El ilusionista

Crítica de Daniel Cholakian - CineramaPlus+

El ilusionista describe, con esa triste melancolía de lo que ya no es, el universo de los viejos artistas de variedades.

Sylvain Chomet se apropia, en el mejor sentido de la expresión, de un guión nunca filmado de Jacques Tati, para poner en escena a Tatischeff, un personaje de animación que funge de alter ego del propio Tati, en clave de misterio humano y melancolía.

En El ilusionista cuenta de algún modo el universo de los viejos artistas de variedades, también mirado con esta sensación de la tristeza de lo que fue. Habla de un tiempo ido a algún lugar del universo donde seguramente habitarán aun esos magos, payasos, ventrílocuos y otros personajes del music hall. Tal vez, en un hotel viejo que los aloja como en una suerte de retiro protector.

Tatischeff comprende que su arte y labor está perdiendo atracción entre el público, y viajando desde el centro (París) hacia la periferia (un pequeño pueblo de Escocia), va en busca de aquellos que todavía aprecien su talento como ilusionista. Y allí encontrará una joven con quien tendrá una relación afectiva y cálida, jugando por momentos de padre protector. A partir de conocerse, el mundo que parece reconstruirse para ellos, al tiempo que cambia, casi fatalmente, para otros como ellos.

La película cuenta una historia y no la cuenta. Habla de lugares, de momentos, de historias. Un hotel de actores viejos, el hambre de estos artistas en decadencia, el trabajo diario por el pan, Europa que cambia y se moderniza, el deseo y la memoria, la magia y la realidad.

Apelando a dos recursos interesantes como el humor físico y el uso socialmente inapropiado de los objetos – y un casi nada adorable conejo de la galera – la comedia se desarrolla en este universo de perdedores de una era que está cambiando. Y lo hace de un modo sencillo y por eso mismo, capaz de reforzar la melancolía propia del relato (el espectador, a su vez, añora ese tiempo real o imaginario que es parte de la historia misma del cine).

Sin diálogos, Chomet se apropia, decíamos, del guión. Pero también adopta al propio Tati como protagonista, y a su estilo en cuanto a cierta extrañeza del actor / personaje, en relación con el mundo que le tocó vivir. Porque esto le pasa al ilusionista, quien desencantado, comprende en su viaje hacia el “afuera” de París, que el mundo es para él cada vez más ajeno. Y aun cuando la esperanza es posible, comprende que el mundo moderno ha sido definitivamente desangelado.