El inventor de juegos

Crítica de Pablo Raimondi - Clarín

Adaptación del libro de Pablo De Santis, suma en la ambientación y el clima intimista.

Un mundo de fantasías, versión juegos de mesa, desplegó el director Juan Pablo Buscarini (El Ratón Pérez y El arca) en la Ciudad de los Niños, en Gonnet. El objetivo fue recrear Zyl, la onírica tierra de El inventor de juegos, donde esta Babel cinematográfica (coproducción con Canadá e Italia y un elenco norteamericano-europeo) destiló desafíos, melancolía y el impulso de una búsqueda.

La película se centra en Iván Drago -metáfora de lucha con el implacable boxeador ruso de Rocky IV (1985)-, el personaje encarnado por David Mazouz (Bruce Wayne, en la tira Gotham) a quien puede compararse con Charlie Bucket, el personaje del filme Charlie y la fábrica de chocolate. ¿Por qué? Veamos.

Uno, la superación e inventiva como motor. Iván buscará ganar un concurso sin fin para diseñar originales juegos de mesa; obviamente se alzará con el premio mayor. Por su lado, el humilde Charlie era el elegido para codirigir la dulce factoría del excéntrico señor Wonka. Dos, la ausencia/conflicto paternal y sus consecuentes traumas. Tópico repetido en el cine de Tim Burton (desde La leyenda del jinete sin cabeza, El gran pez, etc.) y la ligazón con la misteriosa desaparición de los papás de Drago luego de un viaje en globo. Tres, un excéntrico personaje dueño de un imperio lúdico. El actor Joseph Fiennes (Shakespeare apasionado) encarna a Morodian, el misterioso líder de La Compañía de Juegos Profundos, que vendría a ser como el Willy Wonka de Charlie... pero sin la versatilidad y el histrionismo de Johnny Depp: Fiennes se esconde detrás de un papel de novela algo exagerado.

La adaptación cinematográfica del libro homónimo del escritor Pablo De Santis, publicado en 2003, suma en cuanto a la ambientación y el clima intimista-lúdico que genera. Tanto la fotografía del filme como la lograda banda de sonido sumergen al espectador infanto-juvenil en un realismo mágico que pendula entre la inocencia y la crueldad.

En este amplio vaivén se pierden -como si fuese un juego de cartas-, barajas importantes: la brecha entre dos públicos diferentes necesita de un guión que desmenuce a cada uno de los personajes para su doble comprensión. Esto no ocurre en El inventor de juegos. Como si fuese un sólido bloque de cemento, la narración se transporta de un ambiente a otro en forma homogénea, sin darle lugar a los matices y la sensibilidad del atractivo universo que el filme recrea.

Esta película tiene sus aciertos, sobre todo desde el plano irreal, como el colegio que se hunde (guiño mágico al Hogwarts de Harry Potter) o el pintoresco papel de Alejandro Awada, actuando en inglés por primera vez. Pero sobran las falencias: el metraje del filme se estira demasiado con la excesiva interacción entre Drago y Morodian, los consejos del abuelo Nicolás Drago (Edward Asner) y la aparición de Anunciación (Megan Charpenter), la niña con poderes, que desentona en comparación con Mazouz, toda una revelación. El final de esta película (feliz, obvio), pareció cerrarse a las apuradas, sin un amplio desarrollo, algo que sobró en el resto del filme.