Oz, 2001), así se escribe la historia de las grandes estrellas. Un paciente Scorsese sabe hacer germinar el vínculo entre ‘aspirante’ y ‘líder’ sabedor que allí reside la clave que desentrañará el misterio; para luego intercambiar roles, realidades y destinos de la forma más cruenta y menos condescendiente posible. Con cruda veracidad, cuando la vida está en juego Frank no sabrá de lealtad ni demostrará dubitación alguna. Quizás, este abrupto desenlace -en una secuencia perfectamente resuelta que no adelantaré- sintetice la génesis feroz que reviste (y explica) la existencia de un hombre implacable. “El Irlandés” mide su peso en oro a veinticuatro fotogramas por segundo. Esta gema cinematográfica penetra en el resquicio moral de estos dioses del hampa, convirtiendo la crónica del ascenso, auge y caída del clan mafioso retratado en un sueño cinematográfico impostergable. Sí, Scorsese lo hizo de nuevo y mejor que nunca.
“El Irlandés” está basada en hechos reales que rodean la escena política y social norteamericana a lo largo de las décadas del ’50, ’60 y ’70. Más precisamente, ahonda en la figura de Frank Sheeran, un veterano de la Segunda Guerra Mundial, estafador y sicario que fue apadrinado por Russell Bufalino, una figura importante dentro del crimen organizado. Es así como le presenta al sindicalista Jimmy Hoffa y se convertirá en su mano derecha. Martin Scorsese vuelve al cine para ofrecernos tres horas y media de pura cinefilia, donde trata nuevamente algunos de sus temas clásicos como la mafia, junto a sus actores fetiches y una narrativa que no da un minuto de respiro. En “El Irlandés” todo está perfectamente articulado: a pesar de su duración, la historia es atrapante y está contada con un ritmo dinámico. En ella confluye el suspenso, el drama y algunos momentos de humor. Esto es posible también gracias al maravilloso elenco que conforma el film: Robert De Niro nos brinda una de sus mejores interpretaciones, con matices que van desde la violencia hasta el arrepentimiento. Al Pacino lo acompaña con una actuación imponente y una magnífica presencia en pantalla. Además, tenemos el enorme placer de ver a estas reconocidas figuras trabajando juntas una vez más pero de la mejor manera. Y también podemos destacar la labor de Joe Pesci, un actor que nos demuestra su gran versatilidad. Tampoco podemos dejar de lado los aspectos técnicos, con una atinada recreación de época, una bella fotografía y unos efectos visuales que permiten recorrer la vida de los protagonistas a través del tiempo. Todos estos elementos nos demuestran una vez más la pericia que tiene Martin Scorsese como autor, ya que si bien vuelve a tratar algunos temas vistos previamente le agrega su experiencia y madurez para convertir este film en una obra maestra.
Estrenada en escasas salas a causa de la política de exhibición de Netflix, llegó a los cines argentinos El irlandés (The Irishman, 2019), última gema de Martin Scorsese que, desde esta semana, integrará el catálogo del gigante del streaming. - Publicidad - A partir de su exhibición como film de clausura del reciente 34° Festival de Cine de Mar del Plata, la crítica local decretó a El irlandés como la última obra maestra de Martin Scorsese, quien tuvo grandes films en los últimos años, pero que sin embargo no lograban alcanzar los picos de Buenos muchachos, La edad de la inocencia y Casino, por citar apenas tres ejemplos de su obra. Con esta incursión en la figura central de Frank Sheeran (Robert De Niro) y, de modo más tangencial, en la del líder sindical desaparecido Jimmy Hoffa (Al Pacino), Scorsese revisita tópicos nodales de su filmografía como la violencia, los códigos mafiosos, la escisión entre la ética particular y la familia, las ambiciones y traición. La estructura de El irlandés está organizada a partir de los recuerdos de Sheeran, a quien conocemos al comienzo como un anciano en mal estado físico; al borde de la decrepitud, cuenta (más aún: elije qué contar) buena parte de su biografía, centrada en lo que ocurrió tras haber participado de la guerra. Una de las premisas de la película sostiene que Sheeran volvió como una máquina de matar, un hombre que puede disparar con precisión para más tarde salir caminando como si nada hubiera pasado. Claro que esta cualidad será aprovechada por otros más poderosos que él, inicialmente Russell Bufalino, interpretado por Joe Pesci, quien al igual De Niro y Pacino entrega una actuación formidable, de esas que hacen pensar que ese rol no pudo haber sido jamás para otro actor. Esta suerte de épica paradojalmente anti heroica sigue el camino de Sheeran, desde su perfil de padre de familia integrada casi íntegramente por mujeres (de algún modo, el “grado cero” de la moral recae aquí sobre ellas) hasta su devenir como mano derecha de Bufalino y de Joffa. Son recurrentes en la película los cócteles, las mansiones de estilo veraniego, los bares ambientados con hermosas lámparas que delinean climas sugestivos en los que se tejen los acuerdos y desacuerdos entre las distintas mafias (en ese sentido, no es tan errada la idea de que El irlandés es una suerte de reversión de El padrino “alla Scorsese”). De a poco, se prefigura la ominosa figura de la traición, que ocupará de forma más central la última media hora del relato. La estructura temporal propuesta por el guion (escrito por Steven Zaillian y basado en el libro I heard you paint houses) le permite enfrentar al Sheeran del presente con el de al menos dos líneas de pasado distintas; en ese contraste, la película cobra una fuerza mayor y los personajes adquieren una dimensión más compleja, lo que produce que sus 210 minutos de duración no pesen. Desde ya que hay marcas autorales identificables, como los extensos diálogos (al principio intrascendentes pero, de repente, reveladores), el montaje disruptivo para enfatizar el efecto de violencia, los estilizados planos secuencias. También es destacable la banda sonora, telón de fondo para las tres décadas que recorre el film (desde los ’50 hasta fines de los ’70) y que entrega algunos clásicos inoxidables de jazz, rock y otros estilos. Finalmente, El irlandés resulta un film excesivo pero a la vez de una prolijidad exquisita, producto de un creador que se sabe clásico y entrega a Netflix una película cinematográficamente potente, lo que dice mucho de los tiempos que vivimos. Casi un testamento cinematográfico que nos recuerda un cine que probablemente ya no se hará, pero que es lo suficientemente valioso para dar cuenta del presente y, sin dudas, convertirse en un clásico para el futuro.
Quién iba a decir que el héroe y benefactor del cine americano en los 80 terminaría siendo Michael Cimino que según arrancaba la década había arruinado a una major a golpe de talonario. Leído en perspectiva se ve claro que su impulso recuerda al de la diosa Kali: generación, destrucción y regeneración. No contento con sellar el final de los 70 con El francotirador, la mayor alianza diplomática entre el clasicismo de Hollywood y el ámbito de influencia de Antonioni, se propuso (acto seguido y Oscar en mano) remediar la trágica quema de esa idílica e imaginada versión completa de Los magníficos Amberson de Orson Welles con una epopeya literaria americana a su altura, Heaven’s Gate, que casi nadie pagó por ver. Hasta un niño conoce las consecuencias, pero la que ahora más nos interesa es el recorte en las carreras prometedoras, camino de un prestigio inmediato, de sus compañeros (no siempre amigos) de generación. Un hiato forzoso en la trayectoria hacia los premios de la Academia en las vidas de Francis Ford Coppola, Brian De Palma, o Martin Scorsese, condenados a rodar muy barato y a pocos palmos del underground. Los grandes maestros del mal llamado Hollywood Clásico habían muerto y el sistema había buscado un reemplazo y entronización exprés, pero aquel crack del veintinueve lo arrasó por exceso de confianza. Como la censura económica a veces afina el ingenio los años 80 y aún parte de los 90 son probablemente los años más brillantes de aquellos cineastas. Por tanto, Cimino no sólo era el más talentoso del grupo, sino que además les impulsó e hizo mejores. La virtud de los muchachos fue convertir en piruetas, cuando no en acrobacias, los andares del resacoso después de la “barra libre” durante el periodo inaugural y setentero de sus carreras tal y como se ve en Zeroville de James Franco. Pero hablemos ya de Scorsese que en aquellos años compuso películas pequeñas que establecían una curiosa dialéctica bien visible entre elementos que suelen parecer similares, el corte y el montaje; el primero como una técnica omnipresente y externa de edición que diseña un ropaje de aire sofisticado y el segundo como algo más latente y espiritual, un tijereteado más bien brusco y desaliñado entre los planos (quién sabe cuál era Scorsese y cuál Thelma Schoonmaker), con la cámara como inquieta mediadora corporal. Las hizo casi con lo puesto y bajo la complicidad de varios actores y guionistas amigos: comedias medio abstractas medio existencialistas, secuelas y remakes de otros directores que superan a los originales, o estrafalarias cartas marruecas con Willem Dafoe haciendo de Cristo, Harvey Keitel de Judas, y David Bowie de Herodes. Pero entrando en los 90, mientras escampaba en Hollywood y aumentaban los presupuestos, la relación de tensión entre Scorsese y el prestigio se empezó a complicar incomprensiblemente hasta devenir en una obsesión con locomotoras de calidad tan toscas como Pandillas de Nueva York, o El aviador. En ese sentido Buenos muchachos, de 1990, parece un trauma íntimo del director al perder en los Oscar ante un título muy superior, Danza con lobos de Kevin Costner. Se trataba de un nuevo prototipo pop de gran equilibrio entre la armonía externa y la convulsión interna, de nivelado perfecto entre el corte, el montaje y la cámara – todavía más aérea que líquida – que profundizaba en la relación fraternal entre Robert de Niro y Joe Pesci que los tres se inventaron en Toro salvaje. Como una especie de Walsh puesto al día. (Buenos muchachos se convirtió además en una de las poses más influyentes de wannabes del cine de principios de siglo – y casi siempre para mal – en el uso del off, del rock, y de la cámara líquida). Hay cineastas que se relajan e incluso mejoran después de un Oscar (Ford, Eastwood, Spielberg), y otros como los hermanos Coen o Scorsese que quedan prendidos del anhelado reconocimiento académico y eternamente higienizados. Sin embargo El irlandés tiene algo de histórico para Scorsese porque en ella ha culminado cierta sabiduría en la práctica moral del empleo presupuestario en un sentido godardiano (véase el célebre plano de arranque de Tout va bien). Podríamos elucubrar entonces que la atormentada pelea cristiana que Scorsese mantenía consigo mismo desde Who’s That Knocking on My Door ha culminado en un sorprendente desenlace: una iluminación del dinero, un nirvana pecuniario. Quizá sea su película más costosa, sí, pero al fin la menos agobiada por su prestigio (o no totalmente: es inconcebible que Harvey Keitel – que por lo visto para Scorsese no es lo suficientemente cool – aparezca deslumbrante en tan sólo un par de planos desnivelando el carisma de sus adversarios). También es aquélla en la que podríamos hablar además de cierta comodidad formal (si olvidamos algunas grúas compulsivas durante los juicios impropias de un cineasta con pantalones de pana), especialmente durante su segunda mitad, cuando el DJ Robbie Robertson por fin apaga el transistor (aletargado en una selección rutinaria de grandes éxitos de los 50) y el silencio se convierte en el sonido más vivaz para acomodar unidades de acción muy largas, y dentro en ellas los diálogos. Primero la escritura de Steve Zaillian de perfecto fraseo, métrica y estribillo pegadizo (la cortesía en la puntualidad, y las manchas del pescado serían ahora los nuevos hits scorsesianos). Intercambios del lumpen de una precisión hoy sólo a la altura de los libretos de José Celestino Campusano. Después la sospecha de posibles improvisaciones y free style entre los cuerpos gloriosos de Pesci, Pacino y De Niro que sobrevuela algunas escenas con brillantes parlamentos ofuscados a dos y a tres bandas. Y por fin, el corte poco vestido, el montaje con más cuerpo que espíritu, y la cámara (demasiado líquida durante muchos años para un cinéfilo de verdad en engendros como La isla siniestra, o La invención de Hugo Cabret) de nuevo aérea, incluso alígera, luchando con su peso dentro de los espacios. El irlandés también pasará a la historia por fruslerías como el habernos prendido el neologismo anglo “de-aging” porque Scorsese quería revivir el placer de trabajar con sus presencias más queridas (y ahí quizá Joe Pesci sea el más conmovedor) al módico precio de 160 millones de dólares. La idea parece seria e incluso algo conceptual aun suponiendo que al director le encantarán un buen puñado de clásicos en los que diferentes actores interpretan al mismo personaje en sus dos o tres edades. Pero no trata El irlandés tanto sobre el hacerse viejo, como de la memoria. Scorsese no proyecta hacia adelante, sino que indaga hacia atrás, así, las impresiones con el modo en el que morirán personajes importantes e insignificantes en la trama impresas en adusta tipografía sobre algunos pequeños tiros de zoom (marca de la casa) son los flashforward más eficaces (por literarios, además) concebidos en mucho tiempo. Y uno no sabe si le resulta más incómoda la mirada súbita azul de Robert De Niro o su lavado de rostro con treinta años menos dentro de la gestualidad y la frágil torpeza de un cuerpo y una cabeza que hace años ya no se lleva, se acarrea. Hay una escena en la que su personaje, Frank Sheeran, saca a patadas de un local a un frutero incauto. Ya no son las patadas letales de Casino en el 95 sino unas menos certeras, algunas en los ojos y nariz de la víctima, otras fallidas en el aire. El resultado en pantalla parece más bien la paliza de un cuerpo anciano a su propia cara de videojuegos. Pero nadie puede ser tan estúpido para no haber reparado en algo así: ni Martin Scorsese, ni su equipo, ni los ingenieros de efectos especiales, ni los productores de Netflix que aprobaron tanto gasto en la nueva técnica. Así que tiene que haber una razón quizá de orden poético, quién sabe si proustiana, o incluso raulruiziana para justificar semejante desfase entre el peso los cuerpos y las caras durante la primera mitad de la película. Quizá Manoel de Oliveira nos ofrezca una pista en diálogo con Daney y Bellour: “Puedo hablar de la reserva de memoria que tengo. Lo que decimos es más o menos interesante según la calidad de esta reserva que cada uno tiene en su cabeza.”. Y unas líneas más abajo: “Podemos dividir nuestro tiempo personal en tiempo cronológico –digamos, histórico–, en tiempo biológico –que es autónomo– y en tiempo psicológico. Considero que el cine está «en la historia», en todo lo que sucede en el mundo, en todo lo que es exterior”. Es decir, quizá el cuerpo anciano de Sheeran cuente la película en flashbacks encabalgados desde una silla de ruedas de forma que ya no se puede recordar desde siempre preso de cierta lentitud física, pero con un pensamiento aún dinámico para establecer relaciones entre los recuerdos que aún permanecen frescos. Quizá la tesis que aporta Scorsese es: a recuerdos más vívidos caras más frescas. En cualquier caso El irlandés es uno de sus mejores trabajos por (como diría el portugués) la mera calidad literaria y de peripecia de esos recuerdos, y por la ligereza con que se valora el asesinato de un amigo frente a la gravedad de una simple llamada telefónica anclada en la conciencia como una losa. También por la audacia en rellenar el enigma de la desaparición de Jimmy Hoffa con un incomprobable asesinato. Qué importa la verdad: nothing’s too good for the man who shot Jimmy Hoffa.
