El invierno llega después del otoño

Crítica de Rocío Belén Rivera - Fancinema

TODO PASA Y LA VIDA SIGUE

“No hay mal que por bien no venga”, “No hay mal que dure cien años” y “Nada dura para siempre”, dicen algunos dichos. Y a medida que nos vamos poniendo viejos, efectivamente nos damos cuenta que es así. De lo mismo se percatan Pablo y Mariana, los protagonistas de El invierno llega después del otoño, la nueva película de Nicolás Zukerfeld y Malena Solarz.

El film comienza in media res: vemos una pareja que se despide de forma amena y cariñosa a la salida de un café. No sabemos nada de ellos, ni quiénes son, ni qué vínculo tienen, nada en absoluto. Pero tendremos 90 minutos para averiguarlo. Estructurado en dos grandes episodios contrapuestos, cada protagonista representa una estación del año, lo que metafóricamente nos remite al episodio y/o instancia posterior al momento de desmembrarse una pareja. Porque efectivamente, la despedida con la que inicia la película era el final de ellos dos. Y allí comienza la historia en sí, la historia de ambos, pero separados. Cada uno desde su individualidad, reconstruye una vida que parece olvidar el pasado que supieron en algún momento compartir.

Cargada de efectivos planos secuencia, primeros planos y planos americanos, la cámara parece seguir, como testigo, el andar por la ciudad de estos dos personajes bohemios en una Buenos Aires repleta de literatura, cine y arte. Las angulaciones de cámara y la importancia del rostro como matriz conductora del devenir de la historia, nos permite conocer a los personajes con mayor profundidad, prescindiendo casi del diálogo como portador de la subjetividad de los personajes, así como también de la música como generadora de atmósferas emocionales. El cuerpo de los actores y sus acertadas actuaciones (que a veces podrían parecer frías, pero que en realidad resaltan la naturalidad y el momento particular de desencuentro que ambos protagonistas tienen con la vida en sí) permiten llevar adelante la película, subsumiéndola en un claro homenaje al cine moderno de la década del 60: a la nouvelle vague, entre otros movimientos de la nueva cinematografía.

Nunca ha de faltar, como buen film independiente nacional, la escena de una fiesta, los encuentros fortuitos y el uso de drogas para sobrellevar esta modernidad aplastadora que pareciera habérseles venido encima a ambos protagonistas, a cada uno de un modo diferente pero agobiante de igual manera. Como para remarcar el estatuto bohemio de la pareja protagonista, no sólo Pablo visita las presentaciones de varios libros y recorre librerías antiguas por toda la ciudad, sino que Mariana visita y deambula por los alrededores del alma mater del estereotipo de escritor argento y el literato experto, que es la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, ubicada en el barrio de Caballito. Además, tanto desde los encuadres, los escenarios elegidos y la fotografía en sí, el film parece exaltar lo porteño, ya que en el trasfondo del andar diurno y nocturno de ambos personajes se muestra la cotidianidad de la calle argentina (recalcando ciertos nombres emblemas de lo porteño), las bocas de subtes, las callecitas de Buenos Aires, los viajes en colectivos o en taxis.

El representa el otoño, el comienzo del clima frío. Aún recuerda nostálgico ese amor que ya terminó (ella), pero sigue adelante, entre amores pasajeros, drogas, noches, libros y escritura. Ella representa el invierno, el éxtasis pero al mismo tiempo la culminación del frío, que dará paso al renacimiento de la primavera. Interesante metáfora de dos realidades que viven el mismo suceso de desamor. Tendrán ambos (tendremos todos) que pasar todas las estaciones, hasta encontrar nuestra favorita.