El imaginario mundo del Doctor Parnassus

Crítica de Laura Gehl - Cinemarama

Parnassus, en un momento de la película, dice algo así: dejar de contar historias acabaría con el mundo. El diablo le demuestra que no, que no se acabaría nada y así se resuelve esa breve escena. Sin embargo me queda colgada de alguna neurona y vuelvo constantemente a ese momento cada vez que pienso en El imaginario mundo… Todo en este aparente sinsentido creado por Terry Gilliam se pone en contraste y para eso nada mejor que un espejo visiblemente falso para ejemplificarlo. Todo tiene su contratara, su opuesto. La película es colorida, mágica y luminosa pero también oscura, sombría y corriente. Es llana y esquiva. Deslumbrante y seductora y también demasiado deslumbrante y barroca y por momentos entusiasma pero se hace larga. Y un dejo de melancolía (si se quiere, extra cinematográfica) la recorre, porque la presencia de Ledger (Tony), hoy que es nostalgia y ausencia, es insoslayable, y esa tristeza se imprime de alguna manera en el tono del relato pero no se podría decir en absoluto que es una película triste.

Parnassus es un viejo mago o ilusionista o ser maravilloso, vaya uno a saber, tampoco importa demasiado, que vive haciendo tratos con el diablo en busca de inmortalidad, amor o el mero deseo de apostar incansablemente con ese entrañable amigo que supuestamente proviene del infierno, aunque en realidad el único infierno en la película parece ser la vida moderna y bien real de la que Parnassus ofrece escapar por unas monedas en un desvencijado carromato y con solo trasponer un espejo, cosa que efectúa con un éxito bastante lamentable, vale decir. Hasta que aparece Tony. Tony es un personaje que podríamos describir acabadamente con la palabra chanta, no sin dejar de agregar que es tan o más encantador que ese espejo. Tony introduce cambios, moderniza las apariencias del truco, trae clientes, almas ávidas de plasmar deseos, de dejarse llevar. Tony parece que va a modificar el rumbo de la vida de Parnassus y de la película pero poco pasa, porque en realidad no pasa mucho y a la vez todo, los personajes están ahí, crecen, se pelean, se enamoran, viven, acá y allá. La película es eso, mundo real e imaginario conviven de la misma manera. Cada viaje hacia el otro lado no es otra cosa que la materialización de la imaginación de cada uno, entonces cada momento dentro del “imaginarium” será, tanto a nivel narrativo como visual, único, desparejo, vibrante, pobre, incoherente, metafórico… tanto como la imaginación de cada uno. Y un poco de esa manera, con recelo pero finalmente traspasando el espejo es una buena forma de acercarse a El imaginario mundo…, dejarse llevar por sus excesos, su exuberancia, romanticismo, humor, color, nostalgia. Abandonarse al maravilloso sinsentido. No buscar entender, entender todo y pensarlo después.