El irlandés: No está muerto quien pelea. ¿Qué es lo primero que se les vendría a la cabeza si les dicen que existe una película dirigida y protagonizada por 4 sujetos, todos mayores de 75 años? Si realmente pudiésemos sacar esa pregunta de contexto, tendríamos una respuesta bastante pareja dentro del público general. Mínimo, habría bastante gente que podría pensar que puede ser aburrida. ¿Y si agregamos que dura más de 3 horas y media? Seguro que ese número pesimista aumentaría mucho más. Pero es imposible hacerse esa pregunta, porque no son 4 señores cualquiera. Son, sin lugar a dudas, personas fundamentales de la historia del cine. Y uno de ellos, el que dirige específicamente, tiene un talento único. Protagonizada por Robert De Niro y acompañado de dos estrellas como Al Pacino y Joe Pesci, finalmente estrenó en Netflix la más reciente obra de Martin Scorsese, quien dicho sea de paso, hacía 3 años no estrenaba un film (6 si excluimos la poco comercial y bastante atípica «Silence«). Hablar de quiénes son estos tipos resulta casi irrelevante. Su obra y su historia habla por sí sola. Los 4, en mayor o en menor medida, representan lo mejor que pudo hacer el cine estadounidense. Pero si hay algo que los hace aún más grandes de lo que ya eran es que, a esta edad, en esta industria que cada vez más margina un estilo de cine en particular y apoya a las historias vacías de contenido, estos tipos hayan podido hacer este film, y lo hayan hecho tan bien. Efectivamente, El irlandés es, sin lugar a dudas, una excelente obra. La película funciona como adaptación del libro «I Heard You Paint Houses» escrito por Charles Brandt. En él se relata la vida de Frank Sheeran, un mafioso de los 60, y su relación con la vida de Jimmy Hoffa, un sindicalista estadounidense. Esta historia no solo está basada en hechos reales y algunos de ellos bastante comprobables, sino que continuamente se conecta con sucesos y momentos de la cultura estadounidense, dándole un espacio y un contexto determinado que ayuda muchísimo a lo que quiere contar la película. Esto que quiere contar, dicho sea de paso, es uno de los elementos más interesantes del film, porque «El irlandés» no es una simple película de mafiosos. Sí, tiene todas esas escenas y esos momentos que podemos esperar de una película así, pero también tiene una profundidad y unas ideas que demuestran con claridad que en la silla del director está sentado un grande. Por momentos, tiene intenciones muchísimo más cercanas a «El padrino» que a «Buenos Muchachos«, como para dar un ejemplo. Esta intención cinematográfica, de recursos varios y herramientas audiovisuales bellísimas, está acompañada de un guion genial y el cual espero que reciba el elogio bien merecido que tiene. La historia de tan larga duración está relatada con una maestría impresionante. El manejo de la temporalidad (la película va y viene en el tiempo mediante flashbacks y nunca resulta algo confuso o innecesario), los diálogos, los conflictos y, sobre todo, los personajes, tienen una construcción tan cuidada que en algunas situaciones hasta se animan a competir y querer opacar el talento del director. Es en esta atención por el detalle y en este cuidado por lo dramático que encontramos uno de los valores más importantes del film, generando esa diferencia tan crucial entre esta historia de mafiosos y cualquier otra. Esta es la vida de Frank Sheeran, y no puede ser de nadie más. A este talento se le suma una hermosa cuota de humor muy bien desarrollada que facilitan un poco las realmente muy bien llevadas 3 horas y media de duración. Toda esta calidad deja de sorprender tanto cuando vemos que el guionista es Steven Zaillian, quien tiene en su currículum el libreto de una de las mejores películas de la historia del cine: «La lista de Schindler«. Es verdad que quizás la primer media hora requiere de algún esfuerzo y una apuesta desde el espectador hacia el film, pero si dejamos pasar la barrera algo difusa del comienzo del primer acto, realmente somos recompensados con una historia excelente. Tenemos también una propuesta sonora que hay que destacar. Por un lado es algo triste que, salvando algunas pocas excepciones como es el caso personal de quien escribe o las pocas personas que la han podido ver en algún festival, este film esté destinado a ser visto en pantallas chicas. No solo la imagen y la construcción cinematográfica es preciosa, sino que en el sonido tenemos un diseño tan bien logrado y que tanto pierde en un parlante por el televisor o una luz prendida en la habitación que es pertinente preguntar hasta dónde seguirá la puja entre los medios de streaming y las salas exhibidoras. Desde aquí no queda más que recomendar ver la película de una sola pasada, con las persianas bajas y el celular en silencio, adentrándose en lo que propone la obra y disfrutando cada una de las escenas y los ambientes sonoros que construye. Algo que, entendemos, puede resultar difícil, pero que en este caso puede hacer la diferencia. Y qué mejor forma de terminar esta review que hablando del tridente actoral del film. Impresionante. Ver a estas bestias de la actuación hacer una vez más un papel de este estilo es un regalo para cualquier cinéfilo y no cinéfilo. No es necesario conocerlos con anterioridad, obviamente, pero si alguna vez viste alguna película de estos genios, la emoción de volver a verlos a este nivel de calidad, es impagable. También demuestran una versatilidad enorme, sobre todo Joe Pesci, quien tiene un personaje bastante diferente a los que solía hacer en este tipo de obras. Por otro lado, es genial recordar cómo, con dos caras y un gesto, Robert De Niro puede contar un personaje. El protagonista de esta historia tiene momentos donde realmente el actor logra contar tanto con tan poco. Clase maestra de actuación para cualquiera. Y, para cerrar, volver a ver actuar a Al Pacino en este nivel sencillamente no tiene precio. Quizás ayudado por tener los mejores chistes del film, el actor conocido por personajes como «Tony Montana» se come la película en cada escena que aparece y demuestra una habilidad y un esfuerzo fenomenal por siempre dar todo. Quizás como último detalle queda aclarar que, como algunos que han seguido el desarrollo de este film ya sabían, este tridente actoral tiene escenas dónde son rejuvenecidos digitalmente con fines dramáticos y narrativos. Este efecto solo molesta muy poco en los primeros minutos de la película, siendo mucho menos radical y bastante más sutil mientras van pasando los minutos. Nada muy grave. ¿Es la mejor obra de Martin Scorsese? Eso es mucho decir, sobre todo si tenemos en cuenta que en su filmografía se encuentran películas tan variadas como «Casino«, «Taxi Driver», «El lobo de Wall Street» o «After Hours«, todas de una calidad indiscutida. Pero «El irlandés» puede fácilmente agregarse a esa lista y ser, por lo menos, una de las mejores. Todo lo que ha hecho grande al director está en esta historia. Ese estilo de contar las conversaciones, esa peculiaridad tan única de cómo mostrar la violencia y esa intención de siempre querer ir más allá, todo eso está, y hecho con una mano magistral. Si había alguien en el mundo que se atrevía a discutir si Martin Scorsese estaba viejo, si podía o no seguir haciendo cine, acá está la respuesta de uno de los mejores directores de cine de la historia. Porque si, los grandes hablan en la cancha. Y Scorsese acaba de hablar al mundo entero. Viva el cine.
The Irishman es una de las películas más esperadas del año y el cierre de una era por parte de Martin Scorsese.
El plano inicial de The Irishman nos sumerge en el mundo estético de Martin Scorsese. Un plano secuencia donde la cámara recorre un hospital geriátrico hasta encontrar al protagonista de la historia, Frank Sheeran, mientras se escucha una canción al estilo del director. Si en Buenos muchachos el plano de la entrada del protagonista al Copacabana definía el tono y los temas de la película, acá también lo hace en muchos aspectos. Con sus virtudes y sus defectos, en The Irishman Martin Scorsese parece despedirse de un género y de un grupo de actores que formaron parte fundamental de su cine. The Irishman cuenta la vida de Frank Sheeran (Robert De Niro), un asesino a sueldo, veterano de guerra, que formó parte de la familia criminal Bufalino y se convirtió en amigo y guardaespaldas del sindicalista Jimmy Hoffa. Una película ambiciosa que atraviesa varias décadas de la historia norteamericana al mismo tiempo que narra la vida personal de Sheeran, su familia, amigos y su entorno criminal. Largos flashbacks construyen la vida este personaje que en muchos aspectos, y de forma poco usual para el director, termina siendo una reflexión del propio Scorsese en esta etapa de su carrera. La criminalidad ha sido parte importante del cine de Scorsese. Desde Calles salvajes cambió el género, lo redefinió y se convirtió en modelo para la siguiente generación de cineastas. Su influencia llega hasta la actualidad y abarca no solo al cine norteamericano, sino también al del resto de los continentes. Aunque la filmografía de Scorsese tuvo diferentes films, Calles salvajes, Buenos muchachos, Casino y ahora The Irishman tienen el centro a la criminalidad. En otro estilo también se suman The Departed y Gangs of New York. Su mirada de los gángsters, vinculados con su propia experiencia, acompañó con cierta ambigüedad la mirada entre crítica y fascinada sobre estos personajes. Los cuatro films muestran diferentes etapas de la propia carrera del director. Es lógico que quisiera a Robert De Niro también para The Irishman, aunque en Buenos muchachos ya se había dado cuenta que necesitaba un actor más joven como protagonista. Por más buenos resultados que le haya dado Leonardo Di Caprio en varios títulos, siempre será De Niro el actor que mejor represente a Martin Scorsese. Empezaron juntos, alcanzaron su esplendor juntos, maduraron juntos y envejecieron juntos. Aun teniendo un gran carrera por separado, unidos han dejado un legado descomunal. The Irishman tiene una ambición que no es lo más común en Scorsese. Sus historias están centradas en su protagonista más que en la historia con mayúsculas como ocurre aquí. No es tampoco sorprende que acá sume, por primera vez, a Al Pacino, un gigante contemporáneo a Scorsese y De Niro y un rostro asociado al cine de gángsters como pocos por haber sido el gran protagonista de la trilogía de El padrino. No sólo narra la historia norteamericana, también la del cine de gángsters. Pacino interpreta nada menos que a Hoffa, uno de los grandes mitos americanos del siglo XX, un personaje clave en la historia americana, un sindicalista con un estrecho vínculo con la mafia. Esto le abre la puerta para hablar también de los Kennedy, siempre desde la mirada de los criminales, en un punto de vista menos abordado por el cine de Hollywood. Sin embargo lo mejor y lo peor de The Irishman está vinculado con sus actores y con la necesidad de Martin Scorsese de tener a Robert De Niro de protagonista. Tanto él como Joe Pesci, como Al Pacino, se vieron sometidos a un rejuvenecimiento vía efectos especiales para poder dar con las edades de sus personajes. Vayamos por partes. Desde hace más de una década el cine actual está probando suerte con alterar o directamente crear caras de actores para dar con una cierta edad o para volver a traerlos a la vida. Desde X-Men: Last Stand (2006) a Rogue One (2016) ya hay más de una docena de películas que ha utilizado este recurso. Las opciones son que se utilice el recurso en tomas breves que no permitan al espectador terminar de leer la situación o que estén dentro de un marco de efectos especiales generalizados que le quite peso al realismo. Terminator: Dark Fate arrancó este 2019 con una escena completa con tres personajes digitales. Nuevamente, escenas breves, tomas sin demasiada información, número limitado de emociones en los rostros. Ya vimos los desastres ocurridos por no conseguir que la tecnología esté a la altura de las ambiciones. Pero The Irishman va más allá. El protagonista pasa gran parte de la trama bajo este efecto. Otros actores también. Y son actores muy conocidos en escenas donde lo actoral es fundamental. ¿Se imaginan a Marlon Brando en El padrino II rejuvenecido? No solo no funcionaría, también le hubiera quitado a De Niro la posibilidad de su primer Oscar y el lanzamiento de su carrera. No todo es negativo, uno imagina que a Alfred Hitchcock una tecnología así le hubiera parecido genial y la hubiera usado para siempre. No es una discusión sobre la elección, sino sobre el resultado. El resultado podrá parecernos relevante o no, pero no hay manera de decir que quedó bien. No quedó bien y punto. De Niro tiene escenas en las que parece un videojuego. Muchas escenas a decir verdad. Y a pesar de todo termina dando algunos buenos momentos. Mejor suerte tienen Al Pacino y Joe Pesci, aunque esté último parece salido de un film de fantasía por momentos. Ambos están brillantes y Pesci está más inquietante y abrumador que nunca. Su sobriedad es absoluta. Pacino hace un show que le queda muy bien. El actor fetiche de Scorsese, De Niro, es quien queda un paso atrás. Simplemente una pregunta: ¿Alguien puede saber a ciencia cierta qué edad tienen los tres a lo largo de la trama? La confusión es grande, aunque en eso no hay tanto problema como el hecho de que pierdan expresividad. Volviendo a Hitchcock. Cuando fracasó Vértigo el realizador culpó a la edad de James Stewart. Nunca más volvieron a trabajar juntos. Luego de Intriga internacional cerró su vínculo con Cary Grant. ¿No creen que Hitchcock hubiera usado este recurso? Posiblemente, pero su visión de lo que era la actuación en cine es muy distinta a la de Scorsese. O pensemos en John Ford, que cuando hizo su gran despedida del western The Man Who Shot Liberty Valance puso a dos actores de más de cincuenta años a interpretar a dos jóvenes. La gente lo notaba, pero es mejor una convención que tener que perder la verdadera cara de los actores. Las tres películas mencionadas en este párrafo son obras cumbres de la historia del cine. Scorsese se había resignado a cambiar a sus actores por otros. Pero acá los quería tener, no hay duda. Por eso también está Harvey Keitel. Si es por interés comercial o por genuino amor por ellos no lo podemos saber. A juzgar por el resultado es ambiguo lo que puede sentir un espectador. Pero no discutamos la decisión como algo negativo, imaginemos que Scorsese se quería despedir de ellos, de hecho Joe Pesci salió del retiro para hacer este film, y los quería juntar, como el adiós no solo a ellos y a un género, sino también que el lugar que todos ocuparon en la historia del cine. En ese aspecto hay una escena clave: la enfermera habla con Sheeran y este le menciona a Jimmy Hoffa. La enfermera no lo conoce. Esto hace unos años era absurdo en la cultura americana. Pero Scorsese se da cuenta que pronto todos serán olvidados. Los más poderosos, los más famosos, sean políticos, sindicalistas, actores o directores. El director se enfrenta a su propia finitud, anuncia que es posible que nadie sepa ni que existieron. La pregunta que se hace entonces el director, mediante el guionista Steven Zaillian, es acerca de la clase de vida que ha llevado. Son criminales, está claro que no son buena gente, pero están dentro del género, por lo cual una vez aceptado eso solo queda saber si su propio entorno los acepta o no. Y acá hay dos figuras claves que son Robert De Niro y Peggy (Anna Paquin) la hija de Sheeran. De Niro hizo mucho cine de gángsters pero cuando le tocó dirigir eligió A Bronx Tale (1993) un cuento moral que era implacable con la figura de los mafiosos. De Niro dejó en claro su opinión sobre esa clase de personajes que interpretó en el cine tantas veces. Acá De Niro es productor y se nota que le preocupa más la mirada de la hija del protagonista, Peggy, que la trascendencia o el poder. Cuando nada queda, cuando todo ha pasado, Sheeran se da cuenta que la ambición de cuidar a sus hijas ha fracasado. Ellas lo desprecian, le temen, Peggy en particular lo ha observador en silencio durante toda su vida. La redención no llega para Sheeran, no importa cuanta veces se confiese. Su hija lo ha juzgado y no lo ha perdonado. The Irishman es despareja, no tiene la brillantez total de Buenos muchachos y tiene los problemas mencionados. Pero aun así tiene muchos buenos momentos y el deseo de juntar a un grupo de gigantes para darles una despedida. Ya pasó la época para todos ellos y la nueva generación tal vez no los recuerda o los juzga negativamente. Es un melancólico adiós porque sabemos que acá termina una historia. Si quieren verlos a todos juntos es ahora, luego habrá que buscarlos en la historia del cine.
Cuando en 2016 salió Silence, su película anterior, Martin Scorsese hizo una apuesta que en retrospectiva le salió muy mal. Alejado de su zona de confort temática, presentó una historia totalmente ajena a lo que se lo asocia generalmente como su sello distintivo: mafiosos inescrupulosos, ciudades empapadas en caos y corrupción y sobre todo, mucha violencia. Esto dio como resultado un moderado éxito de crítica y un fracaso rotundo en la taquilla, además de probablemente ser una de sus obras más olvidables en lo que va del siglo XXI. Por eso, desde que se había anunciado que Scorsese volvería a sus raíces de la mano de Netflix con su nueva película The Irishman, todos los ojos estaban puestos en el director que recientemente cumplió 77 años, pero que ha demostrado que puede mantenerse fresco y actual sin traicionar aquello que lo hizo tan grande. El hecho de que Scorsese regresara a las bases de su filmografía no era, sin embargo, el único factor que provocaba grandes expectativas. La compañía de Robert De Niro, Al Pacino y Joe Pesci en los papeles protagónicos generó entusiasmo, a la vez que cierta incertidumbre. Estos tres legendarios actores nunca habían estado juntos bajo la dirección de Scorsese y hace años que Pesci está casi retirado, haciendo excepciones para viejos amigos como Marty, quien lo hizo lucirse en sus mejores papeles, por lo que se podía llegar a dudar de lo que llegara a resultar. Por último, estaba la duración. Mucho tiempo antes de su estreno se dio a conocer que The Irishman duraría la increíble cantidad de 210 minutos (tres horas y media), haciéndola la más extensa de la carrera del cineasta, a la vez que poco viable para el estreno en salas comerciales. Es por eso que previo a su estreno en Netflix a fines de Noviembre, se proyectó en diversos festivales y en unas pocas salas seleccionadas por la empresa, para que esta obra maestra moderna se pueda disfrutar en el cine, como debería ser.
Se estrena El irlandés, el esperado nuevo film de Martin Scorsese que lo reúne después de 25 años con Robert De Niro y Joe Pesci. El resultado es una producción ambiciosa que narra, fiel a la estética del realizador de Buenos Muchachos, 50 años de la vida de un asesino a sueldo. “No esperen ver Buenos muchachos, ni Casino. El irlandés se inscribe en una etapa más reflexiva y existencial de Martin”. Esta fue la advertencia que hizo Jane Rosenthal, productora del film, semanas antes del estreno mundial en el Festival de Cine de New York. Y hay que admitirlo, por más que uno ame la saga mafiosa de la dupla Scorsese/De Niro, que arranca en 1974 con Calles salvajes, El irlandés encuentra al dúo en una etapa mucho más madura de sus vidas. Mucho se hizo esperar este reencuentro. El rodaje se postergó numerosas veces debido a la falta de presupuesto. Al final, Netflix puso el dinero necesario para terminar con la etapa de postproducción que incluía el rejuvenecimiento y envejecimiento digital de su protagonista. Finalmente, son pocos los espectadores que la van a poder en pantalla gigante porque, debido a las leyes de distribución, ninguna cadena multinacional de salas acepta el acuerdo de proyectarla casi simultáneamente con el estreno en forma de streaming de la empresa que financió el film. En Argentina se va a exhibir en 50 salas, pero sólo tres en toda la provincia de Buenos Aires y Capital (Devoto, Ezeiza y La Plata). También es determinante la duración inusual de tres horas y media, que no permite que haya demasiadas funciones diarias. Toda esta burocracia extracinematográfica, sumada al reencuentro de Scorsese con sus tres actores fetiches (De Niro, Pesci y Keitel, su primer intérprete) y, además, contar por primera vez con Al Pacino, interpretando nada menos que a Jimmy Hoffa (histórico gremialista estadounidense, desaparecido “misteriosamente”), generaron que El irlandés sea la propuesta más atractiva y que más expectativas ha provocado entre el público cinéfilo durante el 2019. Así que la pregunta es… ¿el film cumple? Sí, pero como dijo Rosenthal no esperen un relato épico como Buenos muchachos, ni una obra maestra a la altura de los clásicos de Scorsese. O quizás sea necesario que pase un poco el tiempo y se vuelva a ver varias veces para considerarla como tal. El irlandés narra la vida de Frank Sheeran (un De Niro, sobrio, frío, contenido, su mejor interpretación en décadas), veterano soldado de la Segunda Guerra Mundial, devenido en camionero de Brooklyn. Diversas circunstancias lo terminan asociando con Russell Bufalino (maravilloso Joe Pesci, cada minuto en pantalla es una clase de actuación austera y humana), capo de la mafia italiana, que contrata a Sheeran como su mano derecha y principal matón. Durante la primera hora, Scorsese va construyendo, en base a numerosos flashbacks que deconstruyen la linealidad temporal, la relación de amistad entre ambos personajes. Fiel al estilo de sus más famosas obras sobre gángsters, el film está narrado en off por Sheeran, con pequeños aportes de Bufalino. Después de esta introducción donde el espectador va armando la vida y personalidad del protagonista, Scorsese presenta a Sheeran con Jimmy Hoffa (un Pacino desbordante, por momentos honesto y genuino como hace rato no se lo veía, por momentos, el mismo Pacino caricaturesco de El abogado del diablo) y, desde ese momento, el sindicalista toma el absoluto protagonismo de la historia. Con El irlandés, Scorsese vuelve a meterse en un terreno que le sienta cómodo: la relectura crítica de la historia estadounidense, especialmente de la violencia en la misma. Con la diferencia de que en esta oportunidad, los asesinatos (que sí, son muchos pero no tan sangrientos y Scorsese los filma en plano secuencia de forma única) no toman tanto protagonismo como las extensas secuencias de diálogo, donde Hoffa debe defenderse y negociar con políticos (los Kennedy) y la mafia italiana. Scorsese, ingeniosamente, aporta mucha ironía, sarcasmo y humor para generar que varias escenas, un poco densas narrativamente, sean entretenidas. Porque, más allá de que no tiene el ritmo de sus films más reconocidos, las primeras dos horas y media no dejan de ser muy divertidas y disfrutables. En la última hora, la narración se torna más oscura, y el relato se toma un poco más de tiempo para desarrollar los conflictos internos del personaje, como la traición, la aceptación de la muerte y la distancia familiar. El irlandés, indudablemente, es un film complejo y lleno de capas. El guión de Steve Zaillian es una gran caja china que no busca la empatía absoluta (similar a lo que sucedía en Buenos muchachos con Henry Hill) y termina siendo mucho más existencial y melancólico de lo esperado. La densidad del material está completamente justificada porque muestra el lado más oscuro y menos atractivo del cine de gángsters. No hay un rubro técnico que no se destaque. Desde la fotografía de Rodrigo Prieto hasta el montaje de Thelma Schoonmaker, cada detalle parece calculado. No falta ninguna marca estética de Scorsese. El efecto rejuvenecedor de De Niro es, por momentos, extraño (especialmente cuando está frente a un personaje que no lo tiene), pero después el ojo se acostumbra. Y salvo por algunos momentos desbordantes de Pacino (que igualmente tiene una nominación al Oscar asegurada), el elenco está impecable (también está muy bien Ray Romano). Es destacable lo de Anna Paquin, con una pequeña participación, clave y contemplativa. Algunos opinólogos consideran machista que el personaje tenga una sola y sintética línea de diálogo (la propia actriz defendió el punto de vista de Scorsese), pero lo cierto es que su participación no tendría el impacto dramático y artístico que tiene si tuviera más texto. Incluso en ese aspecto, el control de Scorsese sobre su obra es impecable. Ambiciosa, densa, extensa, pero llena de matices, con actuaciones notables de un elenco que hacía mucho no tenía personajes tan complejos para mostrar su inagotable talento, El irlandés es una obra entretenida, pero que también da pie a reflexiones y análisis profundos sobre la humanidad, la vida, la muerte y la historia estadounidense. Quizás no esté a la altura que muchos esperan de ella, pero tampoco es una producción en la que Scorsese pareciera imitarse a sí mismo. Esta es la obra de un director autor contemporáneo consciente de la etapa artística que atraviesa y que, por más que se financie mediante Netflix, sigue filmando para la sala cinematográfica, donde El irlandés se disfrutará como se merece.
The Irishman, Los gánsteres también envejecen Llegó finalmente una de las películas más esperadas del año, después de algunos avatares en su producción, ya tenemos con nosotros el nuevo filme del legendario Martin Scorsese titulado El Irlandés (The Irishman, 2019), que implica su regreso al cine de gánsteres. Estrenado en Argentina el 21 de noviembre en pocas salas del país, y disponible en la plataforma Netflix a partir del 27 de noviembre. Por Denise Pieniazek “No puedes hacerla por algo específico o para alguien (…) dije hay que hacerla, es un compromiso con la película, y si quieres verla vas a pasar mucho tiempo con esas personas en ese mundo" Martin Scorsese (The Irishman in conversation, 2019) La nueva película del historiador y director Martin Scorsese se titula El Irlandés (The Irishman, 2019) y está basada en las memorias “I Heard You Paint Houses” (“He oído que pintas casas”) del investigador Charles Brandt, las cuales otorgan homónimamente el subtítulo al filme. Este libro ha llegado a manos de Scorsese a través de su amigo, el actor y protagonista de dicho largometraje Robert De Niro, quien leyó el libro en el 2004. Desde el 2007 al 2017 el proyecto de El Irlandés pasó por varias instancias y dificultades, pero por fin ha llegado a nosotros este relato que implica el regreso del director al cine de gánsteres, que al igual que sus filmes anteriores como Goodfellas (1990) y Casino (1995) está basada en hechos reales. The Irishman narra la historia del irlandés Frank Sheeran (Robert De Niro), quien es un camionero que se incorpora a la mafia italiana, cuyo jefe es Russell Bufalino (Joe Pesci), quien lo incursiona a trabajar también para el líder sindical Jimmy Hoffa (Al Pacino)...
Adiós, buenos muchachos Uno acompaña casi con ansias ese primer plano secuencia en el que descubrimos a Frank Sheeran (Bob De Niro), un hombre anciano con la mirada perdida internado en un asilo; y conforme vaya pasando el tiempo iremos descubriendo los tonos del último trabajo de Martin Scorsese producido en conjunto a De Niro y con un elenco maravilloso. The Irishman serán poco más de tres horas de cine, cine de la vieja escuela que no viene a demostrarle nada a nadie, que no viene a deslumbrar con artilugios técnicos ni sonoros; viene a contarnos una historia que es la adaptación del best seller “I Heard You Paint Houses” de Charles Brandt. La historia narra la vida de Frank Sheeran, un veterano de guerra que poco a poco irá ascendiendo en el mundo del hampa y en ese camino se topará nada más y nada menos que con Jimmy Hoffa (Al Pacino) con quien entablará una entrañable amistad en un mundo en el que el poder y la ambición parecen manejarlo todo. Es un muy buen año para el cine todavía nos queda un mes y se puede decir que hemos disfrutado de un abanico muy diverso de buen cine con grandes directores encabezando las listas camino a la temporada de premios. The Irishman es una película de ciento cincuenta millones de dólares que por muchos idas y vueltas de estudios y productores cayó en manos de Netflix y a pesar de poder disfrutarse en solo dos salas a nivel nacional, ha llegado al popular sistema de streaming para el deleite de todos sus abonados que podrá decidir si verla en el cómodo sillón de sus livings o en la sala de un cine (eso queda a elección de cada uno). Lo que sí se puede asegurar es que nadie va a quedar indiferente con pedazo de película. Para empezar a hablar de la obra hay que comenzar por las actuaciones en la que para mí se destaca Robert Deniro por el resto, logrando momentos únicos en donde no alcanza con la empatía simple. Su Frank Sheeran es frío y calculador, pero también es un hombre consciente de la falta de afecto de su familia para con él, algo que veremos a lo largo de toda la película y que en modo flashbacks y voz en off (marca registrada del director) nos servirán de guía para entender situaciones y decisiones importantes de la trama. Joe Pesci, quien abandonó momentáneamente su retiro de la actuación motivado por las charlas con respecto al guion de Martin que quería tenerlo en su película. Interpretando a Russell Bufalino, jefe criminal de Pensilvania, a través de un intercambio de favores con Frank y su rol de camionero llegará a lo máximo de su confianza. El trabajo actoral del trío principal es algo para recordar por muchos años, estos señores han dejado su historia dentro del mundo del séptimo arte y bien merecen una despedida al menos juntos de la forma en que The Irishman transcurre. El ascenso del sindicato de camioneros a cargo de Jimmy Hoffa, el triunfo y muerte de JFK, la crisis con Cuba e incluso el escándalo del robo de los documentos de Watergate confluyen en una trama que no decae en ningún momento, que logra atrapar que nos sumerge en el buen tino de Frank y su oficio de matar, porque The Irishman es una película que quizás muchos tilden de cómoda para el director pero que que no hace más que afianzar la idea de que se pueden contar historias sin caer en la narrativa forzada del croma en donde las actuaciones son el puntal de la obra y los pequeños artilugios que los tiene solo subrayan el ojo del genio que es Scorsese. Casualmente dos de las mejores películas del año tocan temas similares: tanto Once Upon a Time in Hollywood como The Irishman hablan de la amistad desde lugares dispares pero no menos comunes, y mientras el tercer acto me desojaba como si fuera yo un árbol mostrando el ocaso de un hombre con una vida terrible y secretos oscuros en busca del perdón, no podía dejar de pensar en muchas frases que va sembrando para la reflexión llegando al ocaso. Medio siglo de cine para Martin Scorsese sin duda, todo un legado en su filmografía, un hombre que emana cine, que tiene una particular visión y que por sobre todo habla a través de sus obras. Demás está decirles la importancia de la revisión filmográfica de un director como él y creo que en una época donde a veces erróneamente se intenta explicar más de lo que se permite admirar es necesario hurgar en el pasado, el ADN de un cine que se va transformando constantemente pero que vive dentro de su estructura primigenia sin perder jamás la esencia de quienes buscan con la cámara contarnos buenas historias, como la de un hombre que pinta casas y que hace sus propios trabajos de carpintería.
TODO VERDOR PERECERÁ “Hay que observar que al apoderarse de un estado, debe el que lo ocupe examinar todas aquellas ofensas que le es necesario hacer, y hacerlas todas de una vez, para no tener que renovarlas cada día y poder, al no renovarlas, asegurar a los hombres con beneficios. Quien hace otra cosa por timidez o mal consejo, está siempre necesitado de tener el cuchillo en la mano (*); (…) las ofensas se deben hacer todas juntas, de manera que saboreándolas menos, ofendan menos; y los beneficios deben hacerse poco a poco, de manera que se saboreen mejor”. Maquiavelo, “El Príncipe”, VIII. *comentario de Bonaparte: “y eso cuando se lo permiten”. La vuelta a casa, el regreso al hogar, ha sido desde la Odisea motivo de recurrentes configuraciones mitopoéticas. Desde el célebre poema de Konstantinos Kavafis, a la que posiblemente sea la mejor lírica cantable del tango de todos los tiempos, “Volver” de Alfredo LePera. Hay todo tipos de regresos. El regreso del soldado. El regreso del hijo pródigo. La vuelta al primer amor. El reencuentro con el ser amado. También hay un mito del eterno retorno que, como bien ha explicitado Mircea Eliade, refiere a la cosmovisión de las llamadas culturas arcaicas, que no “primitivas” y mucho menos “atrasadas” o “infantiles”. Hitchcock le hacía decir -en lo que muchos juzgamos una confesión- a uno de sus personajes en Rebecca, que su padre aficionado a la pintura, una vez pintó una flor y que ésta le pareció tan lograda que no hizo otra cosa a lo largo de su vida que pintar variantes de esa flor, ya vuelta arquetipo. El cine de Martin Scorsese había logrado tempranamente el reconocimiento de su flor o, mejor aún, de su raíz originaria. Pero no ese reconocimiento banal o crematístico de aficionados siempre prestos a exaltaciones glandulares, o a descubrir supuestos cultos que palian la falta de secreto de este mundo global. Sino ese otro que antes que nada permite la autoafirmación de su efectividad vital. Esto puedo darse o no en lo estético: y desde luego si se consigue esto en el cine, lo estético es siempre soporte de muchas otras cosas. Como participante de la definitiva autoconciencia del concepto del cine, tuvo al igual que sus pares de ese ya illo tempore, Coppola, Bogdanovich, DePalma y Friedkin, el peso y la responsabilidad de mostrar cómo es el entero, la totalidad de esa manifestación anímico-espiritual que, por nuestra parte, hemos llamado el concepto del cine. Hegel apunta en un escrito temprano que “en la vida es mejor una media zurcida que una rota; pero no así en el reino de la autoconciencia”. En nuestros términos cuando se sabe el qué del que, no puede volverse atrás so pena de petrificarse. Lo que hemos llamado “signo meduseo”. Es decir, cuando algo se termina, pero porque llega o está a punto de llegar a su meta, se corre el riesgo de ir raudo hacia esa totalidad que se aproxima como tal; pero a la que le falta determinada manifestación última para su completud. Las dos obras que abrieron y abarcaron la totalidad de la autoconciencia fueron las casi paralelas en el tiempo El padrino y El exorcista. Hacia 1972-3. El padrino es y sobre todo sigue siendo a todas luces una totalidad épica. Es decir un relato donde el despliegue de las acciones físicas guarda una completa simetría con la Historia. Nos arriesgaríamos a apuntar aquí que la épica más lograda es aquella que consigue esta ecuación Historia-historia; ecuación que muchas veces puede escribirse con los términos invertidos sin cambiar el resultado. Centrándose en un tema más que peliagudo pero urgente, el film de Coppola, y su cada vez retrospectivamente más importante autor de la novela base y del guión Mario Puzo, fijaron esta meta épica, así como la ecuación antes mencionada. “Mafia” era palabra desgastada periodísticamente. Llevada y traída como cosa juzgada sin apelaciones. Cuando se sospechaba que esta ya casi milenaria sociedad secreta, tenía y mantenía una, digamos más que afinidad con el despliegue del concepto del cine en el Hollywood clásico. Así como un poder dentro del poder político, en franca simetría con Hollywood. Terminado éste período clásico de toma del poder cultural, porque se había llegado a la primera meta de su recorrido, la autoafirmación de la dupla o Jano bifronte del judeo-catolicismo, frente a su enemigo natural, incluso hasta necesario, e históricamente ya probado -el mundo anglosajón y protestante-, aparece de manera inevitable la autoconcienica. La autoconciencia del concepto del cine que abren los dos films antes mencionados, aparece como imprescindible dilucidación de este despliegue. Es dar vuelta el guante; entrar al restaurante por la cocina, y hacer que la media hegeliana siga intacta y sin zurcido alguno. Pero agregamos por nuestra parte: es también utilizar esa media sabiendo que se ha gastado y desteñido con el uso. Allí se puede intentar fabricar una igual, o hacer mediante diversos recursos que su empleo siga siendo efectivo. El padrino se volvió saga; es decir una serie de momentos épicos cuya unidad y continuidad está sostenida por una familiaridad y por una ley común: un “Nomos”, al decir de Carl Schmitt. Su resolución de la Historia mediante la historia, se desplegó nada menos que una tríada de films que pasaron de la interioridad, a la exterioridad territorial, hasta alcanzar la ecumene. Así la historia como hogar y hasta como gueto, se vuelve al origen siciliano, y remata en Roma como punto axial donde todo comienza y termina. Con este punto alcanzado, los films casi paralelos de Scorsese con una diégesis e historia similar, Mean Streets, Raging Bull, Goodfellas, e incidentalmente Casino, pasaban -quieras que no- a ocupar un segundo lugar, paralelo a la pirámide coppoliana. Esta secundariedad no es algo despreciable si se sabe aprovechar. Su labor anímico-espiritual es de las más importantes y necesarias de llevar a cabo. Es posible que nadie elija esto, pero siempre, o casi siempre es la Historia la que elige por todos nosotros. Scorsese en vez de seguir con la flor, intentó la jardinería y los films sucesivos se convirtieron en flores artificiales o de invernadero. Intentó la comedia musical pos minnelliana y ni siquiera con la ayuda genética de Liza, logró su cometido. Las muecas de DeNiro alcanzaron las cumbres nevadas del camelo. Luego se dio a reconstruir a una clase alta del Manhattan de antaño ilustrada con toda serie de catálogos de bazar. Siguieron cosas sobre el Dalai Lama que se quedaron en el budismo doméstico y adivinatorio. Buscó luego abrirse a un mundo ancho y ajeno con su ciclo Di Caprio. Y allí pareció hallar una pista de aterrizaje. Pero los deletéreos influjos que lo habían llevado al disparate liso y llano, aparecían en estos films como agentes provocadores acechando en todos los rincones de la puesta en escena. No eran films hablados, eran film gritados. Ya con La isla siniestra y Hugo se hundió en el zafarrancho de un combate perdido de antemano. Capítulo aparte o sin capítulo alguno merece sus incursiones documentales; salvo el temprano Italiamerican donde entrevistaba a sus padres y donde recuerdo por mi parte una maravillosa ensalada de pepinos. De todo este periplo entre la ceca y la meca, hubo dos afortunadas excepciones que siguen siendo sus dos obras maestras, El rey de la comedia y After Hours. Sus obras maestras hasta el día hoy, puesto que se suma y supera a las anteriores, El irlandés. Coppola siguió por una pendiente similar. Pero tras otra épica como Apocalypse Now, tuvo algunas obras breves, como piezas para solista luego de sus titánicas sinfonías. Tales piezas de cámara fueron Los marginados, Peggy Sue, Jardines de piedra y, posiblemente, El poder de la justicia. Lo que vino luego fue su apocalipsis particular. Ahora, a las puertas de la octava década, casi al igual que sus protagonistas, Martin Scorsese vuelve a casa. Un casa tan cambiada que necesita para volver a ser habitable, buscar y rebuscar en sus planos originarios. Así llegamos desde la Segunda Guerra a este presente, mediante este irlandés, que titula a su último film. Aquí la cosa ha cambiado. Todo es lento, ceremonial, ambiguo. Y la genealogía es también una historia del catolicismo en la América anglo sajona. Hay tres (¿o son dos?) catolicismos. El de Hoffa, líder sindical de origen húngaro, el de la mafia italiano-irlandesa y el catolicismo de los Kennedy. Tal vez parezca curioso afirmar que esta familia, si bien perfectamente puesta fuera de campo, es también protagonista esencial de este film. Como en ese íncipit ya clásico de “I believe in América” dicho en una ardiente oscuridad, aquí hubo tres creyentes en esta América en principio tierra de libertad y luego ajena y hostil. Sin extenderme en el tema, porque ya me he extendido, y mucho, en mis libros y escritos ocasionales, la ley liberal es una farsa. El cuento de la igualdad ante la ley no lo cree nadie, salvo los “progresistas”. De allí que el cine y su concepto y su lar, Hollywood, tuvo que arreglárselas, no especulando sino operando. El sumun de la imbecilidad puritana fue la llamada “ley seca” que dio “el Do”, para que comenzara a funcionar la orquesta católica (también la judía, claro está, pero como en este film de Scorsese se sabe que está, pero no se trata en este lugar). Todos partieron de un alfa: esta ley es una farsa de los que vinieron antes que nosotros a este lugar. Se inventaron una historia que intentó y lo intenta todavía pasar por Historia. La fugitivos del Mayflower, al pavo para el día de Acción de Gracias, George Washington que jamás dijo una mentira en su vida, y hasta la sonrisa estúpida de un gordo barbón vestido de colorado, y que vacía de sentido la Navidad católica. Bien. Los católicos fueron empujados a hacerse esta pregunta ¿Qué se tiene a nuestras espaldas? Se respondieron: una tradición. Hecha no sólo de un imaginario sino de un ideario y hasta de un legendario con sus mitologemas hondantes. Son tradiciones porque se traen y se reciben, como la Kabalá. Intimidades hogareñas, guiños y figuras retóricas del dialecto originario. Desde luego también formas de cultura que se relacionan con el poder. Y éste se basa en la decisión ¿Y qué puede hacer la decisión si no se tiene un pasado común detrás? Esas espaldas estarían al descubierto y el frente de ataque no serviría de nada. Esa “legitimidad” tan ansiada por la esposa de Michele Corleone, era y es no sólo una utopía, sino un malentendido que tal vez éste no supo, o no quiso explicar. Y esto, como en toda obra autoconciente corre por cuenta del lector-espectador. Kay confunde legitimidad con legalidad. Lo que ella desea es la legalidad, mientras la vieja sociedad secreta a la que pertenece su marido ya no aspira a ninguna legalidad, porque ya tiene la legitimidad. ¿Cómo? Por un poder basado en una determinada tradición y que tiene una fe manifestada en determinados elementos de representación. Precisamente este concepto de la “representación”, es la clave y el centro de toda discusión con respecto a la legalidad de la democracia liberal. Ahora bien, el que logra la legalidad en el sistema liberal de representación, puede buscar en algún giro histórico emplear esta legalidad para liquidar las treguas y sobre todo los “pactos preexistentes” con otras territoriales o, mejor dicho, con algunos de los representantes de esas legitimidades preexistentes. Así los Kennedy y sobre todo esos dos que fueron los títeres de su padre, antiguo aliado de sus pares católicos, y quienes la emprenden ahora con dos antiguos asociados, relacionados a su vez. La tradición de la sociedad secreta siciliana y el sindicalismo apoyado en parte por aquella. Desde luego que esta ejemplar lección de Historia y de política está sostenida por una historia también ejemplar. Scorsese se ha liberado de todas esas rebarbas anteriores de escenas alborotadas, inútiles cámara lentas (aquí solo se permite dos, desde luego que inútiles), alaridos y golpes de efecto y litros de hemoglobina. Así como del empleo de una abrumadora panoplia de músicas de todo tipo. En este film, todo es quieto y sereno. Es una épica de interiores, de bares, trastiendas, habitaciones silenciosas y acogedoras. Aún las calles y callejones parecen sumarse a esa interioridad. Es como si el film surcara por una topografía propia. La misma carretera que actúa como simple, pero magnífico correlato de todo el film, también parece desierta. Es un film sobre el vacío anterior ahora poblado por una indiferencia filial. Esa hija que observa silenciosamente a Frank Sheeran, en sus operaciones bélicas y que finalmente le niega hasta el acceso a una ventanilla burocrática, no por nada de un banco; como si esa legalidad en la que se mueve ahora con soberbia, no escondiera el delito de la acumulación originaria. Es un film también sobre la muerte. La de una ética. La del cine, posiblemente. La propia y la familiar. Es una danza macabra que arrasa con todo lo humano como “carne pasajera”. Es una meditación serena, un “Memento Mori” sobre la fe y sobre la fe católica y su ya centenaria relación con el concepto del cine. Más aún, aquí más que sus films anteriores, el catolicismo no es un mero agregado diegético. Tampoco una busca hagiográfica lejana en tiempo y espacio, como en su anterior Silencio, esa suerte de Apocalypse Now con jesuitas. Aquí el catolicismo es, o la respuesta final o el comienzo de todas las preguntas. Pero un catolicismo afianzado en la Historia, y donde la historia es el despliegue de ese pliegue que ahora se intenta licuar en un limbo llamado “globalización”.
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La experiencia en pantalla grande es extraordinaria, está a la altura de los momentos más espectaculares de Scorsese y cada plano está saturado de detalles. Como el lector sabe, este film estará la semana que viene –el 27, para ser exactos– disponible en Netflix. Pero tendrá una semana en salas; en la Argentina sólo 56 y en CABA –con datos que tenemos al cierre de esta página– solo en una, en Devoto. Por eso vamos a dedicarle dos textos: uno hoy y otro, la semana que viene. El de hoy les asegura que ver tres horas y media de esta película es una fiesta que no aburre jamás, y a la hora de elegir qué ver no deja de ser importante dada la longitud. También hoy les decimos que la experiencia en pantalla grande es extraordinaria, que está a la altura de los momentos más espectaculares de Scorsese y cada plano está saturado de detalles. Pero lo más extraño de esta articulación entre el mundo brutal y tradicional de las mafias, los sindicatos y la política es un sentimiento de resignación. “Es lo que es”, parecen decir todos los personajes y el cuento del matón que, de casualidad, ingresa al universo del verdadero poder y permanece testigo único –y ejecutor– de su especie de justicia salvaje, es también una especie de canto a la tranquilidad del paso del tiempo. La muerte, para casi todos los personajes, es sólo cuestión de tiempo, al punto de que el espectador –y esto no es un demérito, créase o no– no termina de conmoverse por ninguna. El núcleo es el personaje de Joe Pesci, el sosegado, estoico dueño del poder, una criatura sin euforia hecha de cine puro.
NO TAN BUENOS MUCHACHOS El Irlandés de Martin Scorsese es la mejor síntesis de su obra Entre revuelos, polémicas y estrenos limitados llega la nueva película de Martin Scorsese y ya la vamos sumando a lo mejor de 2019. Mucho se habló de “El Irlandés” (The Irishman, 2019), el último opus de Martin Scorsese, sobre todo después de los dichos del realizador sobre Marvel y su incisivo análisis del estado actual del arte cinematográfico; pero es hora de hablar de la película en sí, una síntesis perfecta de todos esos temas que lo apasionan y lo acompañan a lo largo de su filmografía. ¿Marty se homenajea a sí mismo? No, más bien reflexiona sobre su trabajo y cómo esa visión de joven cineasta del Nuevo Hollywood fue madurando y mutando a través de los años sin perder su esencia. Scorsese vuelve al género gansteril adaptando “I Heard You Paint Houses: Frank ‘The Irishman’ Sheeran and Closing the Case on Jimmy Hoffa” (2004) de Charles Brandt, una obra de no-ficción que se mete en la vida de Sheeran (Robert De Niro), veterano de la Segunda Guerra Mundial devenido en camionero y asesino a sueldo de la mafia, que decidió confesar los crímenes que cometió bajo el mando de la familia Bufalino, incluyendo el del famoso sindicalista Jimmy Hoffa (Al Pacino). El crimen de Hoffa todavía no fue esclarecido del todo (aunque fue declarado muerto en 1982 tras siete años de desaparecido), pero Brandt, Scorsese y el guionista Steven Zaillian -ganador del Oscar por “La Lista de Schindler” (1993)- nos dan mucho en qué pensar sobre Norteamérica y su política durante las décadas del cincuenta, sesenta y setenta. “El Irlandés” arranca en un asilo de ancianos con un frágil y decrepito Frank rememorando sus días como asesino. Sheeran no le habla a nadie en particular, pero sabemos que es a nosotros. En su relato no hay remordimiento porque su consciencia está tranquila. Como lacayo hizo el trabajo que le correspondía sin cuestionar las implicancias morales, incluso cuando le tocó apretar el gatillo contra uno de sus más queridos amigos. Saltamos a la década del cincuenta, en algún lugar del Norte de Pennsylvania, donde el joven Frank cruza caminos con Russell Bufalino (Joe Pesci), sin saber que está ante uno de los hombres más prominentes del crimen organizado local. A la larga, y después de algunas metidas de pata en su labor como transportista de carne, Sheeran comienza a trabajar bajo las órdenes de Russell ‘pintando casas’ a su manera. Frank es un hombre leal y de confianza que hace sus encargos sin chistar, es por eso que se convierte en el indicado para acompañar y resguardar a Hoffa cada vez que lo necesite. Yo soy tu amigo fiel A nadie le sorprende que el líder sindical tenga estrechos lazos con la familia Bufalino, entidad que lo ‘financia económicamente’ y lo respalda ante sus competidores como Anthony ‘Tony Pro’ Provenzano (Stephen Graham) o las presiones del gobierno federal. Con el tiempo, Frank y Jimmy entablan una verdadera amistad, obligando a Sheeran a convertirse en intermediario cuando las ambiciones de Hoffa empiezan a chocar con los negocios de la mafia. La historia es conocida para muchos, intuida para otros y totalmente desconocida para las generaciones más jóvenes que hasta se perdieron las referencias de “Los Simpson”. Claro que siempre se puede googlear al respecto pero, igual, Scorsese logra meternos de lleno en los climas de suspenso que se crean a cada vuelta de la esquina, obligándonos a anticipar eso que sabemos que va a pasar. Acá, la violencia es moderada y nunca se exalta como en muchas de sus obras, porque el punto de vista está puesto en Frank y para él, el ‘pintar casas’ no es tan diferente a pintar casas. A De Niro le toca ser el narrador contenido, el nexo entre los demás personajes. Un trabajo tan delicado como la exuberancia de Pacino, la figura carismática y magnética que a todos les cae bien, incluso a la pequeña hija de Frank. El líder carismático Por su parte, Pesci decidió volver a la actuación (sí, estaba retirado) para darnos uno de sus mejores trabajos, uno que engloba muchas de esas cualidades que ya lo vimos representar, pero desde una óptica y un registro muy diferente. Scorsese habla de la edad (y desde la edad), del paso del tiempo y las responsabilidades. De la experiencia, la lealtad, la amistad, la moral y ese mismo tiempo que viene a cobrar sus deudas. Scorsese da una clase de cine a lo largo de tres horas y media (porque puede y le sale bien), dejando en claro a qué se refiere cuando se mete con Marvel y su falta de visión artística. “El Irlandés” es pura visión y no por ello deja de ser una superproducción de 150 millones de dólares, una que debió buscar el financiamiento y distribución de Netflix cuando los grandes estudios le dieron la espalda. Así, ‘la última película de Scorsese’ apenas se va a pasear por las salas del mundo y terminará muriendo en la grilla del sistema de streaming, pero esta es una obra que la Academia no podrá ignorar así nomás a la hora de los premios por venir de una plataforma no convencional. El trabajo y la familia no se mezclan El ritmo, la crónica, la construcción de la anticipación para llegar a ese clímax inevitable provocan que esas tres horas y media ni se sientan y que esos 150 millones se vean reflejados en la pantalla, ya sea en una maravillosa puesta en escena que apoya el paso del tiempo sin necesidad de cartelitos literales, o los efectos digitales que necesitaron para rejuvenecer y envejecer a los protagonistas, un truco que pasa desapercibido en la mayoría de los casos. ¿Se le puede reprochar a Marty la falta de lucimiento de sus personajes femeninos? Sí se puede y ahí reside el punto más flojo de la película. Se entiende que Frank no tiene palabras cuando trata de relacionarse con sus hijas, pero nos queda gustito a poco en cada una de las escenas donde se cruza con la crecida Peggy interpretada por Anna Paquin. “El Irlandés” es, por lejos, una de las películas más acabadas y sinceras de Scorsese, al menos, en esta última década. ¿Una obra maestra? Eso, el tiempo lo dirá, pero por ahora se merece su buena pasada por el cine donde demuestra qué es esto del arte de las imágenes en movimiento.
Con un talento extraordinario, vuelve Martin Scorsese acompañado por Robert De Niro, Al Pacino y Joe Pesci en una película sobre el crimen mafioso en los Estados Unidos. 3 horas y media, actores de primerísima línea y estreno sólo en pocas pantallas para ganarse un lugar en los Oscar. El director de clásicos como “Taxi Driver” (1976), “Buenos muchachos” (1990), “Casino” (1995) y “El lobo de Wall Street” (2013), llega a Netflix – y a algunas selectas salas de cine- con su broche de oro a una extraordinaria carrera. Una magistral clase de cine con destellos de obra definitiva. El cineasta y sus protagonistas son la clara muestra de lo mejor del cine estadounidense. En más de 3 horas y con una avasallante narrativa, una excelente obra de arte llega a la famosa plataforma de streaming, con derroche de humor y violencia. Basado en el libro “I Hear You Paint Houses”, de Charles Brandt, con guión adaptado por Steven Zaillian (“La lista de Schindler”), “El irlandés” cuenta la historia de Frank Sheeran, un veterano de la Segunda Guerra Mundial que trabajó como camionero y se relacionó con personajes del crimen organizado como Russell Bufalino (Joe Pesci). Sheeran se involucra con la Hermandad Internacional de Camioneros y las actividades ilegales de su líder Jimmy Hoffa (Al Pacino). No es una simple película de mafiosos, sino que la historia está basada en hechos reales. El manejo de la cronología de los hechos (la película va y viene en el tiempo mediante flashbacks), los diálogos, los conflictos y los personajes tienen un máximo cuidado en sus construcciones. El humor colabora para que sea entretenida a pesar de la larga duración de la película. El poderoso tridente de actores es un valor agregado de por sí, un regalo para cualquier cinéfilo que se emociona al ver a estos 3 “señores intérpretes” juntos en la pantalla. Robert DeNiro (protagonista de varios de los clásicos de Scorsese) brinda una de sus mejores interpretaciones de su carrera. Su progresivo ascenso a los cielos de la mafia y la violencia y su posterior arrepentimiento al llegar a viejo concurren en un perfecto arco del personaje. Joe Pesci brilla reluciente cuando se lo creía olvidado por la industria, y Al Pacino, otra leyenda, vuelve a mostrar su enorme talento. Como un plus de enorme tamaño, la oportunidad de ver al mismo tiempo en pantalla a la dupla DeNiro y Pacino, algo que se vuelve sumamente hipnótico. Los 3 tienen escenas dónde son rejuvenecidos digitalmente con fines narrativos. Este efecto no molesta en ningún momento del film, sólo se admira mejor la historia que cuentan, que costó más de 150 millones de dólares. Completan el elenco: Anna Paquin, Harvey Keitel, Bobby Cannavale, Ray Romano, Jesse Plemmons, entre otros. Scorsese habla de la vejez. Como una introspección al paso del tiempo y el camino recorrido, con sus habituales recursos estilísticos y narrativos, como los travelling descriptivos, las imágenes congeladas para enfatizar una situación y la violencia que sorprende en cualquier momento. Además, la construcción estética de la época es brillante. Por el lado de los aspectos técnicos, podemos destacar la reproducción de época maravillosamente reflejada en el excelso montaje de la oscarizada Thelma Schoonmaker, una hermosa fotografía del mexicano Rodrigo Prieto y una banda sonora impresionante. Todo esto, claro está, lo podrán apreciar mejor quienes tengan la posibilidad de verla en pantalla grande, ya que en el living de casa no se valoran tanto todos estos esfuerzos, lo cual es triste, pero son las nuevas reglas del juego. “El irlandés” (2019) habla de la amistad, de los valores, la familia, las concesiones, los secretos, el poder, la lealtad y la vejez. En un relato que atrapa de principio a fin, se construye una historia llena de drama, humor y violencia. La dirección, puesta en escena y actuaciones son brillantes, no hay nada que objetar. ¿Se podría haber hecho de menos duración? Si, claro, pero Scorsese puede hacer lo que quiera a esta altura de su vida y su carrera, y eso se disfruta. ¿Es la mejor película de Martin Scorsese? Seguramente no, pero estamos ante una obra de arte maravillosa, de esas que ya se sabe, será un clásico de la historia del cine, así que, si no es la mejor, está peleando el podio. Es la frutilla del postre de la carrera del cineasta y, pareciera, de todo el cine de mafia y gángsters, ya que no queda mucho por agregar. Así que a aprovechar quien la pueda ver en las pocas salas de cine que la proyectan y, sino, verla a partir de hoy en Netflix.
Desde que tengo recuerdos, siempre quise ser un gangster – Henry Hill Con esas palabras y la fanfarria de Tony Bennett «Rags to Richies» comenzaba Goodfellas (1990) y lo que pronto sería el inicio de la trilogía Clásica Gangster de Martin Scorsese. En Boxcar Bertha (1972) y, aún más definido en Mean Streets (1973), Scorsese da sus comienzos sobre las relaciones en el crimen y de aquellos lazos sobre amistad pero tentando la suerte con el negocio y la traición. En alta gamma de violencia pero solo en su necesidad, mostrando cuando tiene que mostrar y ocultando hasta el momento preciso del disparo cuando tiene que catalizar, el muchacho de Queens deja en The Irishman todo lo que tiene: su proyecto más personal, con sus actores favoritos por excelencia (Robert De Niro, Joe Pesci, Harvey Keitel y sumándose a sus tropas Al Pacino, entre otras caras conocidas de su filmografía) y acompañado por – su amiga y ejecutiva montajista – Thelma Schoonmaker; plus, Rodrigo Prieto, un gran director de fotografía – afiliado a su pasado The Wolf of Wall Street –, que disfruta de su trabajo y no de sus galardones. The Irishman tiene lo mejor de lo mejor. The Irishman presenta la excepción de la regla en la filmografía de Scorsese ya que hay un narrador protagonista que no se contenta con contar la mitad de su vida ordinaria – al menos a simple vista – sino que va todo el camino, all the way. Frank Sheeran vive las consecuencias directas e indirectas de su vida y todo esto es puesto en marcha en primer plano con De Niro – gastado, quebrado y anciano – rememorando, desde un cuestionado pero concreto punto de vista, su vida como matón del clan Bufalino y su amistad con Jimmy Hoffa (Pacino). Sheeran es único, es un sobreviviente, un hombre que vivió en su ley y no por un sueño de niñez, sino por la costumbre del deber. Como veterano de guerra – Frank fue soldado en la Segunda Guerra Mundial – Sheeran sigue las reglas al pie de la letra; cumpliendo objetivos y respetando ese poder supremo – que va cambiando de forma tras las diferentes decadas -. Para debatir: Si vemos detrás de las lineas de este sobreviviente, plagado de recuerdos y rodeado de nostalgia, observamos a un hombre que nunca pudo superar el arte de la guerra. Más allá de todo por fin vemos un relato que pertenece únicamente a De Niro. Anteriormente en Goodfellas el mando pertenecía a Ray Liotta (personificando un carismatico Henry Hill); En Casino (1995) el show era compartido con Pesci; en The Irishman el mando es de Bob. Scorsese se encarga que la mirada quede sólo en el personaje de De Niro, se encuentra un desliz de observación (un vuelto extra de Pesci como Bufalino) pero no se pierde el enfoque. Es una película que muestra costumbres – respeta ese fuego sagrado del código mafioso – y se adapta para entrelazar la mirada sobre las vivencias sindicales de la época. Pacino ruge como Jimmy Hoffa y es un deleite verlo a la orden de Scorsese; entre una década de puntos bajos Pacino muestra un Hoffa que por más que falle en parecido, deslumbra por su interpretación – concretamente Scorsese ofreció un semi-campo libre para que Pacino improvisara lineas -. Al da cátedra como un diablo-santo en un infierno sagrado; un grandioso actor que sabe poner punto y aparte en sus errores e inicia un nuevo y revitalizado párrafo cómo nunca antes. Después está Pesci, que en esta ocasión es un instrumento de mediación entre bandos. Acostumbrado a roles de «mafiosos dinamita» Pesci recurre al silencio en un rol que ordena con miradas claras y las palabras están de sobra; un rol que va con su edad y es un cambio radical para lo que estamos acostumbrados a ver en este actor que resurgió de su retiro auto impuesto. Además da placer que Joe haya vuelto para un proyecto de esta magnitud, a la orden y codo a codo de sus amigos. Una de las mejores escenas de la película es sin dudas cuando tenemos a De Niro, Pascino, Pesci, Keitel, Graham y Lombardozzi en plena fiesta y lo que menos importa, es la fiesta en sí – las miradas matan -; pero claro, Pacino y Anna Paquin se ofrecen al valls y con eso está todo dicho. Los manerismos cambian al mismo tiempo que las décadas y se observa como estas leyendas del cine se adaptan a ese cambio; sutiles modificaciones se van dando tras el avance del tiempo. El letargo se hace presente pero justamente esto posibilita analizar como poco a poco las situaciones y decisiones de los protagonistas van afectando sus destinos. De Niro, Pacino y Pesci excepcionalmente funcionan como un motor conjunto que al dañarse – por el destino – sigue pero con secuelas irreparables; los tres actores merecen mención pero Pacino entra y sale de la película como un ganador. La presencia invisible de Thelma Schoonmaker se presenta en cada escena, cada corte y cada efecto emotivo; la película dura 209 minutos y es lo que es gracias a esta aliada legendaria de Martin Scorsese. Probablemente The Irishman es la película más impactante – emocionalmente hablando y quitando las controversias pasadas – que Scorsese tiene en su haber. Con estilo absoluto y en un trabajo en conjunto de Thelma y Martin The Irishman se siente como un legado fantástico que quita el aliento, una película hermosa que está hecha por amor al cine, a las historias ocultas de tiempos pasados, la amistad y los sacrificios. Todo en 209 minutos… 209 minutos que exploran aspectos de una vida repleta de lamentos ocultos, y la verdad, su duración… ¿a quién le importa?; las mejores películas nos demuestran como uno puede disfrutar y adentrarse en una experiencia maravillosa y perderse en ese mundo artificial nuevo, un mundo tan real que formamos parte de él desde el primer minuto que tomamos asiento y The Irishman logra eso, algo que contadas veces vamos a poder ser testigos y que al pasar los años lamentamos no poder descubrirlo como si fuera la primera vez, con ojos nuevos. Hay que agradecer a Martin Scorsese por esto. Una epopeya épica que abarca décadas con enormes talentos, tecnología de punta (que sin estos mencionados talentos no serviría de nada), simplemente hay que ver para creer. Dos semanas en cines – un pecado – y ya disponible en Netlix, la última película de Martin Scorsese es imperdible y llega en el trazo final del año. Se roba todo, deja una huella profunda y invita a ser descubierta una y otra vez por cada detalle asombroso – nuevamente, el amor al cine – que tiene. La mejor película del año y para destacar entre lo mejor que nos dio esta década, además, sólo se trata de algo simple: un hombre que «pinta casas». Valoración: Excelente.
No estamos entre los más entusiastas. No se trata de la mejor película de Scorsese. Pero verla en cine...
Scorsese vuelve a dar una clase de cine en “El irlandés”. Y lo hace a partir del caso del histórico Jimmy Hoffa (Pacino), un poderoso sindicalista de la década del 50, tan temible como mafioso. Casi de casualidad se cruzará con Frank Sheeran (De Niro), un veterano de la Segunda Guerra Mundial que aprendió a matar sin sentir ninguna culpa. Esa característica le servirá al dedillo para los planes de Hoffa y su mano derecha Russel Bufalino (Pesci), quien será el encargado de motorizar las ambiciones políticas de su líder, caiga quien caiga, literalmente. La película se sostiene con un relato en off típico de Scorsese y una tensión dramática que va in crescendo. Quizá las tres horas y media del filme atentan contra la dinámica del relato, pero sería una osadía decir que afecta el concepto general. Porque hay tanta calidad en los diálogos sutiles como en los silencios y también en la banda sonora, que convierten a esta historia en imperdible. Para que salte al rango de obra maestra bastará con hacer hincapié en las actuaciones de los tres roles protagónicos. Tener a Pacino, De Niro y Pesci juntos es lo máximo. Pero el que se come la película es Joe Pesci, porque su expresividad realza a su personaje en el arco temporal, sorteando los trucos digitales que rejuvenecen a medias a los protagonistas. Hay que verla y disfrutarla.
Cuando el cine tiene una mano maestra Un relato mesurado hace de la última del director de Buenos Muchachos un retrato profundo e irresistible sobre un sicario de rostro duro y preguntas internas. Cuando El irlandés concluye, es un sentimiento de abatimiento. La película se deshoja, se vacía mientras sucede. El camino para llegar allí requiere de un ejercicio de la memoria, de un esfuerzo por reconstruir las piezas que hacen a la historia. Un relato que reaviva otras voces, habitantes de la calma fantasma que enhebra la voz de Frank Sheeran (Robert De Niro), alguna vez sicario y amigo de Jimmy Hoffa. Para llegar allí habrá que acercarse. El travelling va en su busca, lo encuentra a Sheeran apacible, en una casa geriátrica. El recurso es clásico, remite a Hitchcock -en su involucramiento del espectador- y sobre todo al Billy Wilder de Pacto de sangre: así como Fred MacMurray en aquel film, aquí Sheeran: no es una confesión, tampoco un arrepentimiento, sólo una historia que contar. Desde luego, la acción encierra mucho más. Habrá que atravesar las 3 horas y media del film para llegar al abatimiento al que se aludía. Para notar la brisa amarga de una vida que se estira cuando todo lo anterior ya pasó, tan rápido. Y lograr uno de los momentos más bellos en todo el cine de Martin Scorsese. La sensibilidad se percibe. La vida vivida, lo mucho que contar, entre pecados y dudas. Son éstas las que persisten, pero ya nada se puede hacer. Sólo contar, narrar. Esperar. En este sentido, El irlandés es un film cuasi testamentario. Realizado desde una necesidad que se siente inmanente. De manera nada casual reúne a los viejos amigos –De Niro, Joe Pesci, Harvey Keitel-, junto a un Al Pacino que extraña no haya trabajado más con Scorsese. Una vieja guardia que asume el amor por el cine, desde el cine. Scorsese está en la piel de este Sheeran/De Niro, quien virtud digital mediante, podrá rememorar años mozos. Estirar su piel y hacer de cuenta que el cine es la máquina del tiempo. Pero también un documento inevitable sobre lo que ha sido, lo que ya no es. Un dolor al que asomarse, a partir de la alegría sucedida. La relación es ambivalente y necesariamente así. De este modo, El irlandés significa una síntesis entre el cine que el propio Scorsese ha hecho –con muchos de estos buenos muchachos en sus filas- y el que ahora hace: taciturno, como un zorro viejo, meditabundo, tan cercano y cada vez más (allí está Silencio para corroborarlo) a Roberto Rossellini. Sheeran es un sicario, también padre de familia. Su rostro pétreo hace difícil saber qué dilucida. Quien se lo reclama es el mismo Jimmy Hoffa durante una de sus tantas peroratas, que Pacino encarna desde un histrionismo consciente, capaz de articular lo malsano y humorístico. Hoffa y Sheeran son un dueto tan fuerte como el que éste compone con Russell (en la piel de un Pesci felizmente devuelto al cine, con años encima y una presencia en pantalla que sólo debía revivir Scorsese). Si Sheeran es la cara que no se inmuta, de gestos adustos, proclive a la matanza que se requiera –como la que sus mismos superiores le endilgan durante la guerra (de paso, otra incursión despiadada de Scorsese en cuanto al proceder de los aliados, así como lo refiriera en La isla siniestra)-, un paralelo frío, espejado, se dibuja en el rostro de una de sus hijas. La niña lo ve hacer lo que él sabe, supuestamente para protegerla. Y esto es así porque no puede ser de otro modo. Es el lenguaje, son los códigos, que este matón –veterano de guerra y chofer de camiones- conoce. La desazón, la mirada dura, está en la niña tanto como en él. Habrá que tenerlo presente durante toda la película. De esta manera, el rostro de De Niro se vuelve –vía make up digital y real- temporalmente maleable, pero siempre ligado desde la contención que el actor profesa: años más, años menos, Sheeran continuará imperturbable. Mientras, a su alrededor se entreteje todo un mundo, en el cual él sabrá oficiar –de modo consciente o involuntario- como uno de sus personajes centrales. Él en el medio de la mafia, los negociados y la corrupción política, los abogados sin escrúpulos, la lealtad y la traición. En suma, la delineación de un submundo que no es nada ajeno a la superficie diurna sino, antes bien, sustrato constituyente. Este planteo ya estaba en otros films de Scorsese, pero aquí tiene una sentencia: la organización social norteamericana es esencialmente corrupta. Asumida esta verdad, el dinero mafioso irá en partes iguales –según sean los intereses- para Nixon o los Kennedy. Entre otros motivos, vale destacar uno: hay que quitar a Fidel Castro de la isla para volver con los casinos a Cuba. (¿Cuántos otros títulos del cine más reciente se permiten una crítica tan desenfadada?). En este sentido, la trama social responde a una jerarquía que se acepta pero no se nombra de modo directo. Un status quo al cual rendir cuentas. Así, un diálogo entre Hoffa y Sheeran se asemeja a un ida y vuelta de palabras en clave que rememoran –en un ardid cinéfilo sin par- las viejas réplicas entre Abbott y Costello, mientras las alusiones disparan dardos que rodean el asesinato de JFK, algo que Hoffa sabrá cómo celebrar. En suma, Sheeran es alguien que la misma sociedad ha delineado como tal, obediente con las órdenes superiores, consciente del dinero que requiere el cuidado familiar, respetuoso de las normas convenidas. La celebración de su persona, de su capacidad para pintar paredes de rojo -tal el prólogo godardiano del film, también su corolario- no tardará en ocurrir, entre agasajos y discursos. Todo un mundo en las manos. Pero al final, poco. Es más, se acerca la Navidad. Pero los días ya son todos iguales. Y Scorsese que hasta quita la música a la banda sonora. La película se vuelve casi muda. Permite que se sienta el respirar de las voces. Los diálogos con el sacerdote, la enfermera, los agentes de la ley. Ya no queda más nadie. Sólo un resquicio a través de la puerta, por medio del cual sostener un vínculo, aunque más no sea ritual, con lo que paulatinamente se evanesce.
Este es el regreso de Martin Scorsese a la épica mafiosa y no hubiera sido posible de no ser por la mano que le tendió Netflix para concretarla. Es un proyecto que estuvo mas de 30 años en el development hell debido a reescrituras, falta de financiación y agendas dispares entre todos los interesados. Es un delicioso retorno de Scorsese a sus raíces donde, si bien su talento es todo terreno – con su sociedad con Di Caprio se metió en un montón de géneros fuera de su zona de confort, desde la sátira hasta la biopic -, uno extrañaba un comeback a las historias crudas, hiperviolentas y callejeras que lo hicieran famoso. ¿Interesante?. Por supuesto. ¿Perfecta?. No, y excesiva en su duración… pero es cine del que resulta imprescindible ver. Si es un regreso a las fuentes de Scorsese también es un necesario comeback de De Niro, que desde hace rato vuela bajo el radar participando en material mediocre. Como siempre, sus mejores perfomances se las saca Scorsese y acá arma un circo con todos sus amigotes – Joe Pesci, al que le insistieron miles de veces para que saliera de su retiro para interpretar este papel; Harvey Keitel en un cameo fugaz; algunos miembros frescos del club como Bobby Carnevale, Stephanie Kurtzuba y Anna Paquin; su equipo técnico de siempre – para hacer la crónica de Frank Sheeran, un asesino de la mafia que creció dentro la organización hasta convertirse en el guardaespaldas y amigo personal de Jimmy Hoffa, el sindicalista camionero que tuvo en vilo a Estados Unidos durante casi 20 años y que desapareció misteriosamente en 1975. Precisamente la épica de base es el ascenso de Sheeran hasta volverse íntimo de Hoffa y participar (según su versión) en el asesinato del camionero y posterior desaparición sin rastro de su cuerpo. Como puede verse, ésta no es una película para millennials superficiales y, si bien uno no ha vivido en Estados Unidos, al menos conoce parte de esta historia a través de otros filmes sobre el tema (caso del Hoffa de Danny DeVito). Debo ser honesto: me encanta Scorsese y admiro su obra, pero acá al filme le sobra 20 %. El comienzo es caótico, con una tonelada de data dicha sobre la marcha, la cual es imposible atender porque, durante el relato de un anciano De Niro (recordando su vida, ascenso y caída en la mafia), ocurren montones de cosas en pantalla. Es de esos filmes en donde uno ubica personajes por los actores que los interpretan – Keitel es un jefe mafioso, Pesci es un operador de la mafia, Ray Romano es un abogado de la mafia – pero cuando se habla de ellos por parte de otros caracteres es difícil ubicarlos salvo que sean parte de los caracteres principales. Scorsese apela a la magia digital y “rejuvenece” a los actores con FX pero el resultado inicial es horrible. Frank Sheeran se supone que araña los 40s cuando conoce a Russell Bufalino (Pesci), pero se ve como un geronte con ojos de zombie (carecen de brillo, están irritados, no se ven naturales), un rostro hinchado y rojizo y, lo mas evidente, que De Niro naturalmente no tiene la agilidad de un tipo de 40s (ni el físico; uno con la edad es mas lento, hace panza y la flacidez generalizada de los músculos hace resaltar los hombros, incluso la piel curtida es difícil de camuflar). Si los críticos hablan maravillas del rejuvenecimiento digital es porque funciona muy bien en segmentos cortos y acotados (se acuerdan de lo impresionante que era ver un Michael Douglas cuarentón en Ant-Man – aunque la comparación le duela a Scorsese -?), pero en una película larga con variedad de escenarios e iluminaciones se nota en exceso, sobre todo cuando debe figurar que los tipos tienen la mitad de la edad que tienen en la vida real – y también se nota en el rendimiento físico, aún cuando hayan contado con un asesor “de movimientos” que obligaba a todos estos gerontes a moverse como si tuvieran 30 años menos; Pacino puteaba en arameo por las “proezas físicas” que debió hacer, sea caminando rápido, saltando de una silla o revoleando mobiliario en un ataque de bronca – . Mucho mas natural se ven Pesci, De Niro, Pacino & co en los años 60, cuando figuran tener 10 años mas y no se ven como purretes. Si el Acto I es anecdótico – el ascenso de Sheeran como sicario de confianza en la mafia -, la película empieza en el Acto II cuando Al Pacino entra como una tromba en la trama. Scorsese reune a toda la vieja banda pero deja que un recién llegado les robe el dulce delante de sus ojos. Si Pesci es mas que correcto y De Niro muestra rango por primera vez en años, Pacino es un ladrón de escenas constante, un tipo que exuda personalidad y domina cada charla en la que participa. Para mi Pacino es un sobreactor – al igual que De Niro – pero acá es lo que el médico recomendó para el rol y uno realmente lamenta que Scorsese se haya demorado tanto para unirlo a su grupo. Es dulce, violento, personalista, familiero, abrumador, filosófico, impetuoso y uno realmente se pega al asiento cada vez que Pacino ejecuta su magia. De Niro en cambio, va a media marcha mostrando humildad, docilidad, emotividad cuando es necesario… y tremendas explosiones de furia cuando el momento lo amerita. Como es obvio, el relato sufre cuando Hoffa sale de escena – y ahí es donde Scorsese se mete en un excesivo Acto III, el cual pretende descifrar la sicología de Sheeran -. Con el mafioso en decadencia y tras las rejas, lo que le queda es analizar lo que le quedó en su vida – su familia que lo esquiva o su hija mayor, que adoraba a Hoffa como si fuera un tío y está convencida (aunque no tenga pruebas) de que su padre tuvo qe ver en la desaparición del mismo, juzgando por su conducta errática posterior -. Scorsese insiste en buscar la conciencia del asesino y para ello lo pone a la par de un cura mientras está recluido y solo en un geriátrico. Para él el arrepentimiento no existe porque las víctimas eran extraños… pero la muerte de Hoffa (aunque no lo admite) es la única que le pega fuerte. Esa llamada, esa maldita llamada en donde tuvo que actuar frente a sus esposa (amiga de muchos años de su familia) como si no supiera nada de la suerte del sindicalista… Pero dedicarle mas de 40 minutos a esto es mucho para un filme de 3 horas y media, y aunque no deja de tener su interés, uno no deja de pensar de que hay algo de indulgencia en un libreto al cual le podrían haber podado una hora para hacerlo mas eficiente. El Irlandés es un gran filme, pero uno que no está exento de detalles. Son defectos menores en una película plagada de momentos apasionantes e inteligentes, una épica fenomenal plagada de talento y un ejemplo de gran cine… el cual es un espécimen muy escaso en los tiempos que corren.
Martin Scorsese nos narra otra historia sobre el crimen organizado en Estados Unidos, que sirve de epílogo para todas sus historias anteriores sobre el género.
El Irlandés "Pequeña Italia" Durante los últimos 50 años, el cineasta ganador del Premio de la Academia Martin Scorsese ha creado películas icónicas como Taxi Driver (1976), Goodfellas (1990). Aquí nos sumergimos en las marcas registradas de Martin Scorsese, que regresa con The irishman (2019), una saga del crimen organizado en la América de la posguerra que se cuenta desde el punto de vista de Frank Sheeran (Robert De Niro), un ex soldado de la Segunda Guerra Mundial que se convirtió en estafador y asesino a sueldo, trabajó junto a algunas de las más importantes y poderosas figuras del siglo XX, abarcando varias décadas. La película cuenta uno de los misterios insondables en la historia de los Estados Unidos: la desaparición del legendario líder sindical Jimmy Hoffa (Al Pacino). También ofrece una inmersión monumental en los misterios de la mafia al revelar su funcionamiento interno, sus luchas internas y sus vínculos con el mundo político. Cuando una película comienza con un plano secuencia que es una lección cinematográfica, sumamente cuidado y al estilo de Scorsese, ya sentimos que disfrutaremos de una gran película. Es, sin lugar a dudas, uno de los mejores cineastas y ésta una candidata a recibir todos los premios y la considero, una de las mejores películas del año. Es un film muy Scorsese, sus paneos, su completo manejo de la cámara, las escenas de violencia como un torbellino tan realista, consiguen que vivamos el relato junto a esos actores. No sólo incluye al espectador, sino que nos mantiene en todo momento interesados y curiosos en un film de larga duración. Para algunos pueden considerarla, demasiado extensa para verla en cine y para otros se les pasará volando, por lo tanto, la duración, queda a criterio de cada uno. Otro gran logro del film, es la caracterización de los actores, muy bien lograda. Por otra parte, las interpretaciones de los tres, realmente, superan lo que esperaba. Es un verdadero disfrute y lección de actuación y, además se vislumbra la admiración y respeto que tienen por el Director y entre ellos. -la humildad de los grandes talentos-. Si hay un detalle para nombrar sería el color de ojos azules de De Niro, lo que resulta algo chocante al principio, hasta que nos acostumbramos. Empatizamos con cada personaje y recorremos la cocina de la mafia italiana de los Estados Unidos, sin embargo, sentimos ese sabor agridulce del costo muy elevado -implícito en el film- que deben pagar los mafiosos, en especial, el protagonista. De quien conocemos más, su faceta humana. Calificación: 9/10 Título original: The Irishman Año: 2019 Duración: 209 min. País: Estados Unidos Dirección: Martin Scorsese Guion: Steven Zaillian (Libro: Charles Brandt) Música: Robbie Robertson Fotografía: Rodrigo Prieto Productora: Netflix / Sikelia Productions / Tribeca Productions. Distribuida por Netflix. Productor: Martin Scorsese Género: Thriller. Drama | Biográfico. Crimen. Mafia. Vejez. Amistad. Años 70. Años 60
La nueva película del realizador de “Buenos muchachos” retoma los temas de muchas de sus historias sobre hombres violentos desde una perspectiva madura para preguntarse: “¿Valió la pena?”. Crítica publicada originalmente en La Agenda de Buenos Aires. Qué hace que una vida merezca ser vivida? ¿Lo que hiciste? ¿Tu trabajo? ¿Tu familia? ¿Tus amigos? ¿Haber sostenido tus convicciones? ¿Haber cumplido siempre con tus obligaciones? Cuando Frank Sheeran, sentado en un geriátrico, en el plano que abre “El irlandés” –y que resume los temas de la película en función de su relación con un muy similar y famoso plano secuencia que se ve en “Buenos muchachos”–, empieza a contar la historia de su vida, sabemos que la secuencia lógica de los acontecimientos estará invertida, dada vuelta. No hay nada de glamoroso ni de exótico en ese recorrido, por más que la cámara se meta por los pasillos del lugar a toda velocidad. No se encuentra con un gangster en su apogeo pop dejando propinas al paso y siendo saludado con reverencias mientras se lo ubica al frente del salón, sino con uno anciano, que está solo y a poco de dejar el mundo de los vivos. Un mundo que, acaso sin saberlo, dejó varias décadas antes, en medio de la Segunda Guerra Mundial. Desde su vejez Frank cuenta su historia, que abarca cinco décadas y que en un momento encuentra, gracias a un rápido flashback a un hecho específico de esa guerra, no un trauma original que explique el resto de su vida (Frank no es, al menos de manera consciente o fácilmente reconocible, una persona con miedo o algún tipo de stress post traumático), pero sí un cruento punto de partida para una vida marcada por una falta de sensibilidad sorprendente a la hora de cometer violentos asesinatos y acechar brutales golpizas. “Es que no conocía a sus familias”, le dirá más adelante a un cura que intenta sin suerte que Frank se arrepienta de muchas de las cosas que hizo. “Salvo a una”, agregará. Y ahí dejará escapar, casi como pidiendo permiso, algún tipo de remordimiento. Pero tan solo por esa familia. Y por lo que él siente que, acaso, fue su única traición. “El irlandés” es la historia de un hombre que ha vivido su vida en función de una idea regidora: “Si cumples órdenes, tendrás tu recompensa”. Eso puede funcionar en la guerra, en la mafia y aún en su paso por la vida sindical, pero no es una garantía de nada. La vida, al final, no te recompensa por haber seguido órdenes. Podrás haber ganado muchas batallas pero lo más probable es que vayas a terminar perdiendo la guerra. En el caso de Frank, un cartel puesto en un momento doloroso, un llamado telefónico angustiante, una mirada inquisidora. Todo eso suma para entender la soledad de un hombre que, al llegar al final de su vida, descubre que la supuesta recompensa es un bien tramposo y perecedero. Que fascina, atrae y se puede convertir en adicción, pero que es un golpe de adrenalina que, más que dar, quita, distancia, aleja. Frank Sheeran sería un secundario de una película de mafiosos clásica (un Tessio o un Clemenza de “El Padrino”, por ejemplo). De hecho, ni siquiera es italiano. Es un camionero de Pennsylvania que de a poco empieza a llamar la atención de los capos de su estado al cometer algunos robos en la ruta. Gracias a ese “talento”, conoce a Russell Bufalino (un impecable, conmovedor trabajo de Joe Pesci) y a otros jefes de la zona (como Harvey Keitel, en un rol llamativamente pequeño para el más histórico de los históricos de Scorsese), quienes lo empiezan a llamar para más y más trabajos, subiendo en cada caso la apuesta en cuanto a la violencia que debe ejercer. Y cuando a Frank le toca despachar a gente con un par de secos tiros, no tiene ningún problema en hacerlo. Es un soldado eficiente y brutal, de esos que parecen no tomar jamás conciencia de lo que hace. Ni cargar con culpas. La primera parte del film se centrará en su formación como matón en las filas de Russell. “Escuché que pintas casas”, le dicen usando esa frase –que es el nombre del libro en el que el film se basa y que funciona aquí como suerte de subtítulo– como metáfora de su capacidad para manchar las paredes con la sangre de sus víctimas. Sheeran hasta parece orgulloso de serlo. Sus “éxitos” en la mafia lo llevan a crecer en poder y en su amistad con Russell. Y es así que cuando el capo le propone trabajar haciendo algo similar para el mítico líder del poderoso gremio de camioneros, Jimmy Hoffa, Sheeran se alejará un poco de la mafia y se pondrá a las órdenes –y luego se hará amigo– de este sindicalista fervoroso e idolatrado que a los argentinos seguramente nos hará recordar a un tal Juan Domingo Perón. Y no solo por su aspecto. Es Al Pacino el encargado de poner cara, voz y cuerpo a este hombre, una suerte de celebridad de la política de entonces, a quien Sheeran compara con Elvis y con los Beatles. Y cada intervención suya es un momento armado para que el actor de “Scarface” se luzca en el que es –créase o no– su primer trabajo para Scorsese. Y si bien lo hace de modo un poco excesivo y grandilocuente (es Pacino en su salsa, puro jazz interpretativo), los archivos de video de Hoffa transmiten una sensación similar de un hombre locuaz, cegado por el poder y el narcisismo. Hoffa es expansivo y Sheeran, todo lo contrario. Es más bien silencioso y parco. Un ejecutor, un hombre al servicio de otros, un eficiente empleado. Pero a la vez un tipo que puede organizar la quema de una flotilla de taxis como si nada o matar a sangre fría a varios rivales y hacer bromas acerca de las armas acumuladas, gracias a estas ejecuciones, abajo de un puente. “Se podría armar al ejército de un país pequeño con lo que hay allí”, dirá. NOTA: Para los que no la vieron y son hipersensibles al tema “Spoilers” acá puede haber algunos. La película podría dividirse en cuatro actos. O tres y una coda, encadenados los tres primeros a partir de un aparentemente inocuo viaje que Russell, Frank y sus respectivas esposas hacen desde Filadelfia a una boda en Detroit. El primer acto se centrará en la relación entre ellos dos y en el crecimiento de Frank en el oficio. El segundo, en la aparición de Hoffa y, con él, toda una saga que enreda, indirectamente, al propio Sheeran en los acontecimientos políticos más importantes de la época, desde la invasión de Bahía de Cochinos en Cuba hasta los asesinatos de John y Robert Kennedy. En esta etapa Scorsese se dedica especialmente a mostrar cómo se forja la amistad de Frank con el líder sindical (hay tres o cuatro diálogos entre De Niro y Pacino que son para memorizar por lo brillantes) y, a la vez, a dar a entender una posible rivalidad entre sus dos “mentores”. La que juega un papel silencioso pero importante allí es Peggy, una de las hijas de Frank, que no mira con buenos ojos el trabajo de su padre (a quien vio hacer de las suyas en vivo) y que se siente más a gusto con el más típicamente cariñoso Hoffa que con el “tío Russell” y su propio padre. En el tercer acto el tono y el tempo empiezan a cambiar. Allí la relación entre la mafia y Hoffa se complica. Con el hombre empiezan a tener diferencias durante el gobierno de JFK y el conflicto luego crece a partir de la competencia interna que tiene el sindicalista en su propio territorio, competencia que dará para varias de las mejores escenas de la película, muchas jugadas entre Pacino y Stephen Graham, que encarna a Tony Pro (“¿Otro Tony? ¿Todos ustedes se llaman Tony?”, dice el quisquilloso Hoffa, que no es italiano, sobre los mafiosos), otro líder de los camioneros mejor conectado con los capos. La lealtad de Frank empieza a ponerse en riesgo cuando Russell le da a entender que si Hoffa no se baja de la carrera sindical por sí mismo, habrá que bajarlo. “It is what it is”, le dice. Y todos entendemos a qué se refiere con eso. A esta altura, Scorsese se escapa de su propio y aceitado sistema de acumulación de crímenes, de descripción del funcionamiento de un corrupto sistema de economías paralelas (los fondos de pensión sindicales como sostén económico de los emprendimientos mafiosos como Las Vegas o… Cuba) y de juegos de poder dentro de ambas organizaciones para enfocarse directamente en el conflicto interno de Frank. El viaje que el hombre hace con Russell toma un desvío y ese desvío es el de la película, que allí empieza a tomar las características de un noir francés, con Sheeran casi como un criminal al estilo Melville o Becker (la música de su “Grisbi”, tan similar a la de Nino Rota para “El Padrino”, es importante leit motiv de la película): un hombre con una peligrosa misión pero, por primera vez, con un conflicto ético, algo con lo que va a tener que lidiar en su vejez, que ocupa la larga coda y que es la que da verdadero sentido y grandeza a esta extraordinaria película. En el cine de Scorsese sobre el crimen organizado (y en otros de sus films también), los protagonistas solían traicionar o delatar a los suyos para luego terminar solos, en trabajos y vidas banales, añorando los momentos “de gloria” de sus años como criminales. En este caso es distinto. Y eso es lo que diferencia a “El irlandés” de las otras, la que hace que no solo sea un “Grandes Éxitos” del estilo y los modos del realizador de “Taxi Driver”. Si bien en la primera hora y pico, por el tono y el ritmo, uno podría pensar que lo es, lo que Scorsese hace aquí es recoger el guante de las otras y agregarle un aura, si se quiere, entre trágica y desoladora. Frank, como vemos al principio, ha sobrevivido a todo y a todos. Y, en la vejez, se da cuenta que la “recompensa” en cuestión acaso no era tan importante. Ha perdido lazos fundamentales en su vida, se ha quedado solo y ni siquiera sabemos si lo que dice recordar es verdadero o no. Acaso sea solo un fabulador que inventa su propia leyenda antes del final para adjudicarse un peso en la historia, uno que quizás nunca tuvo en la realidad. Pero no olviden que esta es una película de Scorsese por lo que no encontrarán un cambio brusco de Sheeran que apunte a la emoción del espectador. El tipo sigue siendo, al menos para afuera, él mismo de siempre: no hay arrepentimiento, no hay un súbito descubrimiento de la religión ni demasiada auto-reflexión. “No tienes que arrepentirte de verdad –le dice el cura en cuestión, cuando parece quedarle poco tiempo de vida–, pero al menos puedes decirlo”. Si lo hace o no de verdad, no lo sabremos. Sheeran, con su rostro más añoso pero igualmente impertérrito (la actuación de De Niro acaso sea menos llamativa que las de sus colegas, pero es poderosísima desde la contención) no nos deja casi nunca penetrar detrás de los extraños ojos azules de “el irlandés”. No nos termina por decir qué es lo que siente él acerca de la complicada aventura que fue su vida. Es Scorsese –y el notable guionista Steven Zaillian–, los que nos dejan a nosotros la tarea de entender si valió o no la pena, si “seguir órdenes” tuvo o no su recompensa, si la cercanía con la muerte pone o no las cosas en perspectiva. En paralelo, la película del director de “Toro salvaje” –otro film donde la idea de un triste y solitario final es explorada– puede ser vista como una suerte de despedida grupal y, quizás, hasta una experiencia autorreflexiva por parte del propio Scorsese y de su gente respecto a su propia obra, a su trabajo en conjunto. El hecho de que se los vea “des-envejecidos” (mediante una técnica que parece rara al principio pero luego se incorpora naturalmente) transforma por momentos a “El irlandés” en una película de espectros y es también una manera de permitirse y permitirnos hacer un recorrido por las carreras de todos esos actores a lo largo de las últimas cinco décadas. Así como Sheeran, los propios De Niro, Pesci, Pacino y hasta el mismo Scorsese están llegando a una edad en la que el pasado tendrá más peso en su biografía que el futuro. Y ese mirar atrás, ese reflexionar sobre lo que se hizo y se dejó de hacer, sobre las oportunidades perdidas y las buenas decisiones, es seguramente también el motivo que los llevó a reunirse y hacer esta película elegíaca, que también funciona como una especie de álbum familiar. “El irlandés” se ve como el fin de una era –la de hombres rudos y oscuros, antihéroes violentos que forjaron a los tiros una complicada nación– y, a partir de su cierre crepuscular, como el legado que una generación que supo hacer gran parte del mejor cine norteamericano le pasa a las siguientes. (“El irlandés” está en salas desde el jueves 21. Desde el 27, estará disponible en Netflix)
En Buenos muchachos (1990), Scorsese toma como referencia The Roaring Twenties de Raoul Walsh (1939), pero le escapa a la dramaturgia clásica en el ascenso y caída del gángster y se mueve en el vértigo de una narración fulgurante a base de bruscas elipsis. Al mismo tiempo, busca acentuar la correspondencia visual a la convulsión interior del personaje y a su paranoia. En una de los tantos momentos mágicos, un plano secuencia nos invita a pasar al bar de “los buenos muchachos”. Imágenes y relato nos presentan a cada uno de ellos mientras los colores, la música y los rostros se asoman en pantalla. Casi treinta años más tarde, un plano secuencia también inaugura la historia en El irlandés, pero la cámara se mete en un asilo. El tiempo pasa para todos: allí se encuentra Frank Sheeran (De Niro), un veterano de guerra y camionero que ha consagrado gran parte de su vida a la mafia y a ser la mano derecha de Jimmy Hoffa (Al Pacino), el famoso líder sindical. En 1990, la narración se articulaba desde la perspectiva de un chivato; en el 2019, desde la voz quebrada de un tipo que ha sobrevivido, pero que ha quedado solo. Los espectros de la saga de El padrino de Coppola y del Leone de Érase una vez en América (1984) son evocados, aunque despojados del aire shakespereano en un caso y la nostalgia acentuada en el otro. Como si fuera un gancho de clausura, Scorsese parece buscar la síntesis de sus obsesiones y de una tradición tan noble que comienza con los gángsters desde Underworld (1927) de Josef von Sternberg en adelante, transitando los códigos clásicos del género y fusionándolos con la vertiente del etnonoir surgida en los setenta. En El irlandés también conviven los dos tonos que han recorrido toda su filmografía. En la alternancia aparecen los tramos narrativos veloces, al ritmo de la circulación del capital y de los cambios sociopolíticos, que conforman esa épica reconocible fundada en el ascenso, los códigos de amistad, el cuidado de la sagrada familia y el poder. Luego, aquellos pasajes de reposo que conectan con películas como Kundun (1997) o Silencio (2016) donde lo religioso se presenta una vez más materializado en las dudas de los protagonistas. En relación a los primeros, basta revisar el magistral timing que Scorsese maneja cuando da cuenta de todos los movimientos de los sindicatos, la mafia y el aparato político. Años y maniobras se suceden paralelamente al acceso de Frank a zonas de privilegio (hasta donde su origen se lo permite, claro) gracias a su amistad con Russell Bufalino (un Joe Pesci contenido como conmovedor). En cuanto a los segundos, están las paradas en auto donde se activa el recuerdo y se prepara el terreno para la secuencia final, de alto impacto emotivo. Dios, Cristo y Judas aportan nuevamente sus rostros encarnados esta vez en estos tres personajes. Y el tiempo (gran protagonista anticipado con el plano del reloj al principio) no solo es esa cadena de hechos que la memoria del viejo Frank construye a medida que recuerda/olvida, también es la dilatación de una decisión que intentará, como en la tragedia griega, evitar un destino para constatar su carácter irremediable (la escena de la fiesta en reconocimiento de Sheeran es antológica, en este sentido). En un mundo lleno de trampas, la única alternativa es aceptar esa moral, que es como una religión, donde no faltarán corderos sacrificados y verdugos. El padre, el hijo y ningún espíritu santo. Las dudas para Martin Scorsese están en la tierra, aún en los ambientes mafiosos. Sin embargo, todo tiene un costo: la familia. He aquí la cuestión, cómo conciliar ambos mundos. En El irlandés hay también ovejas descarriadas, miradas que interpelan, y una en especial, la hija menor llamada Peggy será quien silenciosamente descubra la naturaleza de su padre y rompa el cerco de seguridad impostada y protección hogareña. Frank tratará de llegar a su hija. Si los espejos son centrales en la obra de Scorsese, será el rostro de Peggy uno de ellos, un interlocutor capaz de poner en crisis su modus operandi. El otro es el de Russell, la mirada del capo, la antesala del deber y de la sangre. Dualidad problemática entre cuerpo y alma, entre normalidad y excepcionalidad, entre acatamiento y transgresión, entre realidad y deseo, entre culpa y expiación. Si Jesús condujo al paroxismo esta batalla en La última tentación de Cristo (1988), Frank retomará la posta en la trama política de El irlandés. Finalmente, la vejez se asienta implacablemente en los rostros, alterados con efectos especiales, al igual que las visiones sobre el pasado. En Viviendo en un mundo material (2011), el magnífico documental sobre George Harrison, Scorsese muestra al guitarrista en su etapa solista que mira en el monitor a su joven versión interpretando This Boy, con un semblante que devela gracia y nostalgia a la vez. En este retrato, que elude lo épico y lo unidimensional, también los Beatles releen su historia. Probablemente Scorsese haya partido de esta idea como una opción estética viable a la hora de construir su fragmentario retrato sobre la naturaleza humana de este excepcional músico, acaso para actualizar las dos primeras líneas de All Things Must Pass: “El amanecer no dura toda la mañana /Un nubarrón no dura todo el día” El irlandés es eso y Frank lo sabe. El director que siempre trabajó la representación del cuerpo como síntoma externo de una problemática interior, con heridas a base de puñetazos, látigos y balas, aquí ofrece un cuerpo cansado que dejará una puerta entreabierta para irse a dormir y tal vez alcanzar la expiación. Solo el tiempo dirá qué sigue. Por Guillermo Colantonio @guillermocolant
Anunciada con una elocuencia notable, El irlandés es la nueva película del afamado cineasta estadounidense Martin Scorsese, considerado uno de los más grandes surgidos de su país, gracias a filmes como Taxi Driver, Buenos muchachos (Goodfellas), Gangs of New York o Después de hora. La expectativa alrededor de su nueva realización también gira en torno a su reparto, encabezado por Robert De Niro y Joe Pesci, dos emblemas de la filmografía de Scorsese, y con figuras como Al Pacino, Harvey Keitel o Anna Paquin. El encargado del guión es Steven Zaillian, quien tomó de referencia el libro de Charles Brandt I Heard You Paint Houses. La historia de El irlandés se centra en la vida de Frank Sheeran (personificado por De Niro), un veterano de la Segunda Guerra Mundial, devenido en sicario, que estuvo relacionado con algunos de los personajes más reconocidos de la época, involucrado en múltiples asuntos del crimen organizado, de los cuales el más memorable es la misteriosa desaparición del sindicalista Jimmy Hoffa (Pacino). Para la reconstrucción de la vida del personaje en cuestión, Scorsese nos coloca frente a un Sheeran ya anciano, quien rememora diversos acontecimientos y sucesos, así como la forma en que se irá aproximando y contactando con figuras de peso de aquellos años, y mediante esto plasmará como progresivamente adquiere respeto y poder. Primero logrará un fuerte vínculo con Russell Bufalino (Pesci), quien le permitirá el mayor crecimiento, y posteriormente con Hoffa. A la par, abocado arduamente a sus labores, Sheeran con el paso de los años sufrirá un alejamiento/rechazo de su familia, principalmente de su hija mayor Peggy (Paquin), por lo cual sus últimos años de vida no serán los mejores. Si bien en El irlandés la labor de Martin Scorsese es puntillosa, está en todos sus detalles, y se sirve de la tecnología y todos sus avances para lograr su cometido, lo cierto es que el filme cinematográficamente aporta poco y nada; se trata de un homenaje a su cine, haciendo referencias a algunos de sus clásicos más celebrados, como Buenos muchachos o Casino, jugando con la nostalgia que abruma al espectador, haciéndole creer que está ante algo majestuoso, y tan solo se trata de evocar «glorias pasadas». Hay grandes momentos, pero también hay escenas ya vistas, lugares comunes, tópicos; algunas forman parte del mundo del cine de este género, y son necesarias, otras son simplemente reiterativas. El trabajo del reparto es acertado en general también, destacándose en su rol protagónico la figura de De Niro, al margen de que todos contribuyen a la construcción de ese imaginario. Entre otro de los puntos flojos está la excesiva duración, casi tres horas y media, capricho del director que no se justifica, puesto que en varios momentos el filme cae en baches evidentes y pierde fuerza narrativa. Quizás lo mejor se presenta durante la última hora de metraje, donde repunta después de algunas caídas. El irlandés es válida de ver, pero más que nada apuntada a fanáticos de Scorsese y el cine de gángsters: prescindible.
Crítica emitida al aire en Zensitive Radio Nordelta