El irlandés

Crítica de Ernesto Gerez - Metacultura

Con la muerte en los talones

El Irlandés (The Irishman, 2019) comenzó como un proyecto maldito; Martin Scorsese quiso filmarla poco tiempo después de la edición de la novela de Charles Brandt I Heard You Paint Houses (2004), y aunque ya sabía que sus protagonistas iban a ser Robert De Niro (de hecho fue él el que leyó primero la novela y se la comentó), Joe Pesci (que en ese momento ya estaba casi retirado y cuenta la leyenda que se negó unas cincuenta veces), y Al Pacino (que nunca había trabajado con él) todo se demoró por años y entró al llamado “production hell”, ese limbo en el que quedaron flotando tantas buenas ideas. A las negativas y al paso del tiempo se le sumó el problema de la financiación, hasta que Netflix -a priori uno de los enemigos de la visión scorsesiana del cine- fue el que puso un poco más de cien millones de dólares para su realización (la película tuvo dos grandes inversores y en total costó 159 millones) y obviamente desató un conflicto con las salas que todavía no posee y que querían más tiempo de proyección antes de que la película se pueda ver por streaming. Un tema más que hizo que sea una obra de producción lenta fue todo el rollo de los efectos especiales; los tres actores tienen arriba de 75 años e iban a interpretar, por momentos, a tipos de 40. La producción se decidió por los efectos digitales (otro aspecto que a priori pareciera opuesto a la visión de Scorsese), y el resultado no fue el mejor pero tampoco modificó sustancialmente su puesta en escena. Recordemos que en Buenos Muchachos (Goodfellas, 1990) Scorsese ya había trabajado el paso de del tiempo en sus personajes utilizando a los mismos actores pero en un momento en que el CGI no era opción.

El Irlandés gira en torno a las memorias de Frank Sheeran, un camionero que se convierte en asesino a sueldo y asciende en el crimen organizado a través de la figura de Russell Bufalino (el jefe de una familia de la Cosa Nostra del norte de Pennsylvania interpretado por un Joe Pesci arrugado y fenomenal) y que termina siendo la mano derecha del líder sindical Jimmy Hoffa (Al Pacino). Sheeran fue un tipo que estaba fuera del radar en todas las leyendas que se armaron alrededor de la muerte de Hoffa. “El Irlandés” Sheeran ni siquiera aparece en la biopic que Danny DeVito le dedicó a Hoffa en los años 90, y todavía hoy hay muchos que desacreditan su historia. Sin embargo, y como decíamos en relación a los efectos digitales, no es algo que afecte la puesta en escena; Scorsese no pretende filmar la verdad sino su verdad cinematográfica, como ya lo hizo con temas similares en sus dos películas que más se conectan con ésta: la mencionada Buenos Muchachos y Casino (1995). De todos modos, el tono de El Irlandés es otro y nunca alcanza -y esto es intencional- la velocidad de aquellas, porque más de veinte años después, aunque la película se apoye en muchas autoreferencias, al mismo tiempo está en busca de nuevas formas. Scorsese abre su obra con un plano secuencia que recuerda en técnica a esos dos inolvidables planos de Goodfellas, pero acá no estamos ante el inicio de una vida y una aventura sino ante el cierre. El plano no es del club Copacabana estallado de ruidos y movimientos sino el de un geriátrico, y el protagonista no es un joven en ascenso sino un anciano ya descendido. Scorsese filma sobre su vejez y la de sus amigos. Un poco como hizo Eastwood con la extraordinaria The Mule (2018); sus reflexiones pasan por los recuerdos, las consecuencias de las decisiones y por el final de la vida. También como en The Mule, el conflicto principal está vinculado a un tema familiar, y también se da entre un padre y una hija que no perdona, más allá de que lo que aparentemente tenga más preponderancia en la historia sea el viaje que hacen Sheeran y Bufalino en busca de Hoffa. Scorsese, como el último Eastwood, hace una película testamentaria que es además la despedida de un tipo de cine porque su generación de realizadores se está muriendo. Cremarse es muy definitivo, y enterrarse también; la mejor opción, la más cercana a la vida y a lo sagrado sería estar cómodo en un nicho, o algo así, dice un Scorsese siempre católico y reflexivo a través de Sheeran. Otra película actual con la que se conecta es con la última de Marco Bellocchio, Il Traditore (2019), el perfil de otro mafioso que, como indica el título, también es un traidor como lo era Henry Hill en Goodfellas, y como lo puede ser ahora Sheeran.

Así como decíamos que hay algunas cuestiones que parecen contradictorias con la visión del director (la producción de Netflix, la preponderancia de los efectos), hay otras que marcan plenamente sus ideas y su posición con relación al cine mainstream actual. El tono de la película (entre otras cosas debido a su edición, una vez más, de la también veterana Thelma Schoonmaker) no solamente es más contemplativo que en sus otras obras de mafia de narrativa voladora -así como el tema es existencialista pero desde otro ángulo- sino que su duración de casi cuatro horas también es una toma de posición frente a la coyuntura (además de corresponderse con una libertad que seguramente le otorga, en este caso, una plataforma de streaming). Ambas decisiones, lentitud y extensión, no parecen ideas marketineras, algo que Scorsese recientemente criticó del cine de superhéroes, como sabemos, un cine hecho puramente de decisiones de mercantilistas (independientemente de su valor posterior o no por otras cuestiones). Como se esperaba desde las primeras noticias, hay una preponderancia del trío actoral que se complementa con un cast enorme que tiene entre otros a un veterano como Harvey Keitel, a algunos nuevos del audiovisual de gangsters como Jesse Plemons, y a Kathrine Narducci y Steven Van Zandt, siempre recordados por sus geniales papeles en Los Sopranos. Van Zandt hace además una metareferencia que es uno de los momentos más bellos de la película, y otro de sus tantos momentos musicales que también funcionan como puentes. Del trío principal, lo de Pesci y De Niro es extraordinario, más allá de que algunos chistes/ anécdotas no tengan la fuerza y la inspiración de Buenos Muchachos. Lo de Pacino por desgracia está más cerca de su tono por momentos descontrolado de Heat (la excelente primera reunión Pacino-De Niro de 1995, dirigida por otro gran director veterano como Michael Mann) que de algo más tranquilo y virtuoso como El Padrino (The Godfather, 1973); de todos modos, seguramente el papel de Hoffa pedía un intérprete con este registro más bufonesco. Scorsese, después de años de lucha y laburo, se da el gusto de finalmente hacer su versión de I Heard You Paint Houses -título explicado al inicio de la película- y de paso homenajear a su cine, a sus amigos y, en definitiva, a sus formas, a su manera de ver el mundo.