El irlandés

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

En el marco de la guerra entre Netflix y las grandes cadenas de exhibición y en medio de las polémicas por las opiniones de Scorsese sobre las películas de Marvel, se presentó en la clausura del Festival de Mar del Plata cuatro días antes de su lanzamiento en un puñado de salas argentinas esta extraordinara épica de tres horas y media de duración que los muchos cinéfilos amantes de la filmografía del realizador de Taxi Driver, Toro salvaje, Buenos muchachos y Casino podrán disfrutar en pantalla grande desde este jueves 21 y los suscriptores del popular servicio de streaming tendrán a su disposición a partir del miércoles 27 de noviembre.

Uno podría decir que toda película fue hecha para ser disfrutada preferentemente en pantalla grande, pero no es lo mismo una historia austera y de cámara con dos personajes que transcurre en una sola locación que un film de 150 millones de dólares de presupuesto ambientado durante las décadas de 1950, 1960 y 1970 con las prodigiosas dimensiones narrativas, visuales, sonoras y musicales de El Irlandés.

Lamentablemente, producto de la extensa batalla (sin visos de tregua por el momento) entre los exhibidores y Netflix por el sistema de “ventanas” (período de exclusividad para la explotación en las salas), apenas dos salas la exhibirán en CABA y GBA. En el resto del mundo el gigante del streaming alquiló (y en algunos casos hasta compró) históricos y gigantescos teatros que se llenaron de decenas de miles de cinéfilos ávidos por ver los 210 minutos mágicos de Scorsese y su banda de amigos en las mejores condiciones. En un mercado minúsculo y degradado como el argentino solo hubo chances de verla dos veces en el Auditorium de Mar del Plata y apenas 58 pantallas (la inmensa mayoría del interior) están confirmadas para su estreno comercial.

Pero basta de lamentos (cada una de las partes del conflicto comercial tiene sus argumentos y razones que son atendibles y hay que respetar) y vayamos a la película, que se ubica entre los mejores trabajos de un director que tiene 25 largometrajes de ficción y un puñado de también notables documentales. Y eso que estamos hablando de alguien que filmó nada menos que Calles salvajes, Taxi Driver, Toro salvaje, Buenos muchachos, La edad de la inocencia, Casino, Pandillas de Nueva York, Los infiltrados y El lobo de Wall Street, solo por nombrar algunos de sus títulos más recordados (podrán agregar varias otras joyas a esta arcón de tesoros, claro).

A partir del guion que el cotizado Steven Zaillian (La lista de Schindler, Misión: Imposible) escribió sobre el bestseller I Heard You Paint Houses que Charles Brandt publicó en 2004, Scorsese construyó un film que sintoniza con varios temas (obsesiones) que lo acompañan desde siempre como los códigos de los gangsters, los límites que impone el poder, la lealtad, la amistad a través del tiempo, las contradicciones familiares, la culpa y la búsqueda de la redención.

El libro de Brandt, el guión de Zaillan y el relato de Scorsese se centran en la figura de Frank “The Irishman” Sheeran (De Niro), veterano de la Segunda Guerra Mundial y camionero desde 1947 devenido en asesino a sueldo de la mafia de Filadelfia que durante muchos años fue algo asi como la mano derecha de Jimmy Hoffa (Al Pacino), el despótico líder del poderosísimo sindicato de los Teamsters (camioneros) que desapareció de forma misteriosa en 1975. Ese lugar esencial de Sheeran en esta fascinante historia de confabulaciones políticas y negociados multimillonarios resultó toda una novedad, ya que "El Irlandés" ni siquiera figura en la biopic Hoffa, que Danny DeVito estrenó en 1992.

Tras un largo y bello plano secuencia inicial descubrimos a un Sheeran anciano y postrado en un asilo. Será desde esa silla de ruedas y con la inconfundible voz en off de De Niro que nos contará durante las siguientes tres horas y pico los atrapantes hechos de esta saga de crímenes, alianzas y traiciones, peleas sindicales, procesos judiciales y desencuentros familiares. Esta “El Padrino” de Scorsese fue concebida como una sucesión de auténticas coreografías fílmicas en las que se lucen no solo su portentoso virtuosismo narrativo sino también la fotografía de Rodrigo Prieto, la edición de Thelma Schoonmaker, el diseño de arte de Bob Shaw y las decenas de temas de blues, de rock, de jazz, de mambo o de la canción italian que van de Fats Domino a Muddy Waters, pasando por Jerry Vale, la orquesta de Pérez Prado o Van Morrison con Robbie Robertson (este último autor también de la música incidental). Y mención especial para los efectos visuales liderados por el argentino Pablo Helman que permitieron “rejuvenecer” a los personajes para narrar desde su juventud hasta su vejez.

En su reencuentro con Robert De Niro luego de Casino (hace... ¡casi un cuarto de siglo!) y en su primera colaboración con Al Pacino, Scorsese consigue algo muy difícil en el cine contemporáneo: ser épico e intimista, desgarrador y sutil a la vez, mostrando el costado hiperviolento, pero también las facetas vulnerables de sus criaturas, que conviven con su ambición y sus traumas, con su sadismo y sus miedos. Una típica historia de surgimiento, apogeo y derrumbe, pero sin dejar de lado sus múltiples facetas, lecturas y derivaciones (con notables irrupciones de humor negro). Así, mientras en el trasfondo vemos grandes hitos de la Historia (desde la elección y posterior asesinato de JFK hasta los sucesivos conflictos con Cuba), Scorsese nunca pierde el foco en la relación entre el Sheeran de De Niro, el Hoffa de Pacino y el mafioso Russell Bufalino, brillantemente encarnado por Joe Pesci. Un descomunal trío actoral en estado de gracia, a la medida de y en sintonía con las ambiciones, búsquedas y logros de ese auténtico e incombustible maestro del cine del último medio siglo que es Martin Scorsese. Gracias por tanto.