El incendio

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Un día de furia

Juan Schnitman integró junto a Santiago Mitre (célebre hoy por “El estudiante” y “La patota”), Alejandro Fadel y Martín Mauregui (coguionistas de Pablo Trapero en “Leonera”, “Elefante blanco” y “Carancho”) el equipo creativo que gestó la seminal “El amor (primera parte)”, un decenio atrás. Aquella cinta, que catapultó a Leonora Balcarce y Luciano Cáceres (al menos dentro del circuito independiente) apeló a una diversidad de recursos estéticos para contar el nacimiento, apoteosis y caída de una pareja joven: una “primera parte” destinada a no tener segunda, o a tener tantas otras partes como relaciones cada uno de ellos, por su cuenta: como la vida misma.

En su primer largometraje en solitario, Schnitman vuelve sobre la crisis de pareja como tema y con una visión innovadora, pero parte de la concepción opuesta: menos es más.

Una mañana cualquiera

La historia arranca con Lucía y Marcelo (ella es cocinera, él profesor en una escuela, veremos después) retirando cien mil dólares del banco. El objetivo es firmar el boleto de compraventa del departamento de propiedad horizontal al que se quieren mudar. Ya en el auto y con la plata encima, les avisan que la operación no se va a poder concretar esa mañana, sino la siguiente.

A partir de ese momento comenzará una serie de fricciones entre ambos, en las que empezarán a surgir de una u otra manera las inseguridades, las cosas no resueltas de la relación, los lastres familiares. Ya treintañeros, Lucía y Marcelo son como si Sofía y Pedro de “El amor (primera parte)” hubiesen seguido juntos, o más probablemente como si fuese una relación posterior. Hay una tensión entre ser ya mayores y cosas de adolescencias tardías, también: marcas generacionales, que les dicen.

Cuerpos en tensión

Pilar Gamboa supo lucirse como actriz de teatro en las obras de Romina Paula “Algo de ruido hace” y particularmente en “El tiempo todo entero” (relectura de “El zoo de cristal”, de Tennessee Williams), donde compartía escenario con Esteban Bigliardi y el ahora reconocido Esteban Lamothe. En ambas, y especialmente en la segunda, Gamboa sabía robarse la escena entre sus compañeros masculinos.

Bigliardi, Lamothe y Paula se fueron con Mitre a “El estudiante” pero (más allá de alguna participación, y una presencia más fuerte en televisión), el cine tenía una deuda con Gamboa. Schnitman viene a saldarla: “El incendio” gira sobre ella, verdadero pilar (como su nombre lo indica) de la acción dramática. Técnica cinematográfica y actoral confluyen: el director explota el plano secuencia sin forzarlo (es decir, corta el plano cuando la acción lo requiere), permitiendo largas interacciones sin cortes entre la actriz y Juan Barberini, el que tiene que hacer girar a la prima ballerina, permitiendo el fluir de esa experiencia teatral.

Se aman, se pelean, se miman y se golpean, en secuencias que lucen frescas (con algo de improvisación, probablemente), mientras la cámara en mano de Soledad Rodríguez se maneja muy bien en el pequeño departamento en el que vive la pareja actualmente. Será tarea para fanáticos mirar la película en sus casas, estudiando en qué momentos se prefiere filmar en contraplanos (en “el afuera” de la pareja, especialmente). En lo que también acuerdan es en que la cámara se enamore de la actriz: el encuadre busca su recto perfil, la textura de su piel, o la hace hablar de frente a cámara durante largos minutos. Pero no hay riesgos de empacharse de Gamboa.

Según pasan las horas

Rodríguez, también directora de fotografía, aprovecha junto al realizador la luz natural (y sus sombras), al punto que uno puede seguir el devenir de las horas de la tarde, el ocaso y el anochecer de ese día de furia. Porque “la violencia está en nosotros”, y también en ellos: en el conflicto, pero también en el sexo: el que no creía que una mudanza puede ser tan estresante, que se mire esta película. Quizás uno pueda pensar que el relato se vuelve moroso por momentos, pero la acción siempre “levanta” nuevamente.

Por suerte, después del anochecer viene otra vez la mañana, o así ha sido desde que el mundo es mundo. El final de esas 24 horas de tensión nos dejará con Lucía y Marcelo en otra etapa, en otro plano. Quizás ahora empiece (o no) la segunda parte del amor.