El intérprete

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Hijos

No es habitual que a las películas que giran en torno a la exploración del pasado nazi se las intente exonerar de la pesada herencia de las atrocidades cometidas durante la shoah. Tampoco que los protagonistas se encuentren en un fuera de campo como parte de un relato que hace de los recuerdos y el material de archivo su primera herramienta para que el público no olvide que se trata en definitiva del Holocausto; de los campos de concentración; de las complicidades de países aliados al régimen nazi y un sin número de elementos característicos.

Sin embargo, El intérprete toma como punto de partida el encuentro de dos hijos atravesados por la historia de sus padres. Uno desde el lugar directo de víctima del nazismo, Ali Ungár de 80 años (Jiri Menzel) y el otro, Georg Graubner (Peter Simonischek) un jubilado de 70 años, maestro, cuyo padre era ex oficial de las SS presuntamente involucrado en la muerte de los padres de Ali. Uno de los tantos jerarcas, a quien el paso del tiempo y la desmemoria parecen haber salvado de una condena moral.

El detonante de la historia es un libro escrito por el ex oficial de las SS y la búsqueda de este sujeto a cargo de Ali, en un viaje solitario con escala en Viena donde conoce a Georg Graubner, quien lo anoticia sobre el fallecimiento de su padre. Como miles de judíos, sobrevivientes o ligados a los judíos asesinados, Ali desconoce el lugar donde fueron a parar los restos de su familia y la pesquisa entonces cobra una doble intención: la reconstrucción de un posible derrotero histórico con la certeza de la autoría de los crímenes a cargo del autor del libro y por otro lado la resignificación de la memoria colectiva para que el hijo comprenda las atrocidades llevadas a cabo por su padre.

A grandes rasgos, el vínculo entre ambos no tiene demasiado sentido una vez que Georg dice que su padre ya no vive, salvo por la propuesta que hace a Ali. Viajar juntos por los lugares claves que figuran en el libro con el propósito de conocer con más profundidad aquel pasado negado o al menos desplazado y así consolidar un vínculo con el desconocido anciano de 80 años que además actuará como intérprete ante las dificultades idiomáticas de Georg.

La apuesta del realizador Martin Sulik avanza por terrenos sinuosos al mezclar géneros para quitarle solemnidad al relato y así concentrarse en los rasgos humanos de los personajes. Y si se trata de humanos, las contradicciones afloran y en la coexistencia durante el viaje que arranca en Austria para pasar por Eslovaquia a modo de road movie llegan a marcar las enormes diferencias de carácter, lugar común de toda buddy movie también, a la que se suman la inevitable galería de secundarios, con absoluta intención humorística y en plan frescura para amortiguar los golpes emocionales que genera el repaso de testimonios sobre el destino de las víctimas judías.

Así las cosas, podría dividirse esta coproducción europea en una mitad cristalina, transparente, liviana, sin equipaje, para construir una historia de amistad entre dos ancianos que en el umbral de su vejez comparten un viaje revisionista, mientras que la segunda mitad se vuelve en términos dramáticos mucho más grave y ese equipaje liviano del comienzo se transforma en una inmensa carga por la Historia, la culpa y la necesidad perentoria de enterrar tanto la os muertos del pasado como a los vivos que parecen mucho más muertos.