El ilusionista

Crítica de Julián Tonelli - Cinemarama

El paso del tiempo y la tristeza infinita.

Con sólo seis películas en su haber, el cineasta, guionista, actor y mimo Jacques Tati (1907-1982) se aseguró un lugar de privilegio en el Olimpo del cine francés. Al estrenar Mi tío, su film más exitoso, Tati resumió en una frase la temática que atravesaría toda su obra: “La película lleva a cabo una defensa del individuo. No me gusta sentirme militarizado. No me gusta la mecanización. Prefiero vivir en un barrio antiguo y humano que en medio de una red de autopistas, aeropuertos y carreteras y todo el barullo de la vida moderna. La gente no se siente feliz rodeada por líneas geométricas”. El contraste temático, impulsado por la recurrencia al gag de la tradición muda y por una estética impecable hasta en sus más mínimos detalles, se centra en la figura del entrañable Monsieur Hulot, personaje principal en cuatro de sus largometrajes, Las vacaciones del Sr. Hulot, Mi tío, Playtime, y Trafic.

El propio Tati interpretó a este hombre alto y torpe, fácilmente reconocible por su atuendo –impermeable, sombrero, paraguas y pipa– cuyas andanzas dieron lugar a un agudo comentario sobre la experiencia cotidiana frente a la consolidación del sistema capitalista en un mundo cada vez más rutinario y automatizado. En los films mencionados, el buenazo de Hulot, con su humor cordial y su inocencia infantil, puede ser tomado como la personificación de una manera de ver la vida que parece haber sido olvidada para siempre y que sería, acaso, el único antídoto contra la infelicidad y la deshumanización modernas.

Cuenta la historia que en 1956, luego de su debut con Día de fiesta y antes de Mi tío, Tati escribió junto a su compañero de trabajo Henri Market el guión de El ilusionista. Tuvieron que pasar cincuenta y cuatro años para que ese guión fuera finalmente llevado a la pantalla. El encargado de hacerlo fue el dibujante Sylvain Chomet, famoso por Las trillizas de Belleville, película animada cuya estética remite precisamente a los años 20 y al estilo de Tati. Por cierto, no es casual que en el inicio de este comentario se haya hecho referencia al legendario cineasta y no a Chomet, por cuanto el film que nos compete es, antes que nada, un sentido homenaje de éste a aquél. Sólo que ese culto al preciosismo de la imagen y a una cierta sutileza del sonido con escasez de diálogo, en este caso, es trasladado al lenguaje animado, con las marcas de un estilo clásico que, más allá de abordar diversas técnicas gráficas, sobresale por su sencillez y amenidad.

Nuevamente, el personaje principal es Hulot, ahora en la forma de un viejo ilusionista. El eje del relato se define por la relación entre éste y Alice, una ingenua joven a la que conoce en un pueblo escocés. Luego del encuentro inicial, él decide llevársela consigo, iniciando así una tierna relación padre-hija. El resto transcurre entre los trabajos ocasionales que el pobre ilusionista debe realizar para ganarse la vida y el despertar amoroso de Alice, lo cual hará que, eventualmente, sus caminos se separen. Por sobre todas las cosas, se percibe en el film de Chomet una dulce sensación de nostalgia. Ambientada a fines de la década del 50, su protagonista, como no podía ser de otra manera, es una metáfora de viejas épocas, indudablemente mejores, pero esta vez la magia característica de su calidez humana no alcanza para torcer el rumbo del tiempo. Como resultado queda una obra hermosa e infinitamente triste. ¿Acaso la escena del abandono del conejito no podría remitir a Umberto D? Es posible. Sin embargo, Hulot no es Uumberto D. La angustiante desesperación de aquél, propia de una Italia devastada por la guerra e imbuida en su totalidad por el presente, no es en absoluto la melancolía reflexiva y silenciosa de éste.

Perdido entre los ruidos de la ciudad, ahogado por la rutina autómata de una modernidad implacable, el descorazonador susurro de Hulot y de Tati espera a quien quiera y pueda escucharlo. Sólo es cuestión de afinar nuestra sensibilidad. Así, de vez en cuando, se nos develará la extraña belleza de lo singular por fuera del tiempo.