El irlandés

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

MAFIAPEDIA

Volvió Scorsese y lo hizo por la puerta grande. Volvió a sus fetiches (Robert De Niro, Joe Pesci, Harvey Keitel) y volvió a sus temas y obsesiones: la mafia, los códigos entre los hombres, las traiciones, la culpa, la imposibilidad de balancear lo criminal con la familia y la búsqueda de la redención. Volvió Scorsese a un mundo que conoce y conocemos, a un mundo que es ajeno pero también autorreferencia, porque hay historia sobre la Historia pero también sobre su propia historia: a cada rato El Irlandés, la obra maestra que filmó para Netflix, rebota contra Casino, contra Buenos muchachos, contra Calles peligrosas, sus películas relacionadas con pandilleros y mafia de alto diseño. El Irlandés es, por tanto, extensión pero también síntesis de su propio universo cinematográfico, además de una obra de quiebre: Scorsese construyó el que podría ser el film definitivo sobre la mafia. En serio, qué más se puede decir sobre este tema si el director de Taxi Driver lo dice y lo abarca todo aquí, en 210 gloriosos minutos justificados hasta el último segundo. Cuando muchos pensábamos que el regreso de Scorsese a los temas mafiosos era la búsqueda de una zona de confort, la película nos despabila: había mucho más para decir. Y Scorsese lo dice en una película enciclopédica que aborda tanto lo individual como lo público, la historia de personajes laterales y la gran Historia de un país construido a sangre y fuego, como ya lo ha dicho en Pandillas de Nueva York.

El Irlandés es un film tan épico como intimista. Es un fresco sobre el accionar de la mafia norteamericana durante varias décadas del siglo pasado, que parte desde lo individual, el ingreso de Frank Sheeran (un impresionante Robert De Niro) al círculo mafioso bajo el ala de Russell Bufalino (Joe Pesci en la actuación de la película), y avanza hacia lo general: la lucha entre los sindicatos y el poder político, con el brazo armado que representan la mafia y sus diversos clanes. La película, claro, tiene varios de los tópicos que han sido habituales en el cine del director pero amontonados y organizados como si de una enciclopedia se tratase. El comienzo es con un bello plano secuencia en un geriátrico, que termina con un Sheeran postrado y donde sobresale un reloj en su muñeca: precisamente ese objeto y su contenido son la clave de la película, el tiempo, muy especialmente en un film de esta duración. Scorsese se toma una hora para narrar el ascenso de Sheeran en la mafia, luego un par de horas para trazar el vínculo entre Sheeran y Jimmy Hoffa (un divertidísimo Al Pacino) y una última media hora para un epílogo tan brutal, como angustiante y emotivo. La forma en que el director articula los tiempos del relato (siempre de la mano de su fiel montajista, la brillante Thelma Schoonmaker) es impecable, más en una película que viaja de aquí para allá entre décadas y con una multiplicidad de personajes increíble. Todo es claro, todo es preciso, no hay escenas que sobren porque cada momento tiene algo para decir, de la historia general o de la intimidad de los personajes.

La acción en El Irlandés tiene que ver con el accionar de sus protagonistas, no hay casi tiempos muertos ni momentos donde no se esté filtrando una información clave. La de Scorsese es una película sobre profesionales, más allá de que la profesión de estos tipos sea estafar, engañar, asesinar. La vida privada surge entre los pliegues, pero no hay demasiado tiempo para ello: la acción seca de la película marca el tono de esa seriedad y rigurosidad con la que todo debe ejecutarse. Al margen, como una nota al pie que terminará pendiendo sobre la cabeza de Frank, se va construyendo el vínculo entre él y su hija, quien lo desaprueba en silencio y se vuelve el combustible fundamental de su culpa. Pero en El Irlandés no hay espacio para el criminal llorón a lo Michael Corleone, aquí si hay pena es porque los actos de cada uno son irredimibles pero nadie busca una salida a ese camino. La cita a El padrino no es antojadiza, porque en Scorsese entra todo el cine, el suyo y el de los demás. También hay aquí algo de Los intocables por la forma en que el director articula historia con ficción y gran espectáculo.

Se ha hablado muchísimo de los efectos especiales de El Irlandés y el detalle técnico es uno de los pocos aspectos cuestionables del film. No tanto porque no luzcan profesionales ni precisos, sino porque no pueden evitar cierta traición que el físico ejerce sobre lo digital. En Los infiltrados, por ejemplo, Scorsese solucionaba el mostrar a un Nicholson más joven dejándolo en penumbras, pero aquí hay una prepotencia del CGI que parece inevitable en estos tiempos. Si De Niro en esta película luce más joven (aunque no sé si lo joven que exige el relato), lo cierto es que su cuerpo tiene la movilidad de una persona de la tercera edad. Si el movimiento genera una contradicción con la imagen, lo cierto es que inconscientemente se construye una poética que acompaña el tono cansino del resto de la película. Scorsese utiliza recursos audiovisuales vistos en films como Buenos muchachos o Casino, como personajes hablando a cámara o un montaje que corta abruptamente la escena. Sin embargo hay una evidente falta de vértigo en la aplicación de esos recursos que no debe ser entendida con morosidad. El Irlandés reafirma en esos pasajes el asunto del tiempo como tema central de la película, sobre el tiempo como un espacio que se mueve, nos pasa por arriba y nos lleva a la decadencia. Por eso que la comparación con Buenos muchachos y Casino es justa y no lo es tanto. O más bien El Irlandés actúa como un arco dramático coherente en relación a esas películas con el paso del tiempo. Del trío, Buenos muchachos es la película más briosa, más vital, una trompada en la cara que es el presente de tipos viriles que miran desde la cima, mientras caen. Ya en Casino hay una mirada retrospectiva y nostálgica, que en el final se lamenta por los años de gloria que ya no volverán. En ese sentido, El Irlandés es una obra fiel con la edad que Scorsese tiene en este momento. No hay nostalgia en Frank, el protagonista, quien cuenta su historia desde aquel geriátrico y lleva el relato, sino más bien dolor por lo que no pudo hacer y por lo que no puede recuperar.

Claro que El Irlandés no sería la obra maestra que es si no fuera por su enorme epílogo. Cuando la excitación de los crímenes y la lucha del poder concluyen, cuando el poder mismo es reducido a un viejo sin dientes chupando un pancito, la película se vuelve trágica, pesarosa, melancólica y muy triste. Es ahí donde aparece el Scorsese reflexivo que no siempre aparece, el que puede parar la pelota de la cinefilia unos minutos y construir personajes con emoción y dimensiones humanas. Digo esto de la cinefilia y el plano final me termina remitiendo tanto a El padrino 1 como a El padrino 3. Otra vez una puerta, otra vez un viejo sentado contemplando su final, salvo que esta vez la puerta no se cierra y nos deja observar la pequeñez (acompañada de miedo y tristeza) en que se termina convirtiendo el poder una vez que el tiempo lo ha horadado para siempre